Una cebolla cósmica es la imagen que utiliza en determinado momento un personaje de Armarios, y tiene sentido, por aquello que aconsejaban las revistas femeninas y los parientes aprensivos: la ventaja de vestirse en capas e ir administrándolas con más cordura que el tiempo. En esta pieza de Sandra Massera, que María Mendive dirige para la Comedia Nacional, la interacción social se da con el vestuario incompleto. Esa falta muestra lo expuestos y descolocados que andan por la vida, como fuera del código que acordaron seguir. A medida que avanzan las escenas, menos veladuras conservan y más fantasean.

Un sommier matrimonial es la plataforma o el punto de convergencia, sirviendo como cama o mesa según convenga a la acción, mientras de un largo barandal al fondo del escenario penden prendas agrupadas por tonos, que los protagonistas cuelgan y descuelgan casi de pasada, preparándose para entrar en situación. Estarán escuetamente ataviados, pero combinadísimos entre sí, un juego de quitas y gradaciones muy disfrutable que se repite con variantes acompañando la trama.

Los diálogos son otro terreno fraccionado e interrumpido, consentido apenas en tópicos recurrentes: los viajes, los robos, las mascotas. Laura (Natalia Chiarelli) y Joaquín (Juan Antonio Saraví), una pareja que se encuentra, siempre comida gourmet de por medio, con el hermano y la cuñada de ella (Lucio Hernández, Alejandra Wolff), conforma una familia tipo, con una hija que cree que sabe que quiere salir del clóset, y un hijo que cree que sabe lo que no quiere. El pater familias dormita mientras pasan cosas importantes, y sueña con refinamientos, óleos o recetas, es lo mismo.

Hay una doble conciencia: el llamado de alerta que cada uno que va entrando a ese hogar despojado advierte, que allí faltan cosas donde guardar, esto es, donde esconder; por otro lado, la seguridad de que todos están/estamos siendo observados (con alusiones a la representación y a la mirada del espectador). Replegarse o seguir cediendo en intimidad, o sea, continuar. Tan poco tienen, parece recalcar la puesta, que hacen la mímica de la mayor parte de los objetos manipulados.

Un engranaje de absurdos con ecos de Ionesco, como previene el programa, hace convivir dudas existenciales y recursos de musical, desde el perchero manipulado como una veneciana hasta los pasajes coreografiados y la interacción con el lienzo fresco que saca al Pablo Varrailhón más gracioso que se haya visto.

Armarios, sala Zavala Muniz, viernes y sábados a las 21.30, domingos a las 18.00. Para mayores de 12 años.