Como producto cultural que es, el videojuego ha sufrido a lo largo de su existencia varios casos de censura por parte de organismos internacionales, países y jefes de Estado que han decidido modificar su contenido o incluso prohibir su venta dentro de territorios específicos.
Los debates sobre los límites de lo correcto en la censura no dejan tanto espacio a la discusión en ciertos títulos, como la saga Mortal Kombat, con su clásica violencia desmedida, o algu-nos aspectos de la saga Grand Theft Auto vinculados al robo, el sexo y la prostitución. Sin embargo, de vez en cuando aparecen situaciones ambiguas que prenden las alarmas e invitan a escuchar todas las campanas sobre las líneas delgadas de lo permitido dentro de un videojuego.
Por un lado están los que dicen que los juegos deben ser vigilados con una lupa con aumento, particularmente porque suelen ser dirigidos a un público infantil –nos guste o no–. Por otra parte están los que defienden que el arte debe mantenerse en el estado en que fue creado, lejos de las modificaciones que quiera imponer cualquier organismo o normativa. Lo cierto es que la censura es un tema un poco más complejo, en el que detrás de cada prohibición habita lo socialmente aceptado, cuestión que varía con las fronteras.
El caso que abrió el debate de forma interesante fue el del videojuego Assassin's Creed Origins, título de la empresa Ubisoft que se ambienta, con cierta fidelidad histórica –mezclada con aportes fantasiosos–, en el Egipto de la época de Cleopatra. Con un mapa completo y a escala de las tierras egipcias para explorar, historiadores contratados para generar un trasfondo con un nivel más allá de la verosimilitud estándar y millones de dólares de por medio, Origins terminó siendo un juego de sangre, muerte, acción y aventuras, todo dentro de un contexto que es tan ambicioso como aplaudible.
En una movida brillante, Ubisoft lanzó su “modo descubrimiento” para Origins: una herramienta gratuita con objetivos educativos que utiliza el trasfondo histórico del videojuego para enseñar a los más chicos sobre la historia de Egipto.
A partir de allí nació el problema: al ingresar a este nuevo modo los usuarios se quejaron de que las estatuas del juego aparecen censuradas con almejas en sus genitales, lo que consideran un insulto a la historia y una decisión ridícula, teniendo en cuenta que en Assassin’s Creed aparece gente muriendo de todas las formas posibles.
El organismo que regula estas situaciones en el primer mundo es el Pan European Game Information (algunos lo conocerán por su sigla, PEGI), el mismo que dijo que Origins era para mayores de 18 años por su violencia continua, su lenguaje soez y las referencias al sexo. Ubisoft, así, tomó la decisión de eliminar estas tres variables en su “modo descubrimiento”; como sólo debemos caminar las dos primeras no tienen ni sentido, pero es casi inevitable que en la historia no se hagan referencias al sexo.
El problema recae en un tema de clasificación, porque PEGI toma automáticamente como contenido sexual cualquier tipo de desnudo en un videojuego, y como bien resume Enrique Colinet –desarrollador español de videojuegos–, “no diferencia entre una prostituta del GTA V o la Venus de Milo, lo cual es feo, es horrible, no debería ser así. Pero ahora mismo es así”.
Para que este nuevo modo educativo llegase al público infantil Ubisoft necesitó someterse a las imposiciones legales de los organismos reguladores; primó que el juego efectivamente se lanzase por encima de las imperfecciones históricas dentro del plano educativo, o peor aun, dejándose pisotear por un organismo con una visión arcaica en la que los genitales en una estatua deben ser tapados de los ojos de los niños. Hay decisiones que son difíciles e incómodas de tomar, que vienen a mostrar que la censura en el arte tiene tantos matices que merece ser debatida constantemente.