En su momento, la investigación sobre los Panama Papers pareció marcar un antes y un después en la vida de mucha gente, para después ser suplantado por el siguiente problema de turno. Sin embargo, más allá de las posibles repercusiones para el ciudadano de pie, sí fue un escándalo con cola, como intenta demostrar este nuevo estreno de Netflix, en su incesante búsqueda de producir largometrajes que estén a la altura del éxito de sus series.

Y aún cuando su posible éxito está por verse, no cabe duda de que pusieron toda la carne sobre el asador: dirige Steven Soderbergh (quien ya hecho realizado un entretenido largo para la compañía de streaming: Logan Lucky) e integra un señor elenco: Jeffrey Wright, Melissa Rauch, Robert Patrick, Sharon Stone, David Schwimmer, Matthias Schoenaerts, Nonso Anozie y, liderando a toda la pandilla, un trío de oro: Antonio Banderas, Gary Oldman y la infalible Meryl Streep.

Es justamente Ellen Martin, el personaje de Streep, el punto de partida de esta historia: luego de sufrir una tragedia, descubre que el seguro que supuestamente le tocaba no es tal. Ante la injusticia, comienza a seguir el hilo de aseguradoras, empresas y diferentes nombres que cruzan vaporosos y vagos frente a sus ojos, hasta encontrar una firma que se repite: la de Mossack y Fonseca, dos abogados que dirigen un bufete en Panamá y que, al parecer, están detrás de muchos, pero muchos, negocios.

Son los propios Mossack y Fonseca (Oldman y Banderas, inmejorables) quienes van narrando en paralelo cómo llegaron a instalarse como geniales lavadores de dinero, terminando por ser mascarón de proa de un sinfín de negocios que incluían –y no de manera excluyente– tráfico de drogas, evasión de impuestos, sobornos, e involucraban a varios de los líderes políticos más poderosos del mundo y diferentes figuras públicas (incluyendo nada menos que a Vladimir Putin, el ex primer ministro islandés Sigmundur David Gunnlaugsson, Mauricio Macri y Lionel Messi, entre muchos otros). En total, Mossack y Fonseca apoyaron a más de 14.000 clientes en la fundación de 214.000 firmas en 21 paraísos fiscales.

El camino elegido por Soderbergh para meterse hasta los codos en el lodo de explicaciones económicas y fraudes que no quedan claros en una primera mirada es el mismo que eligiera Adam McKay para The Big Short (donde se explicaba el estallido de la burbuja económica y consecuente crisis financiera en Estados Unidos de 2007 a 2010) utilizando, primero que nada, el humor y cierto tono entre satírico y mordaz, pero que no desprecia nunca el elemento didáctico. A diferencia de McKay, Soderbergh da un alegato político y, sobre todo en su recta final, el film abraza lo propagandístico para transformarse en una película de denuncia (con Meryl Streep hablando directamente a cámara y al espectador).

Esto, que puede llegar a aportar a lo pedagógico, no ayuda a que La lavandería sea una mejor película: el mensaje venía bien explicado ya por métodos narrativos tradicionales y no era necesario volverlo tan obvio. De todos modos, brilla el trío principal, el ritmo de la historia y lo entretenido de su trama.

Como nota de color, Mossack y Fonseca –los reales– trataron de detener la distribución de esta película, acusando a Netflix de difamarlos. Tuvieron mucho menos éxito deteniendo su estreno que como evasores fiscales.