En 2014 estaba en boca de todo el mundo: True Detective había traído un nuevo tipo de policial a las pantallas domésticas, uno que conjugaba el crimen con la angustia existencial. Al año siguiente, la segunda temporada liquidó el entusiasmo. Ahora, la serie regresa a sus raíces, con una reconstrucción detallada del procedimiento investigativo, y sobre todo, con grandes actuaciones.

Hasta 2013, Nic Pizzolatto era un escritor ascendente. Su novela Galveston (2010) había ganado un par de premios importantes dentro de la narrativa policial y había sido traducida a una docena de idiomas en todo el mundo, y ya tenía sus primeros pinitos hechos dentro del rubro guion televisivo con algunos capítulos de la estirada hasta el hartazgo The Killing (la versión estadounidense, como es lógico). Justamente, su experiencia en ese show le dejó un sabor amargo al nacido en Nueva Orleans en 1975. “Quiero tener mi propia visión, no llevar adelante la de otro”, declararía luego, pero lo cierto es que en 2012 Pizzolatto preparó su idea: una serie antológica policial, autoconclusiva, que tuviera una tanda de episodios que girara sobre un caso específico cada vez. La serie fue bautizada True Detective –en honor a las revistas pulp de la década del 20 o 30– y fue presentada ante HBO para fines de ese mismo año. Un año después era aceptada y recibía la atención no sólo de la más importante cadena televisiva (para ese entonces, cuando el streaming no era un hecho de todos los días) sino también de dos estrellas cinematográficas absolutas como lo eran (y son) Matthew McConaughey y Woody Harrelson. En 2014, True Detective estrenó su primera temporada y Pizzolatto pasó a ser un autor todopoderoso.

Primera guardia

El cadáver de una joven prostituta –dispuesto en un descampado de una manera escabrosa– abre la puerta a la investigación que harán dos policías de Luisiana –el nihilista, delirado, genio a nivel de loco y probablemente uno de los mejores personajes de la televisión de los últimos diez años Rustin Rust Cohle (McConaughey) y el centrado, algo desprolijo y bastante menos desvivido por la labor Martin Marty Hart (Harrelson)– persiguiendo a un asesino en serie durante nada menos que 17 años. La estructura del relato se dividía en tres momentos: el inicio original de la investigación en 1995, un nuevo descubrimiento que reabre el caso en 2002 y el presente –2012– cuando el caso finalmente encontrará su fin. La estructura policial perfecta, así como las influencias literarias –toda la trama se introduce de lleno en lo que se conoce como horror gótico, con claras influencias lovecraftianas y menciones directas a Robert Chambers y su “Rey de Amarillo”– transformó a esta primera temporada en una de las mejores series de televisión de todos los tiempos. La labor de su elenco –los ya mencionados McConaughey y Harrelson sacándose chispas, más los aportes de Michelle Monaghan, Michael Potts, Tory Kittles, Kevin Dunn, Alexandra Daddario y Shea Whigham– y, sobre todo, la dirección de Cary Joji Fukunaga de todos los episodios daban como resultado una obra compacta, imperdible, contundente. El éxito fue total y nadie se aguantaba la expectativa de ver cómo nos sorprendería Pizzolatto en la segunda temporada. Y Pizzolatto sorprendió, cómo no, pero no dejó a (casi) nadie contento.

Segunda guardia

Las razones pueden ser varias. Que HBO no quería dejar pasar el hype y apuró a Pizzolatto. Que el propio autor se lanzó a la carrera sin tener resuelta la historia entera. Que era tan buena la primera temporada que no había manera de dejar satisfecho a nadie. Que se aleja demasiado del esquema de la anterior. Probablemente todas sean un poco ciertas. Lo real es que en 2015, HBO estrenó la segunda temporada de True Detective y nos encontramos con un nuevo caso. Ahora estamos instalados de manera permanente en el presente y en la ciudad de Los Angeles. El cuerpo de un empresario, corrupto y muy bien conectado, es descubierto y la investigación del caso la lleva una unidad conjunta de diversos departamentos de Policía: el patrullero y veterano de guerra Paul Woodrugh (Taylor Kitsch) por el estado de California, el detective del departamento de Policía de Vinci Ray Velcoro (Colin Farrell) y la sargenta por el condado Ani Bezzerides (Rachel McAdams). Al mismo tiempo, la serie nos cuenta los intentos del criminal Frank Semyon (Vince Vaughn) por pasar sus negocios a la legalidad y cómo eso se termina vinculando con el asesinato.

