La Biblia. Don Quijote de la Mancha. El origen de las especies. El manifiesto comunista. Hay libros que tienen asegurado un lugar en la historia y que en ocasiones influyen en la humanidad con su sola aparición. Algo similar ocurrió en Japón en 2011, aunque los hispanoparlantes debimos esperar cuatro años más para que se edite La magia del orden: herramientas para ordenar tu casa... ¡y tu vida! El mundo jamás volvería a ser igual, al menos dentro de los cajones y alacenas.

Detrás de esta obra se encuentra una joven japonesa que, dando consejos que tienen mucho de sentido común, nos invita a deshacernos de aquellos objetos que no nos despiertan felicidad y a doblar las remeras más veces, hasta que queden chiquititas. Esta veta bastante pragmática de la autoayuda lleva vendidos millones de libros alrededor del mundo y convirtió a Marie Kondo en la gurú del orden.

Hasta el año pasado seguramente su nombre te sonara familiar o conocieras a algún pariente que hubiera comprado su libro, pero en las últimas semanas las redes sociales la volvieron trending topic durante varios días consecutivos. ¿Qué pasó? ¿Encontraron al señor Kondo dobladito adentro del freezer de su casa? No. La respuesta, como en tantos otros trending topics, es que Marie estrenó serie en Netflix.

El 1° de enero llegaron los ocho episodios de ¡A ordenar con Marie Kondo!, con signo de exclamación y todo, para poner de manifiesto el entusiasmo que la autora demuestra cada vez que ingresa a la vivienda de sus alumnos de turno. Radicada en California junto con su familia (incluyendo al señor Kondo, que renunció a su empleo para convertirse en director ejecutivo de la empresa con la que se casó), esta japonesa protagoniza su propio reality show. El objetivo es obvio: llegar como una Mary Poppins y recordarnos que incluso la peor medicina con azúcar gusta.

La comparación con la niñera no es caprichosa. La primera vez que la vemos está cobijada debajo del paraguas sostenido por Iida, su fiel escudera y traductora. Y al igual que la dama prácticamente perfecta, en cuanto cambia el viento Marie se va con alguna otra familia que precise de sus consejos acerca de cómo doblar remeras.

El salto de las páginas de un libro a la pantalla del televisor fue un éxito, quizás porque con sus 143 centímetros de altura es la representación viviente de eso que los japoneses conocen como kawaii: cosas o personas que son encantadoras, tímidas y un poco aniñadas (cute, dirían los yanquis). Con su inglés rudimentario e incluso durante sus discursos en su lengua madre, Kondo te convence de que lo mejor que podés hacer es tirar todas esas cajas que tenés en el garaje. Después de tantos concursos de talento con jueces viperinos y de ver cómo Gordon Ramsay hace llorar a sus víctimas, Marie es el antídoto perfecto.

[emotional music playing]

Y sin embargo... el formato es, al mismo tiempo, su peor enemigo. Sobre todo cuando descubrimos que el Mago de Oz no es un gigantesco hechicero que larga humo y hace retumbar las paredes del castillo con su vozarrón, sino que la verdadera magia está en la sala de edición.

Como cualquier reality show que se precie de tal, la verdadera historia fue construida por el editor, tiempo después de filmar la última toma. Algunas acciones son necesarias, como acortar los tiempos de cada conversación, que debe ser traducida por la laboriosa Iida. Además de la compleja tarea de construir una narrativa en 35 minutos a partir de decenas de horas de material.

El problema no es ese, sino todos esos momentos en los que se nota la artificialidad de la construcción: las pausas dramáticas con tomas sacadas de contexto, la música que anticipa lo que debemos sentir (acentuado por los subtítulos en inglés de Netflix, que describen que la nueva música es emotional o melancholic) y el peor de los vicios: el efecto infomercial.

El efecto infomercial son todas aquellas tomas del “antes” en las que se acentúa lo mal que está pasando la familia que necesita a Marie Kondo. Los Friend, por ejemplo, son la típica pareja con dos hijos pequeños. Pues para mostrar y demostrar que no pueden vivir sin esta Hello Kitty humana, el programa nos muestra los momentos en los que todo sale mal, como en el infomercial que te vende una juguera, y muestra a una persona utilizando el exprimidor con una torpeza digna de un chimpancé con demencia senil.

¡Orden en la sala!

Volvamos al programa. Si dejamos pasar estos vicios e ignoramos cierta tendencia al animismo de la diminuta anfitriona descubrimos que tiene un par de cosas interesantes para decir. ¿Obvias? Tal vez, pero por algo seguimos viviendo en nuestros chiqueros hasta que llega con su paraguas y nos permite ver las cosas desde otro ángulo.

En cada uno de los episodios se detalla alguno de los cinco pasos del método KonMari. Se comienza por la ropa, luego los libros, los papeles, objetos misceláneos, y finalmente los que nos despiertan sentimientos más fuertes. En cada uno de los casos, la idea es quedarnos con aquello que nos genera felicidad (que nos gusta, bah) y dejar ir lo que ocupa espacio al pedo en nuestro hogar. Eso sí, antes de irse le agradecemos para no sentirnos tan culpables. Gracias, remera escote en V que nunca usé porque no me gustan los escotes en V en las remeras; mejor suerte con tu próximo dueño.

Una y otra vez Kondo nos enseñará a doblar la ropa, y una y otra vez nos mostrará que podemos guardar los utensilios en cajitas dentro de los cajones, para que todo se vea mejor. Alguien tenía que ponerlo en palabras y ella lo hizo.

Contrapunto

Como ocurre cada vez que alguien “la pega”, surgieron voces que salieron al cruce de la kondomanía. Como una columna firmada por Sergio del Molino en El País de Madrid, en la que acusa a la japonesa de perpetuar la idea de que la gente ordenada es moralmente superior y dice que sus deseos de limpieza y pulcritud “esconden un asco hacia el mundo, hacia la masa, hacia lo incontrolable”. Sergio, mirá que yo me identifico más con el caos mental e inmobiliario que con la doctrina MK, pero algo de razón tiene; cada vez que saco todos los libros de la mesita ratona y queda vacía me siento mejor, porque sé que podré llenarla de nuevos libros.

A propósito, hace algunos días se viralizó una recomendación suya de no tener más de 30 libros en cada casa, algo que en su momento me horrorizó (solamente de Leo Maslíah tengo 35). Ella salió a aclarar que no era tan así, ya que la estaban comparando con los bomberos de Fahrenheit 451. Tené cuidado, Marie, que con estas cosas no se jode.