Hoy, con muchas actividades en el Espacio de Arte Contemporáneo, cierra la quinta edición del festival de literatura policial Semana Negra. Entre los panelistas está el escritor español Juan Bolea (Cádiz, 1959), que anteayer estuvo en una mesa junto a Gonzalo Cammarota y esta mañana brinda un taller sobre gestión cultural. Comenzó a publicar en los años 80 y tiene decenas de títulos en su haber; en Montevideo, hoy, se pueden conseguir las novelas publicadas por Ediciones B El síndrome de Jerusalén (2013) y El oro de los jíbaros (2016).

Has dicho que en España la novela negra se ha revitalizado con la incorporación del realismo social como vehículo de denuncia. ¿Es un vacío que dejaron otros géneros?

No sólo pasa en España. La novela negra actual es bastante social, en el sentido en que aborda problemas cotidianos, habla de la corrupción, de la violencia de género, entre otros asuntos. Todo eso aflora en las tramas de las actuales novelas españolas y de otros países iberoamericanos. Es interesante, porque sugiere que la novela realista es, en parte, la novela negra. La novela política, de compromiso social y político, es la novela negra. Tal vez sea una de las razones de su éxito: que realmente expone los conflictos de nuestro tiempo.

Sin embargo, tu trabajo elude la parte más violenta del policial, que muchas veces es un condimento fuerte del realismo sucio, de tipo estadounidense.

Mi estilo de trabajar es más de ficción. Trato de construir historias apasionantes, con tensión, con enigma. Lo que me interesa sobre todo es el suspense, la intriga. Me inspiro en la realidad, pero normalmente construyo un artefacto de ficción.

En eso parecerías acercarte a la otra línea del género, la más “limpia”, británica, en la que el lector puede jugar a resolver el misterio junto con el detective. ¿Cómo es el balance?

En mi obra hay dos líneas muy diferenciadas, que obedecen a esas dos grandes divisiones. Por un lado, hay novelas mías que son policiales de enigma: son las de Martina de Santo, mi detective, que tiene una serie larga de siete u ocho novelas. Luego hay otras más de conflicto, psicológicas, o negras, en las que hay menos enigma, y sí un componente más literario, y se profundiza más en temas sociales. Esas son mis novelas negras, como Orquídeas negras [2010] o Parecido a un asesinato [2015], que se va a llevar al cine ahora. Antonio Hernández está trabajando en el guion y en el elenco.

Además de Martina de Santo, hay otros personajes recurrentes en tus obras. ¿Es una manera de enganchar lectores, una necesidad narrativa?

Hacer series para mí es algo deliberado. Empecé en 2005, 2006, con una serie muy reconocible. La detective Marina de Santo evoluciona, va haciendo amigos, como Florián Falomir, este detective simpático. Son novelas muy de la tradición policial, en la que el caso es original, atractivo, y suelen tener un componente cultural, inspirado en la religión o la historia. Trato de enriquecer un poco el canon, pero es novela de canon. Sé que al lector le encantan, son gratas de escribir y de consumir. Es una gran diversión para mí y una fiesta para el lector.

Muchas de tus historias se desarrollan en Zaragoza, ¿cómo te parece que te leen en otras partes de España y del mundo?

He empleado muchos escenarios, desde ciudades como Mombasa, La Habana, la Isla de Pascua, Cádiz. Con Zaragoza tengo una relación singular, porque resido allí y la conozco bien. Representa un poco la realidad para mí. En el juego entre realidad y ficción, cuando te radicas en tu propia ciudad hay una serie de desafíos complementarios, porque es un territorio muy reconocible, pero al mismo tiempo tiene que ser universal, trascender los personajes o tipos.

Tu última novela, Los viejos seductores siempre mienten [2018], te ha llevado a festivales de novela erótica.

Sí, porque en esa novela trato el asunto de la novela romántica, que es un fenómeno a nivel mundial. Si hay un género líder en medio mundo es la novela romántica, que muchas veces no tiene gran calidad literaria, pero sí una gran cantidad de lectores. Hay que acercarse a ese universo con más respeto, porque allí se construyen historias de amor y de sexo que a otros escritores nos cuesta tratar de manera natural, y que en ese género aparecen espontáneamente. Me interesa el género, lo he estudiado, me he acercado a alguna de sus autoras más conocidas. Y esa experiencia la he llevado a una novela en la que las divas de la novela romántica ocupan un lugar muy importante.

Ocupaste puestos públicos como gestor cultural y organizás los festivales Aragón Negro y Panamá Negro. ¿Cómo se lleva lo de ser escritor y gestor?

Muy bien, porque para mí la literatura es un todo continuo. Para mí escribir es viajar, conocer gente maravillosa, países. Desde hace muchos años esta es mi manera de vivir. No concibo la literatura de manera estática, no soy un señor que escribe en reclusión en su casa. Escribo en trenes, en aeropuertos, en hoteles. Para mí la acción tiene que ser consecuente con la reflexión, y si puedo montar un festival, organizar jornadas o cualquier otra actividad relacionada con literatura, teatro, cine, pues lo intento y a veces lo consigo. Aragón Negro y Panamá Negro me dan una enorme experiencia y la posibilidad de llevar a la práctica mucho de nuestros sueños y utopías: la promoción de la lectura, la construcción de antologías, la promoción de jóvenes escritores, la conexión de nuestros mundos.

Para hoy

La actividad en el Espacio de Arte Contemporáneo (Arenal Grande 1930 y Miguelete) comienza a las 14.00 con venta de libros, recorridas por la ex cárcel de Migulete, música y actividades para niños, y cierra a las 20.00 con la entrega de premios del concurso de cuentos policiales. Desde las 16.00 habrá tertulias sobre sagas y género negro, novela negra y adaptación a la historieta, la novela Frankenstein, fallas y alternativas en cárceles y un debate sobre la situación actual del sistema penitenciario.