Andrés Reyes es hiperactivo, o hiperproductivo. Escribió dos libros sobre su cuadro (Ganes o pierdas, de 2015, dirigido a niños, e Historia de Nacional, de 2010), una Historia de la Fórmula 1 (de 2016, también para niños) y la serie de reflexiones sobre nuevas masculinidades Hombres 2.0 (2016). Integró el equipo periodístico de 13 a 0, escribió sobre fútbol para Brecha y a partir de 2017 fue uno de los conductores de Todo pasa, el programa que llegó a ocupar el espacio que había dejado No toquen nada en Océano FM. Allí divide su tiempo entre las columnas de Lubo Adusto, el personaje con el que encarna a un viejo comentarista deportivo, la presentación de entrevistas, el comentario de noticias y la conducción de “El preguntín”, un estricto concurso de conocimientos. En paralelo, sigue manteniendo el blog Todo por la misma plata, alrededor del que se ha formado una comunidad que lo sigue en sus juegos y desdoblamientos humorísticos.

Este año no escribiste para Cayó la Cabra. ¿Seguís el carnaval?

Sí, este año no fui ni al Teatro de Verano ni al tablado, pero vi. Me gustó bastante La Trasnochada. Cayó la Cabra me gustó, pero, no sé si por una cuestión sentimental, me gustó menos que el año pasado. Ayer vi a Nazarenos, con el pelo de Aldo Martínez en su esplendor, figura máxima del carnaval. Y vi a Zíngaros, que es un antes y un después en la historia de la humanidad. Nunca vi algo tan espantoso. Me dio entre vergüenza ajena y necesidad de entender lo que estaba pasando, sin éxito.

¿Y a la Catalina?

La vi pero no me generó mucho. Me parece que abusa un poco del recurso del Zurdo Bessio entrando a tirar los solos; me aburre un poco. Después es más o menos el mismo discurso de la Catalina de siempre: no es demasiado crítico con nada, una cosa medio conciliatoria y prolija. Muy lindos los trajes. No me sorprendería que ganaran; al lado de Los Saltimbanquis, que ganaron el año pasado, son arte puro.

¿Qué te dejó la experiencia adentro del carnaval?

La primera sensación es que fue muy lindo haber sido parte de eso y al mismo tiempo que no había forma de ganar. No había forma de hacer un análisis racional de lo que pensaba el jurado. Yo podía entender en maquillaje, vestuario, lo que fuera, pero que en texto las diferencias fueran tan exiguas entre una cosa y otra, no lo pude entender. Pero ta, para mí fue lindo porque nunca había estado en ese mundo. Mi hijo grande es hincha de la Cabra desde hace como cinco años, y cuando le dije que iba a empezar a escribir para ellos en su mente pasé a ser como Mick Jagger. Yo había escrito libros y le chupaba un huevo, pero le dije que estaba en la Cabra y se ufanaba de eso con sus amigos, algo que con ninguna de mis otras facetas había pasado.

Arrancaste en la radio como escucha, en el programa de Rómulo Martínez Chenlo y el Profe Piñeyrúa Fútbol y compañía, y te fuiste metiendo.

Exacto. Rómulo hacía una pregunta con la que terminaba el programa, y yo llamaba y respondía. Como siempre fui medio enfermo del fútbol y de saber cosas, dos por tres ganaba e iba al programa. Pero un día se me ocurrió hacer como un pequeño diario vinculado al programa, con chistes internos, y lo mandé. Me acuerdo de que ese día arrancaron el programa leyendo eso. El profesor me llamó y me dijo que quería que yo hiciera un personaje. Nunca me voy a olvidar de la frase que pronunció: “Obvio que no te lo puedo pagar”. Y ahí arranqué. Era una columna semanal de un personaje que en realidad era yo hablando. Se llamaba el Licenciado Uno, que hacía básicamente las mismas taradeces que hago ahora pero en 1995.

¿Qué edad tenías?

