Desde hace décadas, el género negro se ha consagrado como el espacio que concentra los vaivenes sociales y políticos, a la vez que interpela al orden establecido mediante detectives que nunca resultan funcionales al sistema: por una u otra razón, siempre están dispuestos a compadecerse y vengarse, mucho más cuando la víctima es un paria. De modo que si en la clásica novela policial la culpa siempre es individual y el delito es una desviación que altera el orden social, el noir irrumpió como una apuesta que cuestiona esa realidad.

La tradición latinoamericana del género tiene sus estudiosos. Uno de ellos, Ezequiel de Rosso, autor de varios libros de referencia (como Nuevos secretos: transformaciones del relato policial en América Latina 1990-2000), participará en dos instancias de la Semana Negra: el miércoles a las 18.00 en el Centro Cultural de España conversará con Hugo Fontana sobre la variante regional de la serie negra, y también allí, pero el viernes a las 20.00, reflexionará en torno a Jorge Luis Borges y la literatura policial, junto con Gerardo Ciancio y Pablo Silva Olazábal. Antes de desembarcar, De Rosso tuvo tiempo de despejarnos algunas dudas.

¿En base a qué autores creés que se ha forjado la tradición del policial latinoamericano?

Los escritores latinoamericanos a partir de los cuales se asienta una tradición, creo que hay que rastrearlos hasta la generación vanguardista de los 20 y 30, que empieza a pensar el policial justo después del fin del momento heroico de las vanguardias. En las reflexiones de Jorge Luis Borges, de Alfonso Reyes, de Alejo Carpentier, de Juan Carlos Onetti, aparece una primera diferencia con respecto a las formas sajonas de pensar el policial. De hecho, a partir de los 40 se empieza a pensar el policial como un procedimiento que permite distanciarse de la literatura “culta” y armar otra serie de consumos. Si se lee lo que se publicaba en esos años en la crítica sajona, se ve que la preocupación principal de esos críticos (como Edmund Wilson o WH Auden) es en qué medida la literatura policial es una banalización de la “verdadera” literatura. En este sentido, la mirada sajona se preocupa por el “estilo”, por ver si una novela es buena o no. La lectura latinoamericana de los 40 se preocupa por la literatura policial “in toto”, como modo de escritura liberadora, independientemente de si los textos son “buenos “o “malos”. En ese sentido, las obras simétricas de Borges y Onetti permiten pensar un modo de renovación de la prosa que opera con las máquinas genéricas, pero las descentra en un movimiento que sólo muy superficialmente podría pensarse como “paródico”. Lo que aparece aquí es un uso de las estructuras y narradores del policial para renovar la prosa literaria. Creo que la marca distintiva de la narrativa policial escrita en América Latina es ese doble emplazamiento, que requiere de una crítica que reivindique al género provocativamente (y un mercado que eduque a los lectores en el género) y de un conjunto de escritores que por medio del contrabando de estrategias del policial logre un impacto transformador en la literatura “culta”.

Has dicho que la gran distinción del policial argentino responde a Borges y su reordenamiento del campo. ¿A qué te referís? ¿A su apuesta al género como escritor y editor de la colección El Séptimo Círculo?

Me refiero a las dos cosas, y a su emplazamiento en el campo literario. Borges publica en 1942 “La muerte y la brújula” y los casos de Isidro Parodi en coautoría con Adolfo Bioy Casares; y en 1945 ambos comienzan a editar El Séptimo Círculo. Es decir: Borges genera un público de masas para la ficción policial, al mismo tiempo transforma el policial en un artefacto filosófico y realiza su parodia. Que lo hiciera desde Sur, desde el centro del campo literario, y que Borges mismo fuera luego el centro de la literatura argentina sin abandonar nunca del todo las estrategias del policial (como prueba el uso del crimen y de los narradores en sus ficciones), da cuenta de la importancia del policial para la sensibilidad del campo literario argentino.

¿Cómo se traslada esto a la producción contemporánea?

En la literatura argentina la importancia de Borges hizo que la escritura de policiales fuera una opción canónica. Hace 20 años, Jorge Lafforgue (el mayor experto en policiales de la Argentina) señalaba que el policial es el centro genérico de la literatura argentina. Todos los escritores “importantes” (y los otros también) lo han practicado: Bioy, Rodolfo Walsh, Ricardo Piglia, Juan José Saer. Y los que no (Julio Cortázar, César Aira) se han visto obligados, en algún momento, a definir sus posiciones frente al género, como si el campo literario demandara siempre a sus escritores escribir policiales, y si no lo hacen, explicar por qué no lo hacen. En términos más generales, en la literatura latinoamericana las operaciones de Borges abrieron (aunque con menos fuerza) la posibilidad de escribir policiales poniendo en suspenso el juicio despectivo que solía estar esperando a los escritores del género. En este sentido, el desarrollo acelerado que se da en la literatura policial en América Latina después de los 70 puede pensarse como la articulación de la autoridad que gana Borges con una renovación del horizonte literario, en el que los géneros “menores” resultan ahora respetables.

Hoy, además de lo literario, también entran en juego las tendencias de la crónica narrativa, como puede ser el caso de Rodolfo Palacios y otros exponentes. ¿Te interesan estas variantes?

