Desde comienzos de este mes el teatro Florencio Sánchez volvió a ser sinónimo de cine. Como en los viejos tiempos, regresaron los estrenos, y el primero en 50 años fue Los tiburones, premiada ficción de la uruguaya Lucía Garibaldi. No será la única película nacional que proyectarán: Vida a Bordo (Emiliano Mazza, 2018) se exhibió hace dos semanas, mientras que el jueves será el turno de Conversaciones con Turiansky (José Pedro Charlo, 2019).

La nueva película del director de El círculo y El almanaque –que se podrá ver con entrada libre a las 19.00– es un retrato biográfico que se construye entretejiendo dos líneas argumentales. La primera muestra su costado más personal: el hijo de inmigrantes, el ingeniero apasionado, el hombre enamorado, el cinéfilo; la segunda se concentra en su espíritu combativo y lo sitúa en su tiempo, exponiendo las luchas sindicales, el avance del autoritarismo, la cárcel y también los desafíos del presente.

Bautizada como “Las nochecitas del Apolo”, esta novedad en la programación del Florencio Sánchez es una de las acciones que está llevando adelante el Municipio A –que abarca la zona oeste de Montevideo, con barrios emblemáticos como La Teja, Cerro o Paso de la Arena– para estimular la circulación de contenidos audiovisuales en su territorio.

El programa para la zona incluye varios lineamientos, pero se apoya fuertemente en la formación de públicos, creando una red alternativa para la exhibición con salas y espacios gestionados por instituciones educativas, culturales o comunitarias, donde hay lugar para actividades que busquen contribuir con el desarrollo de una cultura cinematográfica.

Para Daniel Fernández Vaga, responsable de la Oficina de Incentivo a la Producción Audiovisual del municipio, la formación de públicos es “fundamental”. Frente al exceso de pantallas, considera clave enseñar a apreciar con espíritu crítico lo que se consume en materia audiovisual: “La democratización y el acceso casi universal de contenidos es maravilloso, naturalmente, y no vamos contra eso, vamos con la idea de que así como se aprende a leer, escribir, sumar, restar y razonar, tenemos que aprender a mirar”.

Viaje en el tiempo

Construido sobre el antiguo cine Apolo, creado a su vez sobre lo que fue el Biógrafo del Cerro, el Florencio Sánchez continúa una tradición que se remonta a fines del siglo XIX. “Es un bastión de la cultura del Cerro y de todo el oeste”, señala Fernández, y destaca la gestión de su directora, Ana Laura Montes de Oca, que ya tenía intención de abrir un espacio para el cine y coincidió con los objetivos de la oficina.

A esa tradición apeló la nueva propuesta audiovisual en el Florencio, donde se buscó rescatar la esencia del cine de barrio y las matinés con una estética retro que utilizaron en carteles y programas que se entregaron a los vecinos. Más allá del guiño, Fernández cree que la clave de este nuevo emprendimiento es su modelo de gestión comunitaria “con el ojo puesto en que el libre acceso a la cultura es un derecho ciudadano”.

El ciclo irá todos los jueves del año, siempre con entrada gratuita, y se dedicará principalmente a películas nacionales. “Entendemos que el cine uruguayo tendrá su pantalla por excelencia”, se entusiasma Fernández, y adelanta que ya tienen planificados más estrenos locales en simultáneo con las salas comerciales y una conferencia a cargo del director César Charlone.

Ver y hacer

“Abrimos nuevas pantallas y espacios para el cine con un modelo de gestión comunitario. Eso es natural para el barrio, lo fue durante 70 u 80 años, hasta que los cines fueron desapareciendo”, explicó Fernández. En ese sentido, cree que las salas pueden ser consideradas como una alternativa al circuito comercial o a las salas públicas, que, si bien no persiguen fines de lucro, poseen dos características que las hacen inviables para la población de la zona: cobran entrada y se ubican lejos de su entorno.

Este plan de circulación de contenidos, que busca abrir el acceso de la comunidad al cine de calidad, sumará nuevos espacios en los próximos meses. El segundo lugar con tradición en que se abrirá un nuevo ciclo es el teatro Progreso, en La Teja, que supo ser el cine Miramar y se restauró durante 2018. En julio se espera que comience a funcionar como una sala, también con gestión comunitaria, que en principio ofrecerá dos funciones mensuales.

Además, tras una importante inversión del municipio, el mes que viene se inaugura un nuevo espacio en Paso de la Arena: el centro cultural Julia Arévalo, con un anfiteatro de 700 localidades y un salón multiuso con aproximadamente 150 plazas. Allí se instalará equipamiento audiovisual con el objetivo de realizar proyecciones quincenales. También se acondicionó un lugar en el mercado Victoria, con una capacidad de 70 localidades.

Por último está el cine móvil, un proyecto que lleva películas a todos los barrios del oeste en la modalidad cine-foro y se aloja en pequeños espacios de centros culturales, salones comunitarios, clubes sociales o donde los vecinos lo requieran. Lo novedoso del ciclo es que la programación y el tema a discutir se resuelven entre los habitantes, a partir de un catálogo que se presenta.

Además del apoyo a la circulación de contenidos, el plan de política audiovisual del municipio está integrado por otros tres programas: de formación, de fomento y de promoción. El incentivo a la formación comenzó con la instalación de la Escuela de Cine del Oeste, con 30 estudiantes becados y cursos con una duración de dos años.

Dentro de los objetivos de fomento, el proyecto en desarrollo más importante –que para Fernández constituye “la joya de la corona”– es la realización de un largometraje de ficción de forma comunitaria, escrito por un vecino de la zona y cuya preproducción comenzará en agosto. En cuanto al programa de promoción, el gestor contó que busca estimular las filmaciones en el territorio: “El eje es que el rodaje sea bienvenido en la comunidad como promotor de turismo, convivencia y desestigmatización de los barrios”.