Recién había cumplido 19. Yo era estudiante de Ingeniería en Sistemas, y a lo que me empecé a meter ahí me entró a gustar; entonces, a partir de 1997 arranqué a estudiar Comunicación. Iba llevando las dos carreras pero en un momento me di cuenta de que no es que me gustara tanto la comunicación, sino que no me gustaba tanto estar sentado frente a una computadora programando. Ahora estoy sentado en una computadora escribiendo pelotudeces.

Este año Todo pasa cambió respecto del año anterior. Dividieron la parte periodística y la de entretenimiento.

Sí, hubo una reforma presupuestal del programa que implicó que hubo gente que se fue y que vino. Fue la decisión de partir el grupo en función de intereses y de perfiles. Hay una primera parte del programa, de 7.00 a 10.00, que la lidera Mariano [López], que ahora está con Paula Barquet y Nico Delgado, que es más periodística, y después, de 10.00 a 12.00, estamos Majo Borges y yo, con el apoyo de Diego Martini.

¿Qué les implicó ocupar un espacio en el que por muchos años salió No toquen nada, que es un programa referente y uno de los más escuchados de la mañana?

Obviamente que eso siempre estaba flotando ahí. Alejandro Weinstein, que viene a ser como el número dos de la radio, nos decía: “Tranquilos que esto es la San Fernando, no son 100 metros”, como que no teníamos que desvivirnos si en principio... Nos pasaba muy seguido de que teníamos 20 mensajes y 15 eran para el programa de Joel [Rosenberg]. Porque se mantuvo el mismo número, entonces era gente que estuvo diez años mandando mensajes: “Darwin, hijo de puta”. Eso fue constante. Al principio era medio bajoneante porque sentíamos que no nos escuchaba nadie. “Vamos a hacer un sorteo entre los oyentes y lo va a ganar uno que no nos está escuchando”. Pero con el tiempo nos fuimos haciendo un hueco.

Les fue bien.

Mi interpretación de los números es que nos fue bastante bien. Pero a veces los números no tienen un valor por sí mismo, sino que depende de la interpretación que la gente haga.

Se armó una cosa distinta, era un programa que mezclaba bien periodismo con entretenimiento.

Sí, era algo diferente a lo que podías encontrar en otro lado. El tiempo dirá qué pasa ahora, que es algo más cuadrado, estructurado y tradicional.

¿Hasta qué punto les fue bien si hubo una reestructura?

Tiendo a suponer que había gente con más toma de decisión que tenía otras expectativas. Yo no manejo la parte comercial. Desde mi punto de vista, haber marcado 1,2 en una hora donde Darwin [Desbocatti] marca 2,6 o 3...

Hacían cosas muy jugadas para ese horario, como el slam de poesía.

Sí, cosas poco usuales que creo que la gente valoraba. Incluso la gente del nicho que se dedica a eso cuando venía a hacer sus poemas te hacía sentir que valoraba que le dieras un espacio en la misma hora que en otra radio estaban entrevistando a Lacalle Pou. Tuvimos un concurso de rap también. Obviamente, había algunos que eran muy buenos y otros no tanto. Era como en el ómnibus: les tirábamos una palabra en el momento, y ni siquiera lo hablábamos entre nosotros. “Peñarol” fue una de las primeras que tiré, porque siempre está presente.

En cuanto al humor, está el tópico trillado de si tiene límites. ¿Te lo planteás?

No lo analicé sesudamente, pero cada vez que me siento a escribir algo que intenta usar el humor para comunicar un mensaje está implícito el tema de los límites. Yo al menos tengo claro que mi límite es tener en cuenta quién es el que va a escuchar y tratar de no herirlo. Por ejemplo, en la medida en que yo los conozca a ustedes un poco más, podría hacer chistes que de repente al aire no los puedo hacer. Yo no estoy tan de acuerdo con que hay que reírse de todo. Todos tenemos nuestro límite, incluso gente que conozco que se dedica a hacer humor que lo escuchás y decís: “Este tipo es un hijo de puta, se acaba de morir equis y hace un chiste sobre eso”. Porque esa misma persona en una entrevista dijo que había sufrido mucho con un problema que tuvo con un hijo, y estoy seguro de que si en ese momento le hago un chiste con que se le va a morir el hijo me agarra a piñas; entonces, es fácil decir “yo no tengo límites”. Yo intento ponerme límites, sobre todo con tragedias o cosas que uno no puede cambiar, como el físico, más allá de que es fácil burlarse de un gordo o de un feo; te lo digo yo que soy gordo y feo. Obviamente que a veces, sobre todo cuando improviso, me paso un poco.

