Si rondan los 40 años vivieron una época de la televisión en la que, incluso con una oferta minúscula de canales, podían disfrutar de eso que conocemos como “programas de sketches”. Ya saben, envíos humorísticos que no se basan en una única historia sino que intercalaban segmentos independientes, que podían o no regresar la semana siguiente.

Entre las producciones locales es necesario mencionar a Decalegrón en Canal 10 y Telecataplum (luego rebautizado Plop!), que apostaban al costumbrismo y algo de humor político, aunque todo estaba pensado para que nadie resultara muy ofendido. Claro que, como ocurrió siempre, el público uruguayo era más permisivo con aquello que llegaba desde el extranjero.

Por eso podía verse en nuestras pantallas No toca botón, con Alberto Olmedo dando cátedra de humor en sketches recurrentes en los que la base del guion era idéntica semana a semana. En “Pérez y señora”, por ejemplo, lo único que cambiaba era el electrodoméstico que el jefe, interpretado por Javier Portales, necesitaba para su nidito de amor. Gorostiaga se lo prometía para el día siguiente (“mañana es tarde, Gorostiaga”), mientras que Pérez mágicamente lo tenía “en la cajuela del Packard”.

El humor de Olmedo era zafado para la época, con chicas voluptuosas que usaban ropa interior que les llegaba a las axilas. Pero nada pasaba de la insinuación y el capocómico se tapaba la boca antes de decir la palabra “boludo”.

Su colega de todas las horas, Jorge Porcel, también coqueteaba con lo picaresco en Las gatitas y ratones de Porcel, al tiempo que la inglesa El show de Benny Hill siempre terminaba con los personajes teniendo sexo fugaz detrás de un arbusto. Eso sí, lo único que se veía era cómo volaba cada una de sus prendas de vestir.

El tiempo pasó y el humor fue ganando otros espacios, como los magazines de la mañana o el estado del tiempo, y fue perdiendo programas propios, mucho más caros de producir que aquellos que recopilan videos de Youtube (algunos incluso recopilan videos de Youtube de los mencionados programas de sketches). Hubo excepciones, como el tristemente olvidado Gastos comunes, mientras que Argentina nos enviaba productos tan variados como El Mundo de Antonio Gasalla, Poné a Francella o Cha Cha Cha, este último gracias al cable. El mismo cable que nos permitió ponernos al día con décadas de Saturday Night Live.

En la era de internet y la falta absoluta de concentración, el sketch se convirtió en la píldora perfecta de humor, sobre todo en los dispositivos móviles. Así explotaron Peter Capusotto y sus videos, Guillermo Aquino o los uruguayos de Las Paquitas del humor, en un mundo en el que las más variadas propuestas se viralizan y desaparecen de nuestra memoria con la misma velocidad.

Sketches en streaming

Los diferentes servicios de televisión on demand no se han olvidado del formato, ya sea recuperando viejas series o generando nuevo material. Y Netflix, dado el tamaño de su catálogo, tiene de ambos tipos.

Para empezar, hay que mencionar al pináculo de esta clase de programas: Monty Python’s Flying Circus, quienes comenzaron a subir la vara de calidad en 1969 y pocos han podido siquiera rozarla. Entre los herederos del trono se encuentra la serie Mr. Show, de Bob Odenkirk y David Cross, que en Netflix tiene a su heredero directo, W/ Bob & David, aunque cuente solamente con un puñado de episodios.

En busca de los talentos del mañana, allá por 2016 se estrenó Netflix Presents: The Characters, en donde ocho comediantes “en ascenso” tuvieron, cada uno de ellos, un programa de media hora para mostrar su talento para la escritura y la interpretación de variados personajes.

Uno de ellos fue Tim Robinson, quien había tenido un corto pasaje por Saturday Night Live a comienzos de esta década. En su episodio queda clara su habilidad para plantear escenarios complejos, como el crooner que recorre un casino derrochando su fortuna y siendo amable con todos, pero que pega un volantazo hacia la cruel realidad y uno es testigo del choque violento.

Como queda claro en el sketch “Pointer Brothers”, no tiene miedo de estirar una idea más allá del punto en que se vuelve aburrida, ya que en ocasiones el humor pega una vuelta entera y la risa aparece otra vez. El mundo que rodea a los personajes absurdos de este comediante de 38 años suele reaccionar con el mismo hastío que aquellos espectadores que no comparten su sentido de la comedia.

¿Por qué no te vas?

Tres años después, Robinson regresó con una serie propia. I think You Should Leave consiste en seis episodios de menos de 20 minutos cada uno, en los que vuelve a mostrarnos varios sketches por programa, casi todos protagonizados por él, aunque con numerosas figuras invitadas.

El primer segmento podría ser el ejemplo perfecto de toda esta serie. Un hombre (Robinson) abandona una entrevista de trabajo y al llegar a la puerta intenta tirar de ella, cuando en realidad abre hacia afuera. Cuando el entrevistador le señala su error, en lugar de aceptarlo el hombre redobla la apuesta y le dice que la puerta abre en ambas direcciones; para ello termina tirando hasta romper la madera y las bisagras.

De nuevo, el quiebre hacia el absurdo suele derivar en una escalada de sinsentidos o en una repetición que camina por la cornisa del cansancio. Y como todo programa de sketches, algunos de ellos hacen equilibrio y otros caen al vacío.

En este último grupo se encuentran aquellos en los que Robinson, desde su rol de “raro de la película”, abusa de los gritos y pataleos. Pero cuando está en su justa medida y deja que otros carguen con parte de la