“A diferencia de los dos primeros discos, Querencia toca cosas más personales, más del corazón. Se me hacía muy difícil presentar estas canciones con otro nombre que no fuera el de mi cédula”, cuenta Nicolás Molina. Habla de su tercer trabajo, que presenta hoy a las 21.00 en La Trastienda (con entradas por Abitab a $ 400 y $ 600), que es el primero que no sale bajo el nombre artístico de Molina y Los Cósmicos.
El músico confiesa que perfectamente también podría haber firmado con su nombre y apellido El desencanto (2014) y Folk de la frontera (2016), pero le daba “un poco de pudor”, y por eso buscó la forma de “escudarse” en el nombre de una banda. Pero el cambio no sólo se debe al contenido del disco: también hay una diferencia de integrantes. José Nozar, baterista de Buenos Muchachos y La Hermana Menor, es el encargado de las baquetas, en tanto Pablo Gómez hace lo propio en los teclados y Sebastián Arruti en el bajo; este último sí es el mismo de Los Cósmicos, mientras que Molina tomó más protagonismo con las guitarras.
La palabra querencia tiene varias acepciones, pero la más común –y la que conocía Molina– es, según la inefable Real Academia Española, “Inclinación o tendencia de las personas y de ciertos animales a volver al sitio en que se han criado o tienen costumbre de acudir”. En 2018 falleció el padre de Molina. Fue la primera persona cercana que el músico “enterró”, y le dolió de una “manera diferente”. Eso le trajo un montón de sentimientos encontrados sobre Castillos, la ciudad de Rocha en donde se crio y vivió casi toda su vida. “Ese lugar pasó a ser diferente, como de otra dimensión. Entonces, me di cuenta de que las letras del disco iban por ese lado. Estaba rememorando cosas que pasaron y que ya no van a pasar, y cómo uno se siente en ese lugar que te da cosas muy buenas, pero también otras muy malas”, dice.
Por eso no es casualidad que Querencia empiece con “Tres flores para el mar”, una canción que ostenta una larga introducción instrumental de arpegios lentos y acústicos que remiten a sentimientos como la tristeza y la nostalgia. La estrofa que aparece al final cierra la idea: “Estas tres flores que traigo / son tres flores que traigo, / y son para la mar / y son para flotar / en ondas de la verdad / de hombres que ya no están”.
“Dando vueltas por mi pueblo, / esperando no sé qué, / voy borrando mis recuerdos, / lo que pasó ayer”, canta Molina en “¿Qué pasó?”, una contundente canción de pop-rock que sobresale en el disco, y que también está marcada por sus coordenadas personales. El álbum tiene sólo siete canciones, pero dura lo mismo que un disco promedio (39 minutos), porque varios temas son larguísimos, sobre todo el del final, “Los últimos hippies del verano”. Se trata de una canción pop nostalgiosa, con matices electrónicos, dedicada a los que se mencionan en el título. Molina cuenta: “Con mi familia siempre tuvimos panadería y todo mi mundo –así como todo lo de Rocha– giraba un poco en función del verano, con ese choque cultural que hay, de montevideanos, argentinos, brasileros y gente autóctona. Hay un momento súper triste que es cuando termina la Semana de Turismo, y sabés que hasta diciembre o enero no vienen más. Pero al crecer empecé a adorar esa parte, cuando se iban todos los turistas y me quedaba solo; era algo muy lindo. Pero también empecé a notar que sigue habiendo hippies después del verano, personas que quedaron rezagadas, como zombis, haciendo dedo”.
Ahora Molina vive en Paso del Bañado, cerca de Castillos, pero también en Montevideo. Tiene una pata en cada lado, porque allá trabaja en el campo –alquiló la panadería– y acá, en la capital, cuida a su hija. Acota que si fuera de Texas diría que en el campo trabaja de cowboy, pero, como es de Castillos, dice que cuida vacas. La referencia al estado sureño de Estados Unidos no es en vano, ya que en 2016 Molina participó en el festival South by Southwest, que se organiza anualmente en Austin, la capital de Texas, y al que volverá en 2020, porque otra vez fue seleccionado para participar. Y en esto de ir y venir, Querencia se grabó en la casa de Molina, en una computadora vieja que ya anda a los tirones y que también fue testigo de las canciones de Los Cósmicos, pero se mezcló allá arriba, en Arizona, en una computadora más rápida. Hoy de noche Molina tocará su nuevo disco, pero también los anteriores, para los que contará con su antigua banda, y se olvidará, por un momento, del nombre que aparece en su cédula.