En 1845 el mundo todavía era joven. Sobre todo si hablamos de su exploración y descubrimiento –por algo el siglo XIX es el de los exploradores–, y de todos los lugares de la Tierra todavía por descubrir, el Ártico, helado y mortal, era uno de aquellos sitios donde se consagraban los héroes pero también donde morían.
La expedición liderada por sir John Franklin buscaba encontrar un pasaje a través del Ártico y terminar de recorrer lo que hoy día conocemos como Paso del Noreste, cercano al norte de Canadá. Era un oficial experiente –ya había hecho tres expediciones al Ártico–, pero no fue Franklin la primera opción del Almirantazgo británico para la tarea, ya que, a sus 59 años, se lo consideró demasiado mayor para la aventura. Tampoco su segundo al mando, Francis Crozier, era una opción convincente, dado su origen irlandés y de clase baja.
A pesar de estos reparos, ambos partieron desde Greenhithe, Inglaterra, la mañana del 19 de mayo de 1845 al frente de dos barcos, el Erebus y el HMS Terror, y 128 tripulantes. La expedición fue vista por última vez el 28 de julio de 1845 por un ballenero en la bahía de Huffin; luego desapareció para siempre.
Presionado por la prensa de la época –y muy especialmente por lady Franklin, la esposa de sir John–, el Almirantazgo organizó rescates a partir de 1848, pero no fue sino hasta 1853 que la búsqueda liderada por John Rae dio con unos inuits que recordaban a unos pocos hombres que habían tratado de llegar al sur a pie, desnutridos, destrozados y agonizantes, con Crozier entre ellos. Este último avistamiento se ubica sobre 1850, lo que implica que los desgraciados sobrevivientes de la expedición habían estado varados en la nada blanca durante más de cuatro años.
Nunca más se supo de ellos, ni de ese grupo ni de ningún otro, pero expediciones en busca tanto del Erebus como del Terror se siguieron realizando periódicamente, hasta lograr reconstruir el destino de la expedición (aunque esto se trata meramente de historia, no lo adelantaremos por tratarse actualmente de una obra de ficción en curso, pero sí advertiremos que fue uno terrible). Fue hace muy poco que aparecieron los restos de los dos barcos: el Erebus, totalmente destrozado, en 2014, y el Terror, increíblemente conservado por el hielo, en 2016.
Por su parte, y para los completistas, el Paso del Noroeste terminó por ser descubierto e incluido en las cartas naúticas por el legendario explorador noruego Roald Amundsen en 1906.
Realidad más fantasía
Recogida por la ficción casi al mismo tiempo que ocurrían los hechos –los míticos Wilkie Collins y Charles Dickens escribieron y produjeron una obra de tetro sobre los sucesos en 1850, es decir, cuando todavía había sobrevivientes boyando por el hielo–, el relato de Franklin y los suyos pasó por las manos de Julio Verne, Clive Cussler y hasta fue la base de un módulo de juego de rol para La llamada de Cthulhu. Sin embargo, recién en 2007 el relato consiguió la pluma exacta. Ese año, el escritor estadounidense Dan Simmons publicó El terror.
Simmons (1948, Illinois) es un especialista en novelas de horror –y también un gran autor de ciencia ficción– que no duda en combinar a su gusto elementos históricos en sus tramas. Nunca el asunto le ha salido tan bien como en esta, su obra maestra, en la que retoma y utiliza todo lo que las distintas expediciones lograron reconstruir acerca de la fatídica expedición perdida de sir John Franklin y lo aplica a un relato de terror fantástico. La novela abreva a partes iguales de la mejor literatura de aventuras náuticas –es necesario el gusto por los barcos a la hora de afrontarla, dado el detalle que Simmons dedica a cada aspecto de la navegación– con el visceral horror cósmico tan grato a la obra de HP Lovecraft o, muy especialmente, Algernon Blackwood, cuyo relato “The Wendigo” resuena como ecos en el Ártico.
Simmons juega constantemente con la realidad y la ficción: sus personajes tienen los nombres de los tripulantes reales, los hechos ocurren tal como las distintas investigaciones los han reconstruido con el paso de los años y el destino de la expedición se infiere a partir del casi reporte forense que más de 150 años de estudios han logrado esbozar sobre el destino del Erebus y el Terror.
Pero la raya, la línea que traza Simmons entre hecho e invento es clara: a todo lo que acosa a estos hombres perdidos en la nada blanca –hambre, frío, escorbuto– se le suma algo más: un monstruo.
Así, Simmons construye un relato cronológicamente alterado –comienza cuando los dos barcos ya están atrapados en el hielo– y reconstruye cómo llegaron allí y qué pasa después. La histórica y el cuento fantástico se dan la mano con un entusiasmo pocas veces visto.
Hasta hace poco, esta gran novela se encontraba en mesas de saldos, y hoy en día, con el éxito de la serie de televisión, seguramente volverá a aparecer en las bateas.
Traducción exitosa
No fuimos pocos los que nos preocupamos cuando se anunció la traslación de la novela de Simmons a una serie televisiva. Suele ocurrir que obras tan redondas no se adapten bien a otro lenguaje. No podríamos haber estado más equivocados. La producción de AMC con la que contó la novela de Simmons es inmejorabale. Ideada por David Kajganich –y con Ridley Scott y el propio Simmons entre sus productores–, The Terror tuvo su estreno el 25 de marzo, y aunque la cadena de cable lleva exhibidos apenas tres de sus diez episodios, ya se encuentra completa de maneras non sanctas en la red.
Aquí, el relato se adapta de manera casi lineal –avanzamos desde que la expedición se acerca al Paso del Noreste con apenas unos pocos flashbacks al pasado de sus protagonistas en Londres– y contamos con un brillante elenco para los roles principales. Mayormente, son actores que suelen ser notables secundarios, por lo que la elección no deja de tener un componente justiciero, con un trío que deslumbra: Jared Harris interpreta a Crozier, el protagonista a su pesar tanto de la expedición como de la serie, Tobias Menzies es John Fitzjames, el primer oficial del Erebus, y un inmenso Ciarán Hinds es sir John Franklin, el infortunado capitán de ambos barcos. No son los únicos que destacan. Caras menos conocidas como Paul Ready (John Goodsir) o Adam Nagaitis (Cornelius Hickey) van robando protagonismo episodio a episodio.
La producción es fastuosa. Rodada en gran parte en estudio, en Budapest se recrearon tanto los dos barcos como ese espantoso y agorafóbico Ártico que recorren los protagonistas. Parte de las escenas naúticas tomaron sitio en la costa de Croacia, específicamente en Isla de Pag, donde todo el equipo rodó durante meses.
El resultado no puede ser mejor. Una serie tensa, agobiante, que se coloca con total facilidad entre lo mejor producido y exhibido en lo que va no del año, sino del siglo. Una notable muestra de que la “primavera de las series de televisión” tiene lugar también para el más terrible invierno. Por suerte.