Vinilos, vinilos, más vinilos y algunos CD. Muchas guitarras pero no las suficientes, debidamente guardadas en sus respectivos estuches, excepto una preciosa acústica Taylor, que está lista, casi que pidiendo por favor que la hagan sonar cuanto antes, y también un par de amplificadores. Es parte de la artillería musical que tiene Alberto Mandrake Wolf en una especie de búnker construido en el piso superior de su casa, ubicada en pleno Villa Dolores. La excusa para el encuentro con la diaria fue el espectáculo que brindará hoy a las 21.00 junto con la argentina Sofía Viola en la sala Zitarrosa (con entradas por Tickantel a $ 400), pero, como se sabe, con este músico de voz aguardentosa y lengua picaresca es fácil desviarse.
¿Por qué dejaste a Los Terapeutas y formaste Los Druidas?
Un proyecto de 30 años se puede volver casi como una fábrica, por la forma de trabajar, entonces, había un poco de desgaste. Con Los Terapeutas pudimos hacer muchas cosas distintas, que están buenas, y de las que me siento orgulloso, pero hay un momento en el que sentís que ya está. Ayer vino [Daniel] Jacques por acá y hace poco toqué con [Gonzalo] Gravina. No hay ningún tipo de fisura. Pero sentí la necesidad de hacer otra cosa y de tocar un poco más sencillo, yendo a la canción misma y al sonido fuerte. Tenía una necesidad valvular. Me compré ese equipo [un amplificador Fender], pero después me di cuenta de que con mi estado de columna, es bravísimo de cargar. Son mis pires. Me trataron de retrógrado por buscar el sonido de la esencia.
No es el sonido que impera en la radio.
¿Qué suena en la radio? Yo escucho a [Roberto] Moar, [Alberto] Sonsol y a Darwin Desbocatti. ¿Dónde hay un programa de música? En la radio nacional hay programas interesantes, pero escucho fútbol.
¿No formaste Los Druidas justamente para rescatar ese sonido clásico?
No. Tengo amigos a los que admiro mucho, que tienen mucho talento y saben cómo encarar las cosas como un conjunto: la música, la proyección... Yo sentí la necesidad. Escuché a [Federico] Anastasiadis en un concierto en la Sala del Museo, en el que nos presentamos con Los Terapeutas, y quedé fascinado por cómo tocaba la batería, estilo Mitch Mitchell o Ginger Baker, con un sonido que siempre me encantó. “Mirá si yo exploro por ahí”, pensé. Y acá hizo eso Días de Blues, y en Argentina Pescado Rabioso y Manal, por ejemplo. No inventé la pólvora.
Por eso te acusaron de retrógrado.
Y bueno, que se vayan a cagar. Tengo 57 años, tengo derecho a ser un viejo de mierda.
Estás trabajando en un disco nuevo con Los Druidas, o sea que con Los Terapeutas no vas a volver.
A ver... si viene alguien y me dice: “Bo, hay tanta plata para que hagan una gira”, vamo’ arriba, si somos todos amigos; por fin vamos a hacer plata, que fue lo único que no hicimos con Los Terapeutas. ¿Por qué no? Si tenemos como 100 temas, que están buenos y los canta otra gente y todo.
¿De qué vienen los temas nuevos?
Cuando hicimos el primer disco, al principio, yo sabía de los buenos músicos y tipos que son, pero ahora hace ya tres años que estamos trabajando. La música se está expandiendo un poco. Tampoco es que mis canciones hayan cambiado tanto desde el disco anterior, pero sé que puedo tocar más abierto. Por ejemplo, en el disco Mandrake y Los Druidas [2017] no hay una sola guitarra acústica, y a mí me encantan. Tengo una de 12 cuerdas.
Acá veo que tenés como seis guitarras.
