El exceso de ternura en un producto televisivo suele espantar a los espectadores casi tanto como el exceso de violencia o de escenas sexuales. En este mundo cínico nos han programado para mantener cerrados nuestros corazones, incluso en la más privada de las comodidades del hogar. Sin embargo, hay productos que encuentran la medida justa de cariño y delicadeza como para conquistar al gran público. Alcanza con prestar atención a la obra de Estudio Ghibli, que incluye entre sus creaciones a un simpático espíritu guardián del bosque que toma un autobús que a la vez es un gato gigante.

Con este mismo condimento mitológico, pero inspirado en el folclore escandinavo, llegó a Netflix una serie animada que adapta las novelas gráficas de Luke Pearson, publicadas desde 2010 hasta nuestros días (hay un volumen previsto para el año que viene). Y su protagonista es tan tierna y simpática como las niñas que descubrían que eran vecinas de Totoro.

Hilda cuenta las andanzas de la pequeña heroína epónima, que vivió toda su infancia junto a su madre en una cabaña, rodeada de criaturas de piedra que cobran vida por las noches, gigantes misteriosos y duendecillos invisibles. Con un zorro-ciervo como mascota, para completar el cuadro.

La acción se construye alrededor de la personalidad curiosa y aventurera de Hilda, quien a su corta edad ya ha visto más seres fantásticos que el consumidor de ayahuasca promedio. Sin naturalizar el peligro, sabe que las emociones están a la vuelta de la esquina (o de una piedra) y que la mayoría de los conflictos pueden resolverse sin apelar a la violencia.

Existe un refrescante optimismo en cada uno de los 13 episodios, ya que incluso cuando madre e hija deben mudarse a la ciudad o cuando alguno de los personajes comete un error por no confiar en el resto, alcanzan 24 minutos para que todo vuelva a la normalidad. Sin embargo, no se trata de una de esas series en las que siempre se regresa al statu quo. La temporada acompaña a Hilda mientras se acostumbra a la vida urbana, hace nuevos amigos y se alista a la versión que tiene Trolberg de los scouts. Aquí debemos introducir una segunda comparación, para nada odiosa, con series como Gravity Falls o la mismísima Adventure Time, para la que Pearson trabajó como artista de storyboards durante un par de años.

Existen ocasiones en las que un producto final es más que la suma de sus partes, pero aquí la ecuación es perfecta, ya que cada elemento contribuye al disfrute de los jóvenes en primer lugar y del resto de nosotros después. Sí, ya no somos tan jóvenes, pero podemos olvidarlo durante un rato frente al televisor.

El diseño de producción será lo primero que llame nuestra atención y es una adaptación que conserva la paleta de colores característica de las historietas originales, empezando por el pelo azul de nuestra heroína, y mejora las líneas del Pearson de los primeros tomos. Y si uno siempre recomienda (dentro de lo posible y cómodo para el espectador) la elección del idioma original, en este caso aun más, ya que el trabajo vocal y los acentos del elenco son una delicia auditiva.

Los fanáticos de Juego de tronos tendrán un condimento extra, ya que la encargada de prestar su voz a Hilda es Bella Ramsey, quien se ganó un lugar entre los personajes más queridos gracias a su Lyanna Mormont, jefa de la casa Mormont y pateadora de traseros con solamente diez años de edad. Para completar lo que entra por nuestros oídos, la música también tiene su lugar y nos transporta a ese lugar encantado desde la presentación, que pertenece a la artista Grimes, famosa por estos días debido a su relación con el extravagante Elon Musk. No vamos a echárselo en cara.

Mucho se habla de la diversidad en los productos culturales y de cómo los grandes estudios osan presentarnos historias tan multirraciales y multiculturales como el mundo que tenemos más allá de nuestras narices. Por suerte en Hilda primó la decisión de que el público objetivo disfrute de una Trolberg naturalmente diversa, en donde una de las compañeras de colegio de la protagonista utiliza hijab y no se hace mención a ello.

Con esa misma naturalidad, la historia se apoya en una mayoría de personajes femeninos muy bien construidos, que en ningún momento remiten a las creaciones excesivamente “rosas” de los años 80, que solamente agrandaban la grieta entre niñas y niños y que están teniendo sus buenas reinvenciones en estos tiempos que corren, como She-Ra o My Little Pony.

Claro que en historias como estas la heterogeneidad no solamente se construye con seres humanos, y además del mencionado zorro-ciervo Twig tenemos a Alfur, un elfo del bosque que decidió acompañar a la niña en su mudanza. Los elfos aparecen en un puñado de episodios, los suficientes como para deleitarnos con su exagerada pasión por la burocracia.

Los 13 episodios pueden verse en pocos tirones, ya que el ritmo nunca decae y cuando los espectadores comienzan a acostumbrarse a la forma en que los creadores están contando el cuento, suben un cambio para los últimos cinco capítulos, en los que se registran tensiones un poco más difíciles de resolver y por ello se toman su tiempo.

El resultado final es ampliamente recomendable. Primero para el público menudo, después para que aquellos que tengan menudos en sus vidas lo vean con ellos, y tercero para el resto de quienes no tengan el corazón ennegrecido del todo por las vicisitudes de la vida cotidiana. Antes de que las decisiones presidenciales de las potencias terminen de acelerar el calentamiento global, dejen que el calorcito de Hilda los reconforte aunque sea unos minutos al día.