En la loca, loca batalla de la televisión, HBO viene luchando desde hace años para mantenerse en la cima, que hoy debe compartir con Netflix (Amazon viene un poco más atrás). Más allá del lema “no es televisión, es HBO”, lo cierto es que sigue siendo una plataforma de estupendos productos, personales, diferentes, de autor, incluso, aunque no todos terminan teniendo el reconocimiento público que merecen. Por cada Game of Thrones o Chernobyl que paraliza a las audiencias, hay un Barry o un Ballers de menor repercusión, sin que esto afecte casi nunca la potencia y efectividad de sus series, o lo interesante de sus contenidos.

En este segundo grupo, de las de trascendencia modesta, digamos, Silicon Valley destaca por muchísimos méritos. El primero (y quizá el más importante) es el de haber terminado su andadura de seis temporadas sin jamás comprometer su estupendo nivel.

Esquema bendito

Silicon Valley es la historia de Pied Piper, una modesta compañía que hace su aparición en la dura competencia tecnológica con una nueva manera de comprimir archivos, una que hace parecer al WinRar paralítico. Pero claro, tener buena tecnología es sólo una parte del asunto, porque para poner en marcha el producto se necesita relaciones públicas, don de gentes y, por encima de todo, muchísima suerte. Y es en todo esto último que la barra de Pied Piper falla tan miserable como hilaramentente.

El reparto se ha mantenido más o menos estable durante toda la serie si descontamos alguno que murió (en la vida real y en la ficción) y alguno al que las denuncias del #MeToo lo bajaron de un hondazo. Esencialmente, son Richard (Thomas Middleditch), Dinesh (Kumail Nanjiani), Gilfoyle (mi total y absoluto favorito, Martin Starr), Monica (Amanda Hall) y Jared (el robaescenas Zach Woods). Entre este quinteto es que se desarrolla mayoritariamente la serie, sumando algunos secundarios rotativos tales como Big Head (Josh Brenner), Jian Yang (Jimmy O Yang), Laurie Bream (Suzanne Cryer) que será la mayor antagonista, Gavin Belson (inmenso Matt Ross), una suerte de gurú de la tecnología pero que además es flor de chanta.

El esquema de la serie es casi siempre el mismo: los protagonistas tienen una gran idea (en definitiva, son genios), parece que no podrán imponerse, luego que sí, sigue una catástrofe inesperada y rescate en la hora. Esto se repite temporada a temporada, incluso a veces en un mismo capítulo, pero el resultado en la reiteración es sorprendente. Uno sabe que va a pasar esto y espera ver cómo los guionistas (que son también los creadores de la serie: John Altschuler, Mike Judge y Dave Krinsky) se las ingenian para que esta sucesión ocurra, logrando impactar siempre. Y además de todo, divertir muchísimo.

Porque es su falta de interacción social, su torpeza (geekness, podría decir un gringo) y su incómoda y desafortunada ausencia de tino (es notable lo mal que se pone uno cuando ve a los personajes dirigirse sin dudar a su propia desgracia) el notable disparador de una comedia inteligente y al mismo tiempo zafia, una narrativa que se apoya en sus estupendos personajes (y la tremenda entrega del elenco que lo desempeña), a los que uno termina cobrándoles muchísimo cariño.

Un giro más

Con tantas altas y bajas, con cada vez que Pied Piper estuvo a las puertas del cielo y del infierno, generaba gran curiosidad ver cómo cerraba la serie en esta, su sexta y última temporada. Sobre todo, porque en los episodios anteriores estaban bien posicionados, y finalmente instalados en el Valle de San Fernando (cuna de la tecnología en Estados Unidos y proveedor del nombre de la serie) como una empresa valuada en mucho dinero, a punto de empezar a revolucionar el mundo y la manera de usar la tecnología en él.

Por supuesto, esto es Silicon Valley, por lo que uno no debería asombrarse al ver cuán poco dura esta bonanza y cómo todos tienen que empezar a correr como locos para tratar de salvar la empresa y a ellos mismos. De hecho, en esta última tanda de episodios (siete, la temporada más breve de todas) el método “sube-y-baja” está tan aceitado que incluso logra agarrar al espectador desprevenido y desconcertarlo, al mismo tiempo que mantenerlo al borde de la silla, ansioso por saber cómo terminará todo.

El episodio final es una completa maravilla, una revisión de la serie toda en 48 minutos, unos 20 más que el capítulo promedio, en el que todo cierra tan de maravilla que emociona.

Y así, con poco ruido pero muchas nueces, Silicon Valley termina su historia. En esta “primavera de la televisión” muchas veces hay tanto para ver que se descarta mucho material, incluso alguno que uno sabe de calidad. Valgan estas palabras para que se tenga en cuenta esta ácida comedia de personajes inolvidables, que incluso y además de todo (en esta época en la que los finales son mirados con lupa) cierra con altísimo nivel.