Una cosa que funciona muy bien cuando hacés un personaje es el equilibrio entre lo que está guionado y la improvisación. ¿Cómo llevás eso?

Guiono como para tener un hilo conductor, pero al mismo tiempo hay cosas que se me van ocurriendo en el momento y las voy tirando. Siempre juego en el límite de lo previsto. Mi mecánica de laburo es entrar dos horas antes de que arranque el programa, escribir la columna de humor y tener los audios preparados, pero a veces durante el programa surge otra cosa y cambio los audios; es dinámico.

¿Los personajes estuvieron desde que arrancaste en radio?

Lubo Adusto fue de los últimos, nació en el verano de 2007. Antes, en esa época de 13 a 0 tenía un español que se llamaba Jordi y analizaba todo de una forma medio rara. Después tuve un relator que se llamaba Anelio Morgan, que es hincha de Peñarol, le gusta el alcohol y no está muy con esto de la nueva agenda de derechos.

¿Quiénes te hacen reír?

A Darwin hace dos años y medio que no lo escucho, pero cuando era consumidor de programas de radio de mañana me parecía que había una diferencia marcada entre él y todos los demás. Después, Gonzalo Cammarota también me hace reír. De la gente de radio son los que más disfruto. No sé qué ha hecho Darwin en los últimos dos años, pero supongo que más o menos lo mismo.

¿Por momentos no se llegó a abusar de los personajes en radio?

Puede ser, pero no sé si el tema es el abuso del personaje como recurso o si se abusó de introducir una columna de humor, y no se hizo que el humor fuera más transversal; capaz que el problema puede ser ese. A mí me gusta que no haya un espacio “arrancó el humor, terminó el humor”. Eso es una intención personal, que a veces chocaba un poco con ideas de compañeros que de repente no querían ir por ese lado, pero ahora que con Majo tenemos un poco más de margen y cabezas parecidas intentamos ir por ese lado dentro de las dos horas que tenemos.

Hay muchos personajes de “viejo conservador”, pero no todos generan lo mismo en la audiencia. Algunos, más allá de la parodia, terminan transmitiendo un punto de vista conservador, pero Lubo deja pensando otra cosa, no te transmite un mensaje literal.

Creo que el humor es un mecanismo para intentar transmitir un mensaje. De repente si querés transmitir que tal político es un retrógrado, y lo digo en el micrófono, tiene un impacto, pero yo intento mostrar la realidad de forma un poco torcida para que la gente saque esa conclusión en base a cómo se acerca uno al tema o la persona. Eso es lo que intento. Obviamente que se podrá lograr o no. Yendo al personaje en cuestión: el otro día mi hijo se reía porque hice remeras [de Lubo] para repartir, me hacían pedidos por Instagram y al personaje lo tratan de usted y lo pasan puteando. El insulto bien entendido, con respeto. “Viejo puto”. “No, pará, viejo no”. También son unos cuantos años, sobre todo de la gente que venía de la otra radio, que de repente no era tanta pero se había establecido un vínculo bastante fuerte, como si el personaje existiera como persona, más allá de que yo no pienso como él.

A veces da la sensación de que las radios se basan mucho en la agenda de los diarios. ¿Cómo lo ves?

Sí, en el diario tenés lo que pasó ayer y en la radio tenés la interpretación de lo que pasó ayer en función de lo que dicen los diarios. De hecho, uno de los primeros pedidos cuando empecé a hacer un trabajo temprano como este fue que los diarios llegaran temprano. Es una lucha que tuvimos, porque no te podés comer algo que esté en la tapa de El País, pero creo que se abusa un poco. Yo arreglaría la parte periodística de un programa leyendo los titulares de los diarios, como hacen tantos, interpretándolos, y de repente me metería con temas que me interesaran más. Pero sí, los diarios, pese a que casi nadie los lee... Salvo la diaria, obvio.