No hay mejor manera de comenzar una historia que con el protagonista harto de su propia existencia. Es que el público necesita drama, necesita ver cómo un personaje intenta escapar de la ruedita de hámster que en muchos casos se construyó solito para triunfar (o fracasar) en la construcción de una nueva rueda. Mucho más linda. Pintada de colores brillantes y con un rulemán.

En Living with Yourself, una de las tantas nuevas series de Netflix, a priori el protagonista es Miles Elliot, pero en realidad es Paul Rudd, uno de esos actores difíciles de odiar, sin llegar a ser Tom Hanks. Cualquiera que odie a Tom Hanks suma un montón de puntos en el examen de psicopatía.

Conocimos a Rudd en Ni idea (Clueless, Amy Heckerling, 1995) como el hermanastro de la despistada Cher, interpretada por Alicia Silverstone, y la fama televisiva le llegó gracias a su papel de Mike, el interés romántico de Phoebe, en la archipopular Friends. Así, corría el año 2002 y Rudd ya era adorable y tenía el mismo rostro que, pacto diabólico mediante, mantiene hasta nuestros días. En los últimos años estuvo ocupado haciendo de Scott Lang, el Hombre Hormiga, en al menos cuatro películas del Universo Cinematográfico de Marvel. Pero no se lo echaremos en cara. Mucho menos en esa cara tan agradable.

Decía que en esta oportunidad se pone en la piel de Miles, un creativo publicitario cansado e infeliz. Su vida, tanto en el plano personal como en el laboral, está sumergida en la repetición y el hastío, después de haber tenido años de amor genuino y reconocimientos profesionales. Entonces, la forma que encuentra este sujeto de escapar de la ruedita de hámster es seguir el consejo de un colega y acercarse hasta un misterioso centro de salud, donde dos misteriosos coreanos le prometen una misteriosa reconfiguración de su ADN que lo dejará como nuevo. Lo que no es ningún misterio es el precio: 50.000 dólares.

Miles Elliot se despierta renovado, con la energía y vitalidad de un adolescente, sintiendo un gran amor por su esposa y con grandes ideas para aportar a la próxima campaña publicitaria. Hay un solo problema: Miles Elliot acaba de despertarse a kilómetros de donde se suponía que estaba; descubre que fue enterrado vivo y no entiende nada de lo que está ocurriendo. Para peor, está aun más cansado e infeliz.

El clon

No se trata de ningún spoiler, ya que es la mismísima premisa de la serie: el tratamiento consiste en tomar células del paciente, hacer un mapeo neuronal, y con eso generar un clon nuevecito de paquete. ¿Qué hacer con el cuerpo original, tan venido a menos? Pues matarlo y enterrarlo por ahí.

Aunque ninguno de los elementos que componen Living with Yourself es un canto a la originalidad, el creador y guionista Timothy Greenberg (quien fue productor de The Daily Show with Jon Stewart) se las arregla para combinarlos en forma atractiva y entretenida.

Ese centro de salud, que combina una locación lúgubre, instalaciones mediocres y tecnología de avanzada en el planeta, recuerda por momentos a la compañía Lacuna, de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Michel Gondry, 2004). Más cercana en el tiempo se encuentra la miniserie Maniac, también de Netflix, que cuenta con las actuaciones de Jonah Hill y Emma Stone. Allí también teníamos un retrofuturismo aplicado a la medicina, más precisamente a la salud mental.

Aquí, como ocurre tantas veces, no importa saber cómo funciona la clonación. No nos preguntamos por qué no ha despertado sospechas entre las máximas autoridades… aunque más adelante obtengamos alguna hilarante respuesta. Hay un componente de “ciencia ficticia” que, combinado con la incapacidad de matar al Miles original, hace que terminemos siguiendo las desventuras de dos Miles.

Doña Kate y sus dos maridos

No estamos ante la clásica comedia, sino frente a ese híbrido que, cuando está bien hecho, supera a los mejores dramas. Por un lado tenemos los enredos de dos personas completamente iguales que deben turnarse para cumplir con determinadas tareas sin que el mundo se dé cuenta de lo que está ocurriendo –esto sin mencionar los momentos en los que la cámara toma a ambos sujetos y solamente podemos imaginar el trabajo que habrá tenido Paul Rudd para completar esas escenas–, y después está el costado más “serio”, que gira alrededor de la relación entre Miles y Kate (Aisling Bea), agrietada por los años y la infructuosa búsqueda del sucesor o la sucesora. Kate se encontrará con una nueva versión de su esposo, adorable y en mejor estado físico, que la ama porque conserva todas las memorias de la versión original. Sin embargo, no deja de ser una aberración de la ciencia, y es interesante asistir a la compleja e imperfecta forma en la que ella se relaciona con ambos.

Metida en todo esto, claro está, se encuentra la cuestión filosófica de la persona, de si existe algo así como el alma y dónde reside. Pero en ningún momento habrá un personaje como Chidi, de The Good Place, que se detenga a hacerse esas preguntas. Están ahí, pero cada uno de los espectadores deberá sacar sus propias conclusiones. ¡Rápido! Porque en cualquier momento los científicos se cansarán de clonar ratones y nos complicarán la vida.

Los dos veredictos

Living with Yourself no pretende que nos cuestionemos nuestra propia ruedita de hámster. Tiene una intención principalmente de entretenimiento, y lo consigue gracias a la premisa, a las actuaciones y a la forma en que está contada la historia, que alterna entre episodios Miles-1-céntricos y otros Miles-2-céntricos. Hasta tendrá tiempo para un episodio Kate-céntrico.

Paul Rudd se desdobla todo lo que puede, si entendemos que se trata de la misma persona con los mismos recuerdos (hasta el momento en que empiezan a tomar caminos diferentes). Sí, es difícil pensar en un Paul Rudd ojeroso e infeliz, pero terminamos por aceptarlo.

Son ocho episodios que se miran en un fin de semana y nos dejan una sonrisa dibujada. A veces solamente queremos eso.