¿Cuántas veces quisimos volver el tiempo atrás después de una mala decisión? Desde pedir el gusto incorrecto de helado hasta salirle de garantía a ese amigo que (hasta el momento) nunca te había jodido. Sin embargo, el tiempo no solamente es tirano en la televisión, sino también fuera de ella.

Tanto nos obsesiona el implacable transcurso de los acontecimientos que al menos quisimos derrotarlo en el mundo de la imaginación, y son incontables las historias de artilugios que nos permiten movernos para atrás o adelante de la cuarta dimensión. Desde la máquina soñada por HG Wells y perfeccionada por Ricardo Canaletti en Cámara del crimen, hasta el DeLorean conducido por Marty McFly que lo dejó al borde del incesto y la desaparición, pasando por los aparatos gilliamescos de la asfixiante 12 monos (Terry Gilliam, 1995).

Algunos tienen menos suerte y terminan atrapados en loops temporales, de los que solamente escapan si “aprenden la lección”. Quizá la más recordada de estas historias, por el uso del recurso y por la calidad del producto final, sea Groundhog Day (Hechizo del tiempo, 1993). La película dirigida por Harold Ramis y protagonizada por Bill Murray mostraba a un meteorólogo obligado a revivir la misma jornada (el Día de la Marmota) una y otra vez. ¿Cómo olvidar aquel reloj despertador que se activaba con “I Got You Babe”, de Sonny & Cher?

Tom Cruise y Emily Blunt fueron loopeados por extraterrestres en Al filo del mañana (Doug Liman, 2014), Franka Potente sudaba la gota gorda en Corre, Lola, corre (Tom Tykwer, 1998) y el doctor Strange utilizó los bucles a su favor en su debut cinematográfico para derrotar al poderoso Dormammu. Más cerca, en la película Feliz día de tu muerte (Christopher B Landon, 2017), el guionista de cómics Scott Lobdell escribió la historia de una joven asesinada el día de su cumpleaños y obligada a repetir esa jornada.

Ensalada rusa

Quizás esta última sea la referencia más similar a Russian Doll, la serie de Netflix disponible desde el 1º de febrero en todo el mundo. Su protagonista es Nadia (Natasha Lyonne), una muchacha que cumple 36 años y se ve atrapada en un sinfín de muertes y resurrecciones, regresando siempre al mismo momento de su fiesta de cumpleaños, siempre con la misma música de fondo (“Gotta Get Up”, de Harry Nilsson).

Con seguridad, el primer déjà vu no lo experimente la protagonista sino los espectadores: “Esa actriz me suena de algún lado”. Es que Lyonne tiene decenas de películas en su haber y muchas participaciones televisivas. Fue parte de la saga de American Pie y se volvió mundialmente conocida (o reconocida) por interpretar a Nicky Nichols en Orange is the New Black.

Si se puede hablar de un papel consagratorio, sería el de esta adicta a hacerse daño, que también tiene una notable capacidad de mantener personas cerca, pese a su adicción a hacerles daño a ellos también. Su conducta, que asemeja a la que tuvo la actriz durante gran parte de su edad adulta, tendrá una explicación que no solamente activará nuestra capacidad empática, sino que será fundamental para escapar de ese ciclo tan negativo.

Natasha Lyonne no se conforma con copar la pantalla; es una de las cocreadoras de la serie, junto con Amy Poehler (Parks and Recreation) y Leslye Headland, además de formar parte del equipo 100% femenino de guionistas y directoras. Un equipo que hace todo entre bien y muy bien.

Nadia entiende todo

Volvamos a la trama. Los primeros episodios se encargan de transmitirnos la premisa: cada vez que Nadia muere, regresa al mismo instante. Sin embargo (siempre hay un “sin embargo”), la fatalidad parece perseguirla. Como si se tratara de una película de la saga Destino final, la Muerte con mayúsculas anda tras ella, incluso en situaciones aparentemente inofensivas. Hay algo más detrás de todo eso y ella no se detendrá hasta descubrirlo.

Los internautas han dedicado tiempo y caracteres a calcular cuántos días pasó Phil Connors (Murray) atrapado en el mismo pueblito de Pensilvania el Día de la Marmota. Las estimaciones más repetidas van entre diez y 40 años, y esos son un montón de días. Por suerte Nadia Vulvokov es más lista, incluso con su comportamiento autodestructivo, y a los pocos intentos empezará a desenroscar la trama, que ganará en complejidad cuando cuente con la ayuda de un completo desconocido llamado Alan (Charlie Barnett).

Además de las relaciones interpersonales, que entenderemos más con cada iteración, y del ingrediente detectivesco, sobre el final de la temporada se sumarán dos elementos menos vistos en esta clase de historias, uno más efectivo que el otro.

El primero (más efectivo) tiene que ver con las famosas muñecas rusas del título, en las que cada nueva figurilla, además de ser más pequeña, está pintada con menos detalles que la anterior. Algo así comenzará a ocurrir en este mundo, o mundos, lo que repercutirá en la urgencia de los protagonistas por resolver el misterio. Lo segundo (menos efectivo) es el elemento sobrenatural.

La tormentosa infancia de Nadia en relación con su madre (Chloë Sevigny) es la que explica el presente problemático en actitudes y consumos. Pero cuando los fantasmas del pasado se vuelvan literales, uno tendrá ganas de gritarle al televisor “¡ya lo entendí!”. Además de que vuelve a poner distancia entre las historias de Alan y ella, cuando el guion empezaba a mostrarlos como iguales.

¿Se va la segunda?

Russian Doll está pensada como una historia a contarse en tres temporadas, más allá de que nos ofrece una experiencia completa con un cierre satisfactorio, que incluye una simpática sorpresa referida a la protagonista y a otro personaje, que a esa altura ya estará irremediablemente unido a su destino.

Como ocurre siempre, la continuación dependerá de la respuesta de los espectadores, algo que en el caso de Netflix es más difícil de medir si no trabajamos en Netflix. Nadia (y Alan) ya demostraron que tienen ganas de seguir viviendo, algo que el servicio de streaming debería tomar en cuenta a la hora de dar luz verde a una continuación. En caso contrario, tendremos que ver estos ocho episodios una y otra y otra vez, hasta morir.