Las novedades de Netflix la habían destacado, pero a priori se veía muy poco apetecible. Una nueva revisión del mito de Santa Claus (o Papá Noel, si prefieren) con el posible aliciente de que la animación era prácticamente la tradicional 2D. Algunos contactos en redes sociales la habían alabado, pero no alcanzaba con eso, así que era un “paso” con todas las letras. Hasta que mi hija más chica (3) me pidió para ver algo y mi hijo más grande (11) dijo “miren Klaus que está buenísima”. Y como estamos en esa edad en la que el hijo recomienda cosas, y emboca, le dimos play.

Primera sorpresa: no se trata de una película navideña. O sí, pero es navideña, si se quiere, por consecuencia y no por parte fundamental de su trama. Porque el protagonista es Jesper, el hijo del director del Servicio Postal y aprendiz de cartero, un bueno para nada que vive disfrutando de los beneficios que le brinda su posición sin trabajar en lo absoluto, demasiado ocupado tomando té entre sábanas de seda. Entonces, harto, su padre decide apostar fuerte a generar un cambio, de una vez por todas, y traslada a Jesper al pueblo más, más pero más al norte que existe dentro de su mapa de servicio: Smeerensburg, que está ubicado, para colmo, en una isla diminuta. El lugar es un infierno helado y todos los carteros lo saben. Para que Jesper logre abandonar este exilio deberá entregar la friolera de 6.000 cartas, nada menos.

Si ya de por sí 6.000 es todo un número, más complicado será cuando Jesper descubra que el pueblo está totalmente partido al medio, con dos facciones que se odian profundamente y que interaccionan sólo cuando suena una campana para avisarles que salgan a la plaza principal a darse de tortazos. Las dos tribus no cruzan entre ellas nada que no sean golpes o cuchilladas, mucho menos, cartas.

Absolutamente desamparado, Jesper trata de conseguir que sean los niños quienes escriban, pero el pueblo está tan abocado a su lucha interna que la maestra ya no ejerce (ha devenido vendedora de pescado). En un último intento desesperado, Jesper va al extremo de la isla a ver a un leñador –de nombre Klaus, gordo y de barba blanca, pero no, no es Santa Claus– como candidato final para cartearse con alguien. No adelantemos más.

Lujo 2D

Klaus es una revisión profunda e innovadora de aspectos tan típicos como característicos de la Navidad, esos que tenemos grabados a fuego. El Papa Noel gordo y risueño, los regalos, el trineo, los renos, la risa teatral son transformados en mojones de la propia trama. Así, el director español Sergio Pablos –con guion de Zach Lewis y Jim Mahoney, junto al propio Pablos– logra un resultado indudablemente fresco, divertido y, no se puede negar, profundamente conmovedor.

Si a alguna película navideña recuerda, es a Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life, de Frank Capra, 1946) pero antes que por villancicos o fechas conmemorativas, lo hace por cómo le revela al protagonista su propia importancia en cuanto a su entorno. Así como George Bailey (inolvidable James Stewart) descubría cuán importante era a partir de todo lo que había hecho para su gente y su pueblo, observando cuán miserables habrían sido todos si él no hubiera existido, Jesper termina entendiendo que una pequeña acción amable despierta otra, y así, aunque comienza todo esto para poder largarse del pueblo, terminará entendiendo que ningún hombre es una isla y que actuar noblemente (humanamente) tiene sus recompensas.

¿Se trata entonces de una película moralista y con mensaje? Pero claro que sí, ¿que esperaban? Es, después de todo, una película navideña.

Unas palabras aparte merece, sí, tal cual adelantaban mis contactos, la animación. El trabajo de Pablos ‒y su equipo, liderado por su codirector Carlos Martínez López‒ es hermoso. No cabe otra definición. La paleta de colores, el diseño de los personajes, la apuesta por el 2D terminan por ser el alma de esta película y no un capricho estético. Su alejamiento del hiperrealismo, tan en boga, y sus personajes, que recuerdan la línea de historieta franco-belga, son la espina dorsal de Klaus, una película emotiva, divertida y con personajes inolvidables ya desde su aspecto (o el mismísimo Smeerensburg, pueblo que se transforma por su diseño y presentación en un personaje por derecho propio).

De modo que no juzguen, como quien suscribe, el libro por la portada y denle una oportunidad a Klaus. Mucho más que un estreno navideño.