Hace casi diez años que el dramaturgo argentino Javier Daulte sorprendió con su proyecto Vestuario, dos obras independientes entre sí –Vestuario de hombres y Vestuario de mujeres– que compartían la base de la historia: un equipo amateur de un club de barrio, que practica un deporte llamado lacrosse, clasifica al mundial de clubes organizado por una perdida ciudad de Hungría, y logra llegar a la final.
Cada espectáculo se divide en dos escenas, una antes y otra después de la final, y el espacio en el que se desarrolla es un vestuario. Así, la trama avanza entre los vínculos de los miembros del equipo y el entrenador, los afectos, los celos, las competencias y ese territorio impensado en el que cualquier cosa puede ocurrir. En su momento, Daulte las definía como dos comedias “despiadadas, donde lo insólito y lo cotidiano” tenían “el más natural de los encuentros”.
Después de haber versionado Vestuario de mujeres en 2012, Juan Pablo Moreno se propuso volver por su contraparte, y la estrenó ayer en el Centro Cultural Bosch. El director cuenta que durante muchos años compitió en vóleibol –en Nacional–, y clubes de barrio, y le interesó contar esta historia en el que el teatro coincide con el deporte. “Viví de cerca los valores deportivos, la utopía de llegar a un mundial o las olimpíadas. El entrenamiento, la envidia del que juega mejor, el acomodado por ser el hijo del directivo, las drogas, los viajes, la competencia corrupta”, dice, y advierte que en un club de barrio se visibiliza la vida íntima e invisible del deporte, como los miedos del jugador, la frustración, “el suplente que nunca juega”. De modo que, para él, el juego también refleja los valores de una comunidad y cómo una sociedad se relaciona con el deporte.
En esta puesta, Moreno trata de “reflejar la verdad de un vestuario de barrio, y por eso, cambié los desagües del Bosch para que el vestuario sea lo más auténtico y real posible. E instalé ocho duchas con bombas y agua caliente, como si fuera un club”. En más de una ocasión, Daulte admitió que al escribir este díptico había una particularidad del vestuario que le interesaba en especial, y planteaba que, así como los baños públicos, los vestuarios eran lugares en los que exigimos no “ser discriminados”, no queremos que nadie ingrese, y tampoco “queremos entrar al que no nos corresponde”. Porque allí “se convive con otros cuerpos en un cierto grado de intimidad, mientras se supone que no existe tensión sexual y el otro es tomado como espejo, como referente. Allí está presente esa ilusión, donde hay una necesidad identificatoria muy grande”, que es tensionada a lo largo de la puesta. Pero, en el caso de Daulte, la obra se estructura al margen de la posible interpelación a los espectadores: al argentino no le interesa el arte como una forma de militancia, y no cree que el teatro pueda cambiar al mundo, “una afirmación que antes se consideraba un horror, pero que es muy importante tener presente. El teatro lo único que puede y debe modificar es al teatro; el teatro sólo puede generar más teatro”.
Vestuario de hombres, de Javier Daulte. Versión y dirección: Juan Pablo Moreno. Con Federico Lynch, Nicolás Pereyra, Levón Arakelian, Roberto Fernández, Emilio Meneses Costa, Christian Vera, Daniel Infante, Franco Balestrino, Rodrigo González, Marco Manfrini, Carlos Martínez Márquez. En el Centro Cultural Bosch (Gonzalo Ramírez 1826). Viernes y sábados a las 21.30.