El autor

Nic Pizzolatto no es realmente un autor demasiado pródigo. Su labor como escritor se limita a la novela Galveston y algunos relatos cortos. Por otra parte, como guionista televisivo, luego de su infructuosa experiencia en The Killing se concentró en True Detective. Por otra parte, como guionista cinematográfico tampoco se ha anotado demasiados porotitos: la remake de Los siete magníficos en 2016 y la adaptación de su novela en 2018. Hoy en día prepara junto con David Milch el largometraje sobre Deadwood que culminaría la mítica serie sobre el Lejano Oeste, que quedó trunca tras tres temporadas.

A priori –sus dos primeros episodios– dejaban un gran sabor de boca (aunque había que admitir que no estábamos ya desde el comienzo al nivel actoral al que la serie nos tenía acostumbrados, con la posible excepción de Farrell), pero pronto todo el entramado se reveló como lo que realmente era: una serie de cruces caprichosos, de personajes que trataban de ser filosóficos, con violentos tiroteos y una trama que lejos estaba de recordar a la de la primera temporada. Los fans de la serie la odiaron desmedidamente y perdieron de vista lo que en verdad era: una más que correcta serie de entretenimiento que, por supuesto, palidecía ante el atecedente. Mucho puede haber tenido que ver el alejamiento de Fukunaga de la dirección y la rotación entre diferentes directores que no le daban un tono parejo al relato (aunque entre los directores que se rotaban estaba el experto en cine de acción Justin Lin y los veteranos de Game of Thrones Jeremy Podeswa y Miguel Sapochnik, entre otros). Que se limitara tan sólo a lo policial –dejando de lado las metalecturas o sus cruces con el mundo literario– tampoco ayudó. Pero lejos está esta segunda temporada de “lo peor de la televisión de 2015” como mucho trol con teclado se apresuró a condenar. Lo cierto es que Pizzolatto desapareció un tiempo –casi cuatro años– para lamerse las heridas y regresar con nuevos bríos. Y vaya si lo hizo.

Tercera guardia

¿Qué lecciones aprendió Pizzolatto? Primero, que la estructura líneal no se llevaba bien con su propio show. Así, para esta tercera temporada retoma la narrativa fragmentada y los saltos en el tiempo a tres puntos específicos. Segundo, que no alcanza con que sea un mero policial de investigación, y que es necesario que el caso tenga una pata anclada en alguna otra cosa. Para la presente ocasión, optó entonces por una suerte de true crime fiction –que tan en boga está hoy día con los exitosos documentales de Netflix como Making a Murderer, The Keepers o Paradise Lost– partiendo de la base de un caso real que es fácilmente identificable, aunque los nombres y los hechos hayan sido cambiados o transformados en otros. Y tercero, reclutó a un verdadero peso actoral en la figura de Mahershala Ali.

En 1980, en un pequeño pueblo de Arkansas, dos niños salen en sus bicicletas a visitar por un rato a un amigo. Nunca regresan. Su desaparición es investigada por dos detectives locales que, a su vez, son ambos veteranos de Vietnam: Wayne Hays (Ali) y Roland West (Stephen Dorff). Diez años después, un sorprendido Hays es interrogado por dos abogados de la oficina del fiscal, quienes por algún motivo buscan reabrir aquel caso. Y en 2015, es nuevamente Hays –veterano y aquejado por un principio de Alzheimer– quien trata de poner todo el caso en orden para un especial televisivo en el que lo entrevistan. Así, en lo que se vuelve su “marca de estilo” es que True Detective nos lleva para adelante y para atrás en una compleja trama policial, una que tiene firmes referentes temáticos como el racismo, el prejucio y la miseria que vive toda esa zona conocida como los Ozarks incluso hoy en día.

