Autobiografía más sociología, el título llama la atención. En rigor, Breve autoficción intelectual: ensayos de sociología de la cultura (Estuario, $ 370) toma su nombre del ensayo que abre el libro; el resto tiene por centro una serie de reflexiones sobre la relación entre cultura y desarrollo. De hecho, cabría pensar que la investigación sobre los procesos de modernización ha sido una de las constantes en la trayectoria del sociólogo Felipe Arocena, autor de La modernidad y su desencuentro (1991), Multiculturalismo en Uruguay (2007) y Lessons from Latin America (2014).

“Sí lo ha sido, si entendemos por modernización los procesos de cambios económicos, políticos, culturales y sociales que transformaron las sociedades del siglo XX y que en el siglo XXI ocurren aun más aceleradamente. El gran desafío sigue siendo encontrar caminos de modernización propios, adaptados a las identidades de las sociedades, que son todas diferentes, en un marco de tendencias globales, como lo es la innovación tecnológica, por ejemplo. En esta dialéctica entre la globalización y la identidad, la cultura ocupa un lugar central que es el que he intentado entender en este y otros libros anteriores”, opina Arocena.

El ensayo que abre el libro podría pensarse como parte de la aparición –o reaparición– de la primera persona en las ciencias sociales, en algunos casos como respuesta a una necesidad de aclarar el lugar de enunciación del investigador. El caso de Arocena, en su opinión, es diferente: “No lo veo de esa forma. No tengo esa preocupación ni se la pido a los demás. Hay veces que el lugar desde el que se escribe aporta cuando se lo explicita, pero hay otras tantas que puede ser irrelevante cuando uno se centra en el debate de las ideas. Tuve un profesor que lo primero que hacía cuando leía a un autor era averiguar cómo obtenía su salario para mantenerse porque creía que esto determinaba su pensamiento. Discrepo con este punto de vista. Adoptar la primera persona a veces genera la complicidad con el lector de la que el discurso científico carece. Me interesa salirme del lenguaje endogámico de las disciplinas científicas sin hipotecar por ello el rigor del análisis, y para esto la primera persona a veces ayuda”.

Ese esfuerzo por zafar de la jerga académica atraviesa todos los ensayos, e incluso en el primero de ellos, el autobiográfico, Arocena explica su origen: tuvo que dar clases en una universidad de Georgia a estudiantes que venían de formaciones muy diversas, por lo que debió adoptar una terminología y una forma de ejemplificar comprensible para todos. Una de las sensaciones que trasmite ese recorrido es que en el devenir de Arocena han sido tan importantes los ambientes como las lecturas. El encuentro con militantes latinoamericanos en París a principios de los 80, el ambiente de los centros independientes de investigación en ciencias sociales durante la dictadura, los latinoamericanistas de todo el continente que fueron sus compañeros de doctorado en Río de Janeiro, su trabajo con el estadounidense Richard McGee Morse gracias a una beca Fulbright, la experiencia de vivir en un ambiente multicultural en el sur de Estados Unidos.

“Efectivamente, siendo uruguayo, integrante de un pequeño país casi vacío, el contacto con el exterior ha sido determinante para mi vida y mi trabajo. Si pudiéramos, deberíamos intentar ofrecerles las posibilidades a la mayor cantidad de jóvenes uruguayos para que residan en el extranjero un tiempo, ya sea trabajando o estudiando. Eso seguro que les abrirá la cabeza”.

En el texto que cierra el libro, “Desde América Latina hacia Sudamérica”, Arocena propone cambiar la perspectiva en que pensamos nuestra región. Entre otras cosas, sugiere que debería pensarse lejos de México, ya que tiene más relación con Estados Unidos que con estos países del sur. El ensayo es anterior a la llegada de Trump al poder y, obviamente, de López Obrador, pero para Arocena ello no afecta sus argumentos de fondo:

“Trump y López Obrador son coyunturales, mi análisis es estructural, histórico y de larga duración, y trasciende los gobiernos actuales. Los Estados Unidos están atravesando tal vez el mayor cambio cultural de su historia con el avance de los latinos –en su mayoría mexicanos o descendientes de mexicanos– y del idioma español. Esta población latina no solamente emigra a Estados Unidos: más importante, regresa a lo que en el siglo XIX era territorio mexicano. No olvidemos que un tercio de Estados Unidos era México, incluyendo a su estado más rico, California. Por el otro lado la influencia de la cultura estadounidense en México es superlativa, como tan bien lo analizó Carlos Monsiváis en su ensayo ‘¿Tantos millones de hombres no hablaremos inglés?’. Además de en esa línea argumentativa me baso en otras dos ideas centrales: el proyecto político de América Latina fue de las élites y excluyó a negros e indios, que obviamente no son latinos. Y en tercer lugar, el proyecto latinoamericano fue casi siempre en su historia un proyecto hispanoamericano, porque Brasil e Hispanoamérica estuvieron separados por una muralla china invisible. Brasil tiene fronteras con todos los países de América del Sur menos con Ecuador y Chile, y a pesar de su coyuntura actual, que lo ha debilitado mucho, será la locomotora del sur; un problema no menor es que tengo muchas dudas de que México y Brasil puedan dejar de lado su rivalidad como los dos grandotes del barrio. Por eso me inclino a pensar que es más promisorio plantearse el proyecto de América del Sur que el de América Latina; es más inclusivo y le adjudica a Brasil el rol necesario”.