El viernes, el actor y director Diego Arbelo (integrante de la Comedia Nacional desde 2008 y recordado por sus papeles en piezas referentes de la escena contemporánea, como Gatomaquia, de Héctor Manuel Vidal) volverá a estrenar una puesta de Jean-Luc Lagarce, el autor que fue considerado el secreto mejor guardado de la dramaturgia francesa contemporánea, quien falleció de sida a los 38 años (1957-1995), cuando ya había escrito más de 20 obras, un libreto de ópera, una serie de relatos, un guion de cine y un extenso diario.

Se trata de Apenas el fin del mundo, un texto que, junto con el maravilloso Yo estaba en casa esperando a que cayera la lluvia (que versionó Levón en 2007), constituyó una de las obras maestras de Lagarce. Esta vez, el francés apostó por un personaje que vuelve a su casa para comentar que pronto morirá. Pero nada es tan fácil como parece: tras años de silencios y ausencias, el diálogo se entorpece y los vínculos comienzan a perder sentido, entre sus propios deseos, frustraciones y rencores.

La responsable del espacio sonoro de este espectáculo es la compositora Sylvia Meyer, quien además de contar con discos emblemáticos, como Darnauchans (1995), se convirtió en una histórica musicalizadora de películas y obras de teatro, e incluso de trabajos de artistas plásticos, como la argentina Liliana Porter. Meyer recuerda el entusiasmo con el que llegó desde Nueva York –donde reside– para sumarse a los ensayos de la obra. “Casi siempre trabajo a distancia y disfruto mucho cuando puedo seguir de cerca una puesta. Tuvimos una reunión con Diego [Arbelo], y así me llevé una copia anotada de la obra y una imagen clara del proyecto de dirección”, contó. En cuanto a su trabajo, advierte que nunca busca “ilustrar, comentar o interpretar”, sino “encontrar espacios en la trama”. Y si en los museos le atraen aquellas “zonas de muro que separan los marcos”, “en una obra de teatro empiezo con los silencios que separan las palabras, las frases, los párrafos, las escenas. En Apenas el fin del mundo se suceden monólogos que crean un espacio negativo y delimitan un gran vacío. El protagonista es ese vacío... el silencio entre un cuadro y otro. Ese hueco es la obra”.

“El viento es la consecuencia de una depresión atmosférica, un gran paréntesis”, explica. Agrega que esa condición fue su mayor estímulo: “Tratar de rodear de silencio al silencio del protagonista” Por eso la tarea “fue callar, y oír el ritmo y la textura de la palabras”, que, en definitiva, se transforman en el viento que le permite levantar vuelo.