El caso real que inspiró a Pizzolatto es el de los West Memphis Three. Tres niños fueron asesinados en Atlanta en 1993. Al igual que en la serie, no había nada que indicara claramente qué había pasado, pero se produjo el rápido arresto de tres adolescentes que apenas si fueron vinculados a los niños. Las razones fueron absolutamente vagas: los jóvenes estaban cerca, bebían alcohol y fumaban marihuana, así como vestían camisetas de bandas de heavy metal (por las que se les inventaron vínculos satanistas). Alguno de sus testimonios fue contradictorio y listo, para adentro por más de 15 años.

En True Detective los paralelismos son bastante claros, desde el nombre mismo del pueblo –West Finger en vez de West Memphis– a los tres adolescentes que pronto son sospechosos (uno de ellos tiene que defenderse en interrogatorio por usar una camiseta de Black Sabbath). Asimismo, hay una reconstrucción del caso hecho novela que acompaña la trama, algo que también sucedió en la realidad (y dicho libro, Devil’s Knott, de la periodista Mara Leveritt, es la base del documental ya mencionado Paradise Lost y de la película que comparte nombre con el libro, dirigida por Atom Egoyan en 2013). Sin embargo, Pizzolatto indicó en una entrevista que las semejanzas entre el caso real y el ficcional disminuirán en el correr de la serie.

El protagonista

Si Mahershala Ali suena impronunciable, habría que probar con Mahershalalhashbaz Ali, que fue como apareció acreditado en sus primeros roles en cine y televisión. Sin embargo, su nombre de bautismo es Mahershala Gilmore y nació en Oakland, California, en 1974. Aunque en un principio se perfilaba como basquetbolista profesional –llegó a jugar a nivel universitario– pronto escuchó el llamado de las artes y obtuvo un máster en actuación por la Tisch School of the Arts de la Universidad de Nueva York. Su debut fue en la televisión, con un personaje recurrente en el drama médico Crossing Jordan, y luego alternó papeles entre la pequeña y la gran pantalla, entre los que se destacan el personaje Remy Danton en House of Cards (cuando todavía era mirable) y papeles pequeños en Predators (2010) y Los juegos del hambre (2014 y 2015). Su salto al estrellato llegó de la mano del director Barry Jenkins y Moonlight, película que le granjearía un Oscar a mejor actor de reparto.

Este es un año dorado para Ali, cuyo nombre ya suena como candidato a mejor actor por Green Book –drama en el que comparte protagonismo con Viggo Mortensen– y su rol como Wayne Hays en True Detective.

El autor también intentó reproducir el esquema exitoso de la primera temporada con la idea de mantener a un solo realizador encargado de todos los episodios. El convocado fue el excelente director Jeremy Saulnier –responsable de tres estupendas películas recientes: Blue Ruin, Green Room y Hold the Dark, esta última disponible en Netflix–, quien dirigió los primeros dos episodios, pero se alejó de la serie durante su producción alegando las ya míticas “diferencias creativas” que buscan justificar cualquier alejamiento de un proyecto. Por tanto, el resto de la dirección la completaron Daniel Sackheim y el propio Pizzolatto (quien además, y por vez primera, coescribió uno de los episodios: lo hizo junto con David Milch, el creador de la mítica Deadwood). Como sea, los tres episodios que ya fueron estrenados por HBO muestran que la serie ha regresado a su inmenso nivel. Una historia atrapante, tensa, incómoda, estupendamente bien protagonizada por Ali, Dorff y un numeroso elenco que incluye a Carmen Egoyo, Scott McNairy, Ray Fisher y Sarah Gadon. Tres episodios que nos colman de misterio, referencias ochentosas y la arriesgada construcción de una realidad a partir de una memoria devastada por el Alzheimer. Quedan cinco capítulos para suerte o verdad.