Corría el año 2007 y Gerard Way era conocido por ser el vocalista de My Chemical Romance, una banda cuyo estilo musical es asociado en Wikipedia con los géneros rock, punk, pop punk, post-hardcore y emo. Ese mismo año, la prestigiosa editorial de cómics Dark Horse comenzó a publicar The Umbrella Academy: Apocalypse Suite, una ambiciosa miniserie acerca de un grupo de supertipos que no solamente luchaban contra el mal, sino también contra los traumas de una crianza muy miserable.

Parte de la fanaticada comiquera levantó una de sus cejas ante la ofensiva irrupción de una estrella de la canción en el mundillo del noveno arte, que con cada año que pasaba dejaba de ser menos exclusivo. Pero a los pocos números, esta obra conquistó a los más reacios, cosechó importantes galardones de la industria y consolidó al equipo creativo que completaban el dibujante brasileño Gabriel Bá, Dave Stewart en el color y Nate Piekos en el rotulado.

La premisa era bastante ganchera: 30 años atrás, 43 mujeres de diferentes partes del mundo dieron a luz al unísono, pese a que minutos antes no mostraban signo alguno de estar embarazadas. Un excéntrico científico ganador del premio Nobel “adquiere” siete de los recién nacidos y con ellos forma la Academia del título, cuyo objetivo es salvar al mundo, quién sabe de qué.

Way no puede disimular su fascinación por el género superheroico, que queda de manifiesto en las características de los miembros del grupo (el forzudo, el vigilante, la hechicera, el necromante, el que se teletransporta, el monstruoso, la que no tiene poderes), pero va mucho más allá.

Como hicieran varios guionistas británicos en los 80, estos seres tan alejados de nuestra realidad son el punto de partida para tratar temas bien nuestros. En este caso, la familia y los golpes emocionales, cuando no físicos, luego de años viviendo bajo la tutela de sir Reginald Hargreeves. Y si hablamos de creadores británicos, la mayor influencia de esta primera miniserie (lo dijo el autor en varias entrevistas) es Grant Morrison, quien en su Doom Patrol ya nos había mostrado que quienes salvan al mundo también tienen sus cabezas repletas de problemas.

Al igual que Morrison, Way juega a saltearse datos e información, obligando al lector a seguir una trama vertiginosa, que se irá completando con el correr de los números y de las miniseries. El arte del paulista Bá y los colores de Stewart terminaron de pintar una atmósfera tan melancólica como vertiginosa, que atrapó a los lectores y que desde aquí se recomienda. La segunda miniserie, The Umbrella Academy: Dallas, era más efectista y rozaba por momentos el morbo, cambiando la locura controlada de Morrison por el caos ruidoso de Mark Millar (creador de Kick-Ass, Wanted y Kingsman). Una tercera miniserie se está editando en la actualidad, que parece haber retomado el camino del bien.

Los excéntricos Hargreeves

Corría el año 2010 y ya se hablaba de una adaptación audiovisual de la Academia Paraguas, aunque por entonces la idea era filmar una película. Cinco años después, se anunció que su destino sería la televisión y en 2017 llegó la luz verde de Netflix, que (hay que decirlo) le da luz verde a casi cualquier cosa que pase por delante de su puerta.

Detrás de esta serie está Steve Blackman, quien trabajó en varias series con temáticas de abogados, además de en la aclamada Fargo. El 15 de febrero fueron volcados al catálogo del mencionado servicio de streaming los diez episodios de la primera temporada. ¿Hacen honor al material original?

La respuesta corta es que sí, ya que exploran las temáticas fundamentales de la historieta, con la profundidad que les permiten diez horas de televisión. Los protagonistas recuerdan a los originales (más allá de una necesaria inyección de diversidad, viniendo de todas partes del mundo) y Reginald Hargreeves es tan sorete como en el papel.

En Los excéntricos Tenenbaum (Wes Anderson, 2001) el estado de salud del misántropo pater familias, interpretado por Gene Hackman, llevaba a que el desmembrado núcleo familiar volviera después de muchos años a compartir la vivienda en la que había crecido. Algo así ocurre en este caso, aunque sea necesario que Hargreeves muera del todo para que algunos de sus “hijos” pongan un solo pie en el sitio en el que pasaron tan mal.

Tan pronto como conocemos las personalidades chocantes de los hermanos treintañeros, descubrimos que ese mundo se diferencia mucho del nuestro. Existe una base habitada en la luna, hay primates inteligentes y androides indistinguibles del ser humano común. Todos estos avances, mal que nos pese, hay que agradecérselos al recién fallecido.

El cuidado diseño de producción, que también tiene reminiscencias andersonianas (ordenadito y atemporal), ayuda a construir un relato que por razones presupuestales tiene los piecitos un poco más apoyados en la tierra. Sí, hay bases lunares, pero no esperen ver a la torre Eiffel volando por los aires. La música incidental peca de sensiblera, pero cuando se la juegan y meten una canción, suelen ser efectivos.

Los primeros episodios están propulsados, a veces en forma demasiado evidente, por lo que los yanquis llaman whodunnit: esas historias en las que fue cometido un crimen y debemos descubrir quién es el responsable. El primer whodunnit es, justamente, la muerte de sir Reginald.

Más adelante terminarán de establecerse los personajes principales y allí habrá quienes se destaquen del resto. Robert Sheehan se devora la pantalla como Klaus, quien podría aprovechar su poder de hablar con los muertos si no estuviera drogado todo el tiempo. Ellen Page le saca el jugo al papel de Vanya, la hermana sin poderes, aunque el guion la obligue a dar unas cuantas volteretas, sobre todo en los episodios finales. Y Aidan Gallagher haciendo de Número Cinco recuerda al Jason Schwartzman de Rushmore (Wes Anderson, 1998; otra vez Wes), aunque con un poder letal muchísimo mayor.

El resto de los académicos no pica tan alto: Luther (Tom Hopper) es menos líder y más tonto que en la obra de Way; Allison (Emmy Raver-Lampman) corre detrás de la trama y Diego (David Castañeda) no deja de ser un Batman light. Eran siete y sólo cuento seis. Algo raro habrá pasado.

Hay algunos detalles que podrían mejorarse en una segunda temporada, que fue confirmada por estos días y se filmará este año. Se cae en el mismo vicio de Juego de tronos, de personajes que justo pasaban cerca de donde estaba otro de ellos. Y algunos diálogos parecen estar en las antípodas del material original: lo que el guionista retaceaba, aquí se explica y recontraexplica.

Sin mencionar que en el cómic al segundo número uno ya sabía quién estaba detrás del apocalipsis. Eso pasa por haberlo leído antes de ver la serie. Como ocho años antes.