Definidas por la Real Academia Española como “palabra cuya forma fónica imita el sonido de aquello que designa”, las onomatopeyas se ubican en un lugar singular de la lengua, que pone en tensión aquello de la arbitrariedad del signo y entrañan algo primitivo, ese lugar en que la palabra parece estar llena de sonido y nada más, es pura materialidad. Su singularidad es atractiva y parecen hechas para la poesía, si entendemos esta como la puesta en juego y en asombro de la lengua. En Las onomatobellas, Ruth Kaufman hace un giro y se divierte con este paradigma a partir del título: un neologismo que define y toma posición al adjudicarles belleza.
Ganador, en México, del premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2015, este poemario se hace libro en edición de Amanuense –editorial guatemalteca con una filial recientemente instalada en Colonia, Uruguay–, con magníficas ilustraciones del ecuatoriano Roger Ycaza; un puente en sí mismo.
La autora recorre 38 onomatopeyas del español en 25 poemas, en un “zurcido”, tal como ella misma describe su trabajo en este libro, delicado y preciso, en el que son evidentes la inmersión gozosa en los mecanismos de la lengua –y de la lengua poética en particular– y esa musicalidad interna que es propia de la poesía.
Es un libro de inmersión en la magia de las palabras, por eso es un libro profundamente infantil, en la medida en que, como pone en palabras, con sencillez, Mercedes Calvo en Tomar la palabra. La poesía en la escuela, “la relación poesía-niño es natural, ambos términos se nutren de elementos que les son comunes: juego, asombro, afectividad”.
Aunque la peculiaridad de las onomatopeyas conduce, en lo más inmediato, a la materialidad, a lo fónico, al sonido extralingüístico, Kaufman esquiva una mirada ingenua. Es incisiva al poner en cuestión a las onomatopeyas mismas en el poema 15, en el que explicita las distintas maneras de enunciar el ladrido de un perro (y, en esa multiplicidad, la imposibilidad de la palabra para representar: “ninguno de los cuales servirá / si una tarde ladrar / nos resulta indispensable”). Expresa en pocas palabras la potencia misma de estas palabras en el poema 14: “antes del grabador / los observadores de aves / como poetas inventaban / palabras por pura necesidad”. Hace carne la compañía mansa de un gato en el 18: “él se ovilla en el sillón azul / y en la palma de la mano / sientes de nuevo / rrr rrr rrr”.
Las onomatobellas es un libro a cielo abierto: todo el texto es apertura, también las ilustraciones, que no tienen techo, que no parecen admitir límites; ambos lenguajes invitan a la lectura, a la interpretación, a la participación del lector, a que se enrede en las palabras y se deje llevar por esa deriva. Dan ganas de leer en voz alta, de escuchar cada gota que cae, cada risa que resuena, cada golpe o zumbido. Todo está dicho, como declaración de principios, en la contraportada: “Al incluir estas palabras en las páginas de los diccionarios, los lexicógrafos nos han hecho creer que las onomatopeyas son palabras corrientes. Quien las oye atentamente descubre al instante la verdad: las onomatobellas son poemas”.
Las onomatobellas, de Ruth Kaufman y Roger Icaza (ilustraciones). Amanuense, 2018. 40 páginas.