Mi trabajo siempre estuvo concentrado en las formas de la ficción policial, pero es indudable que la crónica roja y sus transformaciones (en México, Uruguay, Argentina) coalescen con la ficción policial, nutriéndose de ella y nutriéndola a su vez. Operación Masacre, de Walsh, El caso Banchero, de Guillermo Thorndike o Asesinato, de Vicente Leñero, son prueba de ello. A la vez, desde hace al menos 20 años, todas esas tendencias tienden a confundirse en un movimiento que las piensa en pie de igualdad, como parte de ese objeto difuso que llamamos hoy “narrativa negra”.

Ya como adelanto de la charla, ¿cómo definirías esta pasión de Borges por el policial?

El propio Borges (pero no sólo Borges) describió el interés por el policial como un interés por la forma. Borges, escéptico hasta el fin, pensaba que el universo era incognoscible, ni ordenado ni desordenado, sólo incomprensible para nuestra razón. Si se lo piensa de este modo, la literatura es, para Borges, un modo de producir forma y orden, y el policial y el relato fantástico son los mejores ejemplos de este trabajo. Como es evidente, es un trabajo destinado al fracaso, pero el entusiasmo invertido en esa futilidad es lo que justifica a la literatura como práctica.

¿Y en el caso de Uruguay? ¿Encontrás alguna impronta específica? Has escrito que la relación de Mario Levrero con el policial, por ejemplo, es sorprendente, pero a la vez él lo consideraba algo muy menor.

Lo sorprendente es que, justamente, considerándolos trabajos menores, los textos policiales de Levrero son una constante en su obra, desde sus primeros textos hasta, al menos, Dejen todo en mis manos. En ese sentido, puede pensarse el policial es, para Levrero (para la obra de Levrero), un modo de ir probando formas alternativas a su ficción. Y la perseverancia de Levrero puede pensarse como uno de los modos en los que la ficción policial tiene su aparición en la literatura uruguaya. El otro gran modo ha sido la recurrencia onettiana. Onetti, que salvo algunos cuentos de sus inicios, nunca escribió un cuento policial propiamente dicho, vuelve todo el tiempo al género en sus personajes y la estructura de muchos de sus relatos. Entre ambos existe una forma del policial que parece recurrente en la ficción uruguaya, una escisión entre la investigación y el crimen, la preferencia por la novela “de suspenso” por sobre lo que podríamos llamar el relato “de detectives”. En los cuentos que Yamandú Rodríguez firmó como John Moreira, en Mi trabajo es el crimen, de Carlos María Federici, en “El tercero excluido”, de Juan Fló, en la trilogía policial de Omar Prego, en Trampa para ángeles de barro, de Renzo Rosello, aparece la idea de que la lógica del crimen es inconmensurable con la lógica de la justicia. Y que si bien es posible que los casos se resuelvan, el crimen tiene al menos tanta importancia narrativa como la investigación.

En cuanto a la Semana Negra, ¿cómo creés que operan estos festivales frente a las constantes redefiniciones del género?

Me parece que los festivales son el efecto y, a la vez, estimulan un interés creciente en las formas del crimen. Los festivales han contribuido a producir un cambio en el modo en que se piensa el policial en América Latina, en el sentido de que “lo negro” ha dejado de referirse a una forma de literatura y ahora parece referirse a un conjunto de prácticas y modos de entender el crimen, que incluye a la ficción pero que no se limita a ella. En este sentido, los festivales han transformado el policial de un género en una forma de ver la vida social.

Destaques

La programación completa del festival está en semananegra.uy. Como es bastante extensa, recurrimos a la xenofilia para los destaques. Hoy a las 16.00, el italiano Mimmo Franzinelli estará en el Espacio de Arte Contemporáneo —sí, en la ex Cárcel de Miguelete, en la que desde las 15.00 se hacen visitas guiadas— debatiendo con el artista uruguayo Claudio del Pup acerca de las circunstancias de la muerte del cineasta Pier Paolo Pasolini. El miércoles a las 17.00 en el Centro Cultural de España (Rincón y Juan Carlos Gómez) Ramón Díaz Eterovic hablará sobre la historia social de Chile, su país, contada por medio de sus novelas negras, moderado por Felipe Correa. El jueves, en el mismo lugar y a la misma hora, otro chileno, Ignacio Fritz, dialogará con los uruguayos Rodolfo Santullo y Gustavo Aguilera. El español Fernando Marías monologará sobre alguien que descubre “una maquiavélica corporación” el jueves a las 19.00 en el CCE, y allí mismo, al día siguiente, pero a las 18.00, se pondrá en la piel de Jack el Destripador.

Además de extranjeros, habrá una treintena de expositores locales. No todas las mesas son sobre ficción: hay desde una conferencia sobre ciberseguridad (a cargo de Ignacio Lagormarsino, el viernes a las 17.00 en el CCE) a una charla sobre rehabilitación de personas privadas de libertad (el martes a las 18.00 en el CCE, con Denisse Legrand, Patricia Banchero, Jaime Saavedra, Juan Miguel Petit y Alicia Escardó). La cinefilia tendrá sus momentos, como en la charla sobre la serie Fargo entre Pablo Silva Olazábal, Roberto Appratto y Francisco Álvez Francese (el miércoles a las 19.00 en el CCE). Además, desde el martes hasta el sábado, a partir de las 17.00 habrá exhibiciones de clásicos del género en Sala Cinemateca (Lorenzo Carnelli 1311 y Çonstituyente), como El halcón maltés, El beso mortal y Casta de malditos.