Sí, tengo unas cuantas por ahí, alguna es prestada. Adoro las guitarras, es un vicio. Ahora me compré una Hagstrom, sueca, que tiene una ductilidad increíble para tocar eléctrico, desde jazz hasta lo súper pesado. Pero si tuviera mucha plata, tendría 700 guitarras. No tengo ningún problema en gastarme la plata en instrumentos, porque alucino con ellos.
Así como te metiste con el sonido más crudo y directo, en la letras también recorriste ese terreno. En más de una canción del disco con Los Druidas hablás de cocaína y en una de sexo anal. Eso no se suele escuchar en Radio Disney.
Radio Disney es una meta para muchos... Eso de “sexo anal y cocaína” es una frase medio robada a Leonard Cohen.
“Give me crack and anal sex”, del tema “The Future”.
Claro, yo ya había comprobado eso en mi vida anterior, y cuando posteriormente vi que lo escribió Cohen... “qué capo”. Fue una guiñada un poco a él. En los temas nuevos hay alguna letra sexy, pero son bastante existenciales, no hablan tanto de amor sino del momento que estamos pasando. Siento que es un momento rarísimo, que se abren puertas para brindar libertades y por otro lado se abren otras que quieren cercenar esas libertades que ya estaban logradas. Latinoamérica está totalmente convulsionada, no tiene nada que ver con lo que era cuando empecé a escribir las letras del disco anterior. Siento que hay mucho odio en la vuelta. En la época de la dictadura sentí una cosa así: estabas de un lado o del otro, y realmente había un lado que era terrorífico, y ese lado está volviendo. Yo pensé que ese cáncer ya se había cortado, pero no, está fuerte. Entonces, dejate de “cocaína y sexo anal”, que es divertido, y mirá un poquito lo que está pasando.
Así que se vienen letras de protesta.
No, de “sáquenmela, por favor”. Me fumé 12 años de dictadura y me están hablando de meter a los milicos de vuelta a la calle. ¿Esa es la solución?
¿Qué recordás de la dictadura?
Tristeza. Pero tenía una barra de amigos increíble, y siempre me salvó la música: como dice Jaime [Roos], es como un ángel de la guarda. Yo me reflejaba en los discos, los libros y los amigos, entonces, nos pasábamos todo el día hablando de eso. También tuve la suerte de vivir la época de Fernando Morena. Para mí Peñarol era una religión, y Morena fue mi ídolo máximo. Fue a la única persona a la que le pedí un autógrafo en toda mi vida. Me pongo a pensar en que tengo un hijo de 17 años, y todas las libertades que tiene, y yo a esa edad iba al liceo con el corte de pelo que no podía pasar el cuello de la camisa. Más allá de todas las anormalidades que hicieron, a los que éramos unos guachos nos cortaron la alegría de vivir que debía tener un adolescente.
¿Peñarol sigue siendo una religión?
Y, yo qué sé... A Peñarol lo veo siempre. Una de mis grandes inversiones mensuales es el cable, lo tengo sólo para eso. Cuando Peñarol jugaba en el estadio [Centenario] iba porque me quedaba cerca, pero ir hasta el Campeón del Siglo es como si tomara un ácido, una locura. Te tomás un ómnibus, vas en auto, y siempre hay lío, algo raro, entonces, estoy viejo... Peñarol siempre es una cosa linda que disfruto, pero soy de la época, en plena dictadura, en la que iba con mis amigos de Nacional a ver el clásico juntos, y veníamos juntos, nos cagábamos de risa y nos gastábamos.
Los integrantes de Los Druidas son todos más jóvenes que vos: ¿te costó seguirles el tren, por ejemplo, si tocan muchas horas?
No me canso; al contrario, me genera un bienestar bárbaro, casi de sanación. A veces estoy re engripado, me tomo unos whiskys, me subo al escenario y se me va todo.
Capaz que es por el whisky.
