Cuando en 2017 Billy Bob Thornton se levantó a recoger su premio a mejor actor en la ceremonia de los Globos de Oro, fueron varios los sorprendidos. No porque lo hubiera ganado, ya que se trata casi siempre de un finísimo actor, sino porque nunca habían oído hablar de la serie que le valió semejante galardón.

Goliath había pasado sin pena ni gloria por los espacios de crítica especializada y, a decir verdad, eran muy pocos los que tenían siquiera idea de qué trataba. Esto no impide –como no le impidió a Billy Bob quedarse con el premio– encontrar en ella una de esas series que bien valen la pena.

Los espectadores veteranos de televisión van a reconocer al menos a uno de los nombres de sus creadores: David E Kelley, experto en dramas de abogados, con los que ha tenido mejor o peor suerte: Ally McBeal, Boston Legal, Harry’s Law.

Cada temporada comprende una historia autoconclusiva y, también en ambas, el protagonista será el que oficiará de David contra el Goliat de turno (con resultados variables; nada del bíblico y eficaz hondazo en la frente).

La primera temporada nos presenta a Thornton como Billy McBride, un otrora brillante abogado que ahora –alcohólico perdido– sobrevive con casos de rutina. En su camino se cruza con la figura de la serie, Patty Solis-Papagian (Nina Arianda), otra abogada –por completo de ligas menores– que le propone un caso de demanda contra una empresa diseñadora de armas representada nada menos que por el bufete que le diera a Billy una patada en el traste años atrás, y de allí a la miseria en la que ahora vive.

Siendo justos, nunca –pero nunca– existe la duda de qué va a pasar. Pero como en las buenas comedias románticas, todo está construido para que efectivamente estemos a favor de que se junte la pareja; en este caso, lo que queremos es que el humilde abogado en redención (que nunca deja de ser un borracho, lo que le da un plus) logre cobrarles a los ambiciosos empresarios aquello que corresponde.

Enfrente de Billy está Donald Cooperman (William Hurt), quien fuera su socio y ahora es un villano casi que caricaturesco, escondido en las sombras por sus quemaduras en la cara (como siempre pasa con Kelley, el límite de lo cursi o directamente ridículo acecha). También Michelle (Maria Bello, algo desaprovechada), la ex esposa de Billy que se quedó con su lugar de socio en el antiguo bufete; Callie Senate, la mejor abogada rival (una espectacular, como siempre, Molly Parker), y Lucy Kittridge (Olivia Thirlby), otra abogada, ascendente en este caso, con su cuota de ambición contrapesada por su tartamudeo (y esto sólo para mencionar a los personajes principales, porque hay lugar además para secundarios del músico y director Dwight Yoakam, Harold Perrineau y Jason Ritter, entre otros).

Los dos primeros episodios de esta primera temporada son un uno-dos digno de Evander Holyfield, que te dejan boqueando. No logra mantener ese ritmo en los seis episodios restantes, pero nunca jamás deja de ser algo muy entretenido de ver, un “drama de juicios” con apuntes sólidos de novela negra.

El primo narco

El arranque de la segunda temporada desalienta un poco. Tenemos ahora a Billy defendiendo a un joven latino acusado de un doble homicidio, aunque las piezas no están orquestadas como en la primera temporada. Pero antes de que uno pueda siquiera empezar a quejarse, la serie se transforma y reconvierte en... otra cosa.

Del court-room drama no queda casi nada y lo que tenemos, en cambio, es una serie de conspiraciones políticas, criminales y perversas entre un gran número de personajes, que van elevando el grado de lo extraño y lo surrealista hasta las nubes.

Con pocos sobrevivientes del elenco original (Thornton, obviamente, y una vez más la gran Nina Arianda, acompañados por algunos del elenco secundario), la serie apuesta fuerte al recambio y propone personajes fijos para Ana de la Reguera, para un tremendo Mark Duplass (imposible describirlo, sólo vale ir y mirarlo), Morris Chestnut y David Cross, así como apariciones especiales de Lou Diamond Phillips, el siniestro Manuel García-Rulfo y –en un estupendo episodio autoconclusivo digno de una pesadilla que vale por sí mismo toda la temporada– Paul Ben-Victor, John Savage y Steven Bauer.

Lo más interesante de esta segunda temporada es el coraje que tiene la serie de proponer algo distinto. Si de su primera entrega nos había quedado la idea de que veríamos una y otra vez a este David trasnochado enfrentarse –y más o menos vencer– a los distintos Goliat de turno, la segunda tanda de episodios se centra en algo por completo diferente y termina haciendo de la producción de Amazon una serie única y llamativa dentro de la televisión actual. Al tratarse de ocho concentrados episodios, podemos asegurar que cada temporada carece por completo de “grasa” o capítulos de relleno, con un protagonista magnético y un buen elenco al servicio de historias negras en una Los Ángeles preciosamente filmada. Vale la pena buscarla y encontrarla.