De un tiempo a esta parte, cuando se habla de los límites del humor, aquellos que enarbolan la bandera de la libertad suelen ser los pertenecientes a sectores privilegiados de la sociedad, ya sea por su género, su raza o su orientación sexual. Lo hacen desde contextos económicos favorables, en regímenes democráticos estables, y se rasgan las vestiduras porque algunos chistes están mal vistos.

Mientras tanto, en otros rincones del planeta la discusión no pasa por qué se puede decir en un escenario sin que te abucheen, sino por qué se puede decir en la calle sin que te asesinen. Y aun allí hay hermosos lunáticos que siguen haciendo humor.

Larry Charles no es un desconocido en eso de provocar para provocar la risa. Dirigió a Sacha Baron Cohen en Borat (2006) y Brüno (2009), dos películas construidas en base a las reacciones de personajes reales que interactuaban con sus dos irreverentes protagonistas (el primero un reportero de Kazajistán y el segundo un periodista de moda austríaco).

Sin embargo, la actual obsesión de este prolífico director y guionista, autor de 18 episodios de Seinfeld, está en buscar el humor en lugares inesperados y realmente jodidos. De eso se trata El peligroso mundo de la comedia con Larry Charles, la serie documental que acaba de estrenar Netflix.

“Sentía que en este mundo Trump en el que vivimos nos estamos aislando, los estadounidenses estamos menos interesados en el resto del mundo, y yo pasé mucho tiempo allí”, contó al sitio ComingSoon. “Y sin importar lo opresivo del régimen en el país que visitaba, siempre había comedia”.

Interesado en esta gente que trabajaba “en condiciones disparatadas, siendo asesinada o encerrada o torturada o amenazada por su comedia”, armó su equipo de filmación y entrevistó a varios de estos quijotes. Algunos más graciosos, algunos más polémicos, pero todos utilizan el poder sanador de esa sustancia llamada humor.

Los diferentes peligros

En el primer episodio Charles recorre países que se encuentran en constante reconstrucción después de haber sido devastados durante décadas, como Irak o Liberia. La curiosidad no está solamente en las razones para practicar el arriesgado oficio, sino en averiguar si existe el sentido del humor dentro de un grupo extremista o una milicia sanguinaria.

La siguiente parada tiene que ver con los soldados que utilizan el humor negro y el humor de autodesprecio para superar los traumas de la guerra. Quizás este sea el episodio más flojo, no solamente porque la mayoría de los chistes son para reírse de ellos y no con ellos, sino porque el director es demasiado tibio a la hora de hablar de los conflictos bélicos en sí, en especial los incitados por su país.

La tercera entrega está centrada precisamente en Estados Unidos y en cómo las minorías oprimidas (los negros, los nativos americanos, los inmigrantes ilegales) encuentran espacios para hacer humor. Y como algunos “estúpidos hombres blancos” se quejan de que en la actualidad son una minoría perseguida, Charles les presta el micrófono para que ellos solitos se ahorquen con su cable.

El último episodio está dedicado a comediantes de Arabia Saudita y de Nigeria y la temática es el género; cómo las mujeres tienen mayores dificultades para hacerse oír y cómo los hombres no terminan de entender que un mal chiste sobre violaciones tiene muy poca razón de ser.

La mecánica

Lo primero que notamos en las entrevistas de Larry Charles son sus interjecciones mientras la otra persona está hablando. Parece que simplemente metiera bocadillos deseando que redondee lo que tiene para decir. Conforme se suceden las conversaciones, queda claro que hay algo más.

El gran truco del director es crear un ambiente cómodo para que el sujeto pueda decir lo que se le pasa por la cabeza. Su método no es confrontativo sino todo lo contrario: al disculparse de antemano, o darle la opción al entrevistado de que esquive un tema, genera las condiciones para que hable de ello. Y en los casos de sujetos indeseables, no hay nada como darles la libertad de hablar para que revelen sus naturalezas.

Excepto en asuntos militares estadounidenses, el simpático barbón no tiene miedo de dar su opinión. Condena a la nueva extrema derecha cool, a los practicantes del mansplaining y a los gobiernos que criminalizan la homosexualidad, algo loable, aunque casi siempre lo haga desde la seguridad de la voz en off.

A la hora de meter los pies en el barro, el equipo de filmación de la serie llega hasta prisiones iraquíes, conversa con un antiguo “señor de la guerra” y se mueve por barrios en los que hay que desembolsar un buen dinero para salir ilesos. Dicho esto, las imágenes más fuertes vendrán desde el archivo, en particular al recordar la violencia vivida en Liberia. Duras, sí, pero cumplen un claro propósito.

Cuando uno termina de ver la serie no se encuentra con una conclusión que sacude todas sus creencias acerca del ser humano, sino que confirma que siempre habrá personas dispuestas a desafiar los límites del discurso. En algunos casos será el tío borracho que hace un chiste racista en Nochebuena, y en otros será un liberiano que quiere ayudar a la sanación de su país con su comedia. Adivinen quién se siente más oprimido de los dos.

It’s nice!

Además de la serie, en Netflix pueden verse la mencionada Borat, El dictador (2012) y Yo, Dios y Bin Laden (2016), todas dirigidas por Charles.

Haciendo una revisión de Borat, alejada del furor de la época de su estreno, la película se sigue destacando por su manera inteligente de hacer humor chabacano y por la capacidad de Sacha Baron Cohen de reaccionar ante las respuestas de sus incautas víctimas. Borat (el personaje) hace chistes antisemitas, machistas y racistas, pero no caben dudas de que los misiles apuntan hacia las personas que comparten estas características con él.

Hay escenas que permanecen tan frescas como hace 13 años, como las que muestran su pueblo natal, las lecciones de etiqueta y la pelea al desnudo dentro de la habitación del hotel, que no está tan censurada como uno quisiera.

El único riesgo que corre el espectador es repetir una vez más los latiguillos del protagonista, algo que ha perdido toda la gracia...

...NOT!