No, porque también tomo whisky acá y me quedó medio triste. Me subo al escenario y la música tiene una cosa especial. Capaz que está muy devaluada para mucha gente, pero para mí sigue siendo así. Me ha salvado la vida muchas veces. Pero la música no es para cualquiera; es un compromiso, hasta para escucharla. Un tipo que no toca un instrumento pero es fanático de la música para mí es un músico, porque se compromete, está metido en algo que sabe que es distinto, pero yo tampoco sé qué es. Estamos buscándolo.
¿Qué podés contarnos de Sofía Viola?
La conocí en Buenos Aires. Me apareció con tres discos y a mí me cuesta agarrar un disco, escucho los que me dan pero con tiempo. De repente vino a Uruguay y tocó con un muchacho que se llama Julián Marchante, en Bluzz Bar. Los fui a ver y quedé impresionado por cómo se planta arriba del escenario. Es demoledora, una tipa muy fuerte escénicamente. Y ahora me invitó.
En la página web de la sala Zitarrosa, donde se anuncia el toque, te describen como “el mítico cantautor uruguayo Mandrake Wolf”.
Eso no lo puse yo. Además, no sé qué es mítico. ¿Es un mito? ¿O sea que no existo? Es un chiste. A veces porque sos un veterano ya te tienen que poner algún coso.
En la gacetilla decía: “Contarán sus microhistorias con cada canción”.
Sí, pero no es que cuento historias; hago un preludio, que no es lo mismo. No me quiero hacer el capito, pero mis canciones no precisan que las explique. Si la entendés, bien, y si no, jodete. Pero lo que hago es un preludio, como en la música clásica, que va ambientando para que te metas en la jugada. Podés interpretar una canción de ochenta mil formas. “Amor profundo” la escribí por el sentimiento que tengo por la música, y mucha gente me dice “qué linda canción de amor que hiciste”. Al tipo que se casó con esa canción yo no le voy a decir...
Pero es obvio, si dice “amor profundo es lo que siento al cantar”.
Sí, es evidente, pero la gente entiende lo que quiere. ¿Qué le voy a decir?
¿Te pasó con otras canciones?
No tan así como con esa. Se pensaban “Miriam entró al Hollywood” era de un travesti, pero en ningún momento...
¿Cómo te cayó el cierre del bar Hollywood?
Horrible. En la época que compuse el tema trabajaba en el TUMP [Taller Uruguayo de Música Popular]. Terminaba de laburar y me iba a tomar unas copas y mirar los partidos, lo lindo de esos bares. Quise hacer el videoclip ahí, y el gallego Félix me dijo que no porque tenía que abrir un domingo, que quería estar con la familia. Después lo entendí perfectamente. Más allá de ese encontronazo que tuve con él, siempre tuve una relación muy linda, al igual que con todos los mozos. De repente –yo ya no estaba dando clases y no curtía– me llamó el gallego por teléfono, angustiado: “Mandrake, voy a cerrar el boliche, quiero que vengas”. Fui y me reservó un Johnnie negro. Fue triste, porque era el remate. Era un boliche con una historia y una bohemia bárbara.
¿Curtiste mucho la bohemia?
Sí, tuve mi época fuerte.
¿La extrañás?
No, ya está. Extrañás la bohemia cuando estás en tu casa y pensás: “Pa’, ¿qué estarán haciendo mis amigos?”, pero ahora estoy tan feliz, me quedó en mi casa leyendo un libro. Lo que importa es la familia y mi música. Hay que estar livianito en la vida, porque te vas a morir y no vas a llevarte nada, ni una Taylor, ni el Fender ni el disco de los Who.
¿Qué pasa después de la muerte?
No tengo la más puta idea. Tampoco quiero pensar mucho. Pero capaz que está todo bien ahí, es parte de la vida. Uno cuando nace sabe que se va a morir. Nunca vino nadie y me dijo cómo era allá. Tuve miedo algunas veces... Cuando se murieron algunos amigos, tiré el celular, porque yo sabía que me iban a llamar desde allá...