La cámara sigue de cerca a varias personas que caminan por el centro de Madrid: una muchacha en busca de su cita a ciegas, un vagabundo recién desalojado de su caja de cartón por la policía, un hombre de negocios que no puede disimular su acento argentino. Por diferentes motivos, terminarán en un tradicional bar, donde interactuarán con los parroquianos y con quienes se encargan de servirlos. Uno todavía está acomodándose en la butaca, cuando frente a la puerta del establecimiento una persona es derribada de un certero disparo en la cabeza.

Con ese golpe de efecto (realmente efectivo si uno entró al cine sin tener la menor idea de la trama), se pone en marcha El bar, la última película de Álex de la Iglesia, el de El día de la bestia (1995), Perdita Durango (1997) y Muertos de risa (1999). La acción de El bar transcurrirá en su mayor parte dentro del local del título.

Las cámaras de televisión no están cerca del lugar de los hechos y la cobertura de celular es muy mala, como suele ocurrir en esta clase de films desde que se popularizó la telefonía móvil. Así que nuestros protagonistas deberán unirse para resolver el misterio de aquella muerte y asegurar su propia supervivencia.

Todo sería ideal si uno lograra involucrarse con los personajes. Pero el balazo llega tan temprano en la narrativa, que uno se sentiría tonto “hinchando” por las figuras de cartón de una cheta (a la que en España le dirían diferente), un hipster, un linyera esquizofrénico o una veterana ludópata. Eso sí, nos queda la curiosidad de saber qué demonios ocurrió ahí afuera.

De esa forma se va desarrollando la historia, que con el correr de los minutos nos revela detalles acerca de algunas de las vidas encerradas en el bar, aunque ya sea demasiado tarde. Por suerte, De la Iglesia no escatima información y provee al espectador de algunas respuestas, que traerán de la mano nuevas preguntas, haciendo que la trama no se estanque demasiado tiempo, aun cuando ellos continúen estancados dentro del café.

Lo mejor de la película son algunos “momentos”. Momentos de tensión, momentos de asco, momentos de bastante suspenso, que uno contempla sin comprometerse lo suficiente como para dejar la marca de los dedos en el posabrazo del asiento, aunque dentro de lo que podemos considerar entretenido.

Cuando parece que el director quiere hilar más fino, no lo logra. El tema del monstruo que llevamos dentro y que sale a la superficie en situaciones límite podría estar anunciado con un gigantesco cartel de neón. Y un intento de crítica social presentada por el indigente se desvanece tan pronto como se vuelve el personaje más detestable de la cinta por varios cuerpos (muertos) de ventaja.

Los indiecitos irán cayendo, los sobrevivientes sacarán algunas conclusiones un poquito tiradas de los pelos y llegaremos a un final que quizás sea satisfactorio en cuanto a lo thriller, pero que resulta frustrante para los elementos conspiranoicos que se manejaron en la hora y media anterior.

Si lo importante es no quedar encerrados como los protagonistas, pues salgan de sus casas y arrímense al cine más cercano. Si lo importante es la historia y cómo aprovechar las ventajas de una locación pequeña y un puñado de personajes... seguro Los 8 más odiados está disponible en algún servicio de televisión a demanda.