Dos criminales por encargo proceden a adelantarse a una coima para quedarse con el botín. En el proceso, aguardan el encuentro de un tercer cómplice que los ayudará a ultimar a sus víctimas, pero por cuestiones de azar o destino divino –o una broma de dos adolescentes aburridos–, su camino se interpone con el de un delivery obeso de pocas luces, que cayó en el lugar y en el momento menos indicados. Es ahí que se lanzará expreso, como una de esas veloces y ruidosas motos que dan vueltas por las plazas del interior uruguayo, un film casi coral, entre la cumbia y el hip hop, entre Adrián Caetano y Quentin Tarantino, de ladrones, policías y víctimas que se andan robando entre sí los unos a los otros, como en una enloquecedora carrera de postas.

Es que en La noche que no se repite los hilos argumentales parecen estar todo el tiempo trenzándose, casi al igual que sus múltiples géneros: a veces policial sórdido, a veces thriller con ribetes existenciales, a veces comedia guaranga adolescente, a veces gore, a veces relato costumbrista.

“Canarioexploitation”: un bizarro neologismo que vienen difundiendo en entrevistas sus realizadores, Manuel Berriel y Aparicio García Gorostiaga, y que a La noche que no se repite parece calzarle como anillo al dedo. Todos los géneros de exploitation (películas que tienden a buscar su atractivo en la explotación de ciertas temáticas, géneros o contenido chocante) parecen contener bien dentro de sí, más allá de sus efectismos, de su violencia y sus lugares comunes, una suerte de declaración de amor encubierta. En ciertos casos, incluso, esta especie de homenaje guarda, como de contrabando, una forma de afirmación identitaria, como el papel fundamental que tuvo el blaxploitation para dar visibilidad a la cultura afronorteamericana en Estados Unidos a principios de los 70.

En este caso, La noche que no se repite, aun entre sus escenarios sórdidos y su fauna de personajes grotescos, es un gran gesto de amor hacia el departamento de San José. Prácticamente todo tiene el sello maragato, desde sus directores hasta el escritor del libro homónimo en que se inspiró el film, Pedro Peña (autor, entre otras obras, de la novela fantástica Eldor y del policial No siempre las carga el diablo), pasando por sus locaciones (varios reconocerán la plaza Treinta y Tres, el club San José, la estación de AFE o el aserradero en el barrio de la Picada de las Tunas), la mayoría de sus actores, el poderoso acento y cantito e incluso la banda sonora (AFC que no sólo aporta parte del soundtrack, sino que también llega a aparecer en escena).

Todo esto, más allá de dejar porotos en el cartón de bingo de referencias, apunta a construir a San José como un lugar ficcionalizable, capaz de ser no sólo escenario sino protagonista de sus historias, algo que forma parte de la construcción de cualquier ciudad en sus constantes procesos de refundación identitaria.

La noche que no se repite puede no ser un film perfecto (aunque muchas de sus imperfecciones son parte de su encanto), pero es una ópera prima extrañamente vital, con personajes tan oscuros como encantadores (en particular el Oliveira de Ernesto Pérez, único para la cinematografía uruguaya), y un estilo y pulso que actúa como buena muestra de las nuevas armas de las que se va haciendo el nuevo cine uruguayo.

La noche que no se repite se estrena el viernes en Montevideo (Grupo Cine y sala Nelly Goitiño del SODRE) y en salas de San José (obviamente), Minas, Florida, Colonia del Sacramento, Carmelo, Fray Bentos, Durazno, Artigas y Salto.