Los videojuegos de estrategia en tiempo real o RTS (como se los conoce por su sigla anglosajona) forman un género que siempre estuvo identificado con el gaming de PC, lejos del joystick, que no permite explotar sus cualidades, pero amigo del teclado y el ratón. La estrategia presupone una inversión de tiempo importante y un cansancio mental poco equiparable con otros géneros, pero la recompensa valiosa de tener múltiples capas de profundidad para quienes dedican horas de su vida a conocer estos juegos.

Algunos dirán que la época dorada de los RTS fue a principio de siglo, y sus argumentos no escasean: en la actualidad pocos juegos de estrategia en tiempo real logran pasar por el radar de los jugadores en el mundo. Los últimos años de la década del 90 y el principio de los 2000 veían el apogeo de sagas como Stronghold, Warcraft, Starcraft y el que tal vez sea el más popular de todos: Age of Empires (AoE). Con tres títulos creados y un cuarto que promete salir en unos años, AoE superó las barreras de su género, convirtiéndose en el delirio de varias generaciones y colando sus dos primeras entregas entre lo mejor de la historia de este medio. En nuestras tierras no hay quien no nombre el Age of Empires 2 cuando se habla de juegos y esto quizás se deba, entre tantas cosas, a que entienda una de las máximas que se suelen contar en las charlas de videojuegos: fácil de entender, difícil de dominar.

Era muy sencillo adentrarse en sus campañas con sus clásicos tutoriales. El AoE 2 hacía memorables los relatos de William Wallace, Juana de Arco o Federico Barbarroja a la vez que nos preparaba para un reto mayor. Para los que no nos veíamos seducidos por sus narrativas encontrábamos un lugar en sus partidas estándar, tierra donde los más casuales pasábamos las horas con nuestras estrategias de amateur; maniobras imperdonables para los experimentados que pululaban en el multijugador en línea que, con su popularidad, supo ser un precursor de los conocidos e-sports. Expertos cuyos dedos volaban en el teclado, que explotaban cada centímetro que el juego ofrecía y nos dejaban en ridículo en muy pocos minutos, como si fuésemos víctimas de un jaque mate pastor en una mesita del patio de la escuela.

La estética impecable para la época y una capacidad para no envejecer con el tiempo se le suman a la sencillez nombrada, generando un videojuego atractivo para cualquier tipo de jugador. Un plano competitivo con conocedores ortodoxos del AoE, un editor de mapas para los más creativos a la hora de jugar sus propias aventuras, una buena cantidad de territorios con hasta ocho civilizaciones enemigas para los más casuales y una buena narrativa –con una fidelidad más o menos histórica– para los que estén más interesados en un divertimento con dejes de conocimiento.

El éxito de Age of Empires es tan rotundo y sigue tan vigente que noticias como la versión remasterizada de su primer título o el lanzamiento de su cuarta entrega generan un mar de comentarios en internet. AoE nos reúne a todos en una misa nostálgica de estrategia en tiempo real en la que recordamos lo molesto que les resultaba a nuestros vecinos que jugásemos con los parlantes en volumen alto, torturados por el sonido que avisaba que nuestros enemigos nos atacaban; el atractivo pero a su vez irritante “wololo” que pronunciaban los monjes y lo gracioso que se veía que unos espadachines prendieran fuego un edificio a golpes de hierro. Todo eso creó un mundo alrededor de Age of Empires, y será difícil que el género pueda alcanzar alguna vez esa vara tan alta que nos dejó en 1997.