El cuento de nunca empezar/El cuento de nunca terminar, de Marco Caltieri (Alfaguara, 2018; 36 páginas), propone dos versiones de Caperucita roja peculiares, que van mutando al ritmo del diálogo entre el narrador y el destinatario (dos cajas de fósforos), y desmonta el cuento que se le propone para aggiornarlo y plantear lo que al autor le parece más adecuado para contar a un niño. De este modo, los personajes y las acciones se ven trastocados, en diálogo con las ilustraciones, que siguen el viaje de la historia y se van haciendo junto con ella. El texto incorpora elementos de diversos géneros, numerosos guiños y citas, hasta llegar a la mitad del libro, previa pregunta: “Y para el final, ¿pueden bailar los personajes?”.
Una vez allí, la invitación es a agitar el libro, lo que nos lleva a la contratapa, o mejor dicho a la otra tapa, la que da comienzo a la otra mitad del libro, en la que la historia es bastante parecida y bastante distinta. Dos mitades paralelas, en las que lobos feroces y marcianos se cruzan para andar y desandar la narración.
El juego que propone Caltieri funciona de maravillas en esta versión algo alucinada del cuento tradicional, que se monta y se desmonta, y nunca termina porque vuelve a empezar. El recurso del diálogo como estructurador de la narración permite desarmar la trama para volver a armarla, en un regreso a aquella crueldad primigenia de los cuentos tradicionales, que a veces se extraña.