Hay más de 200.000 inmigrantes turcos en Berlín, si se incluye a los descendientes de la primera oleada migratoria. Se los llama kanake –término del que la población inmigrante se ha apropiado con orgullo– y se dividen entre los que se han adaptado al país que los recibe (y han aportado al lugar con sus propias costumbres y cultura) y los que han hecho guetos y se niegan a integrarse. Ídolo entre los primeros y los segundos, amén de ser admirado por propios y ajenos en toda Alemania, Orkan Erdem es la mayor estrella de fútbol del país. Hijo de turcos nacido en el país germano, Erdem (quien tiene similitudes con multitud de figuras deportivas reales, con Mesut Özil como mayor ejemplo) es el modelo de un ejemplo de sincretismo exitoso: participa en reality shows, hace campañas publicitarias y se espera mucho de él –lógicamente– en el próximo partido por Eliminatorias, que es nada más ni nada menos que contra Turquía y se juega en Berlín.

Por eso, cuando el cuerpo sin vida del futbolista es encontrado en la barriada de Marzahn –un barrio de clase obrera– se disparan innumerables subtramas que se vinculan (o no) con el asesinato –porque efectivamente ha sido eso– del jugador y con los muchos sospechosos de haberlo cometido.

Si algo tiene Dogs of Berlin, la segunda serie alemana, luego de Dark, que produce y estrena Netflix, es su carácter coral. Sí, queda claro que sus protagonistas son los dos atípicos policías que conducen la investigación: Kurt Grimmer (Felix Kramer) es un oficial tan sucio que hace pensar en McNulty, de The Wire, como ejemplo de la corrección absoluta, un ex neonazi con una afición a las apuestas y una bigamía bastante notoria, y Erol Birkan (Fahri Yardım), un kanake con todas las letras, una suerte de paria entre los suyos –por ser policía y homosexual– que no ignora que su posición en la investigación se debe nada más que a una movida política y quien está completamente obsesionado con derribar a los Tarik-Amir, una familia mafiosa turca del barrio Kaiserwarte (de donde también él es originario).

Luego tenemos a los hermanos Tarik-Amir: Hakim –el líder, el mayor– es un psicópata violento, y Kareem, el menor, alguien que trata de hacerse con el poder en la familia. Los Tarik-Amir, Kareem al menos, buscan hacerse con las apuestas deportivas, y eso los hace sospechosos de la muerte de Erdem. Pero también tenemos a la mafia serbia –los Kovac–, que ya controla las apuestas y es otra seria candidata a ser la responsable del crimen. Además de ellos, hay neonazis que jamás toleraron que la mayor figura de su selección sea de ascendencia turca. Y además está la Federación Alemana de Fútbol, que tiene sus propios trapitos sucios. Y además...

Como se verá, la serie se presenta como una compleja investigación en la que las tramas y subtramas se van entretejiendo y entreverando. Muy bien escrita –el relato y todos sus personajes– por su creador/guionista/director Christian Alvart (el mismo que algunos años atrás dirigiera la recomendable producción de terror y ciencia ficción clase B Pandorum), una de las más grandes virtudes de la serie es que ninguno de sus personajes es un mero monigote, sino que, por el contrario, sus motivaciones e intereses (en particular los de Grimmer, quien es un agente del caos) serán los que irán dando los golpes de timón y complejizando el argumento todo. Así, prácticamente todos tendrán su propio arco narrativo y –aunque la historia cierra bastante satisfactoriamente y sí, se revela la identidad del asesino en estos primeros diez episodios– quedarán prefigurados a seguir desarrollando sus historias en una posible (todavía por confirmar) segunda temporada.

El paralelismo entre The Wire –la maravillosa y probablemente mejor serie de televisión, desarrollada por David Simon para HBO a principios de este siglo– y Dogs of Berlín va más allá de homenajear a su algo amoral policía principal (que en el caso de la serie alemana bien podría parecerse también al Vic Mackey de The Shield), y tiene que ver con la dedicación que pone Alvart en desarrollar una ciudad –Berlín, obviamente, como era Baltimore en el otro caso– y presentarla desde su presente como un ente vivo, un lugar que respira y reacciona, una vastísima y heterogénea comunidad en la que conviven su pasado y su presente –la caída del muro, los neonazis, la inmigración, la pobreza– en un retrato que está bastante lejos de lo que uno imaginaría ver en una serie ambientada en la capital de uno de los países más ricos del primer mundo.

Y si bien se entiende siempre que aquello que estamos viendo se trata antes que nada de una ficción –la olla a presión de violencia y sexo que compone la serie es por momentos tan excesiva que roza lo caricaturesco–, no caben dudas de que Berlín está lejos de ser un paraíso turístico. La serie nos presente una ciudad rica en detalles y situaciones, compleja, realista y creíble. Una donde conviven sus criaturas, sus personajes, que son atractivos e interesantes. Y una trama que se va tornando más y más adictiva hasta llegar a su recta final y su remate, su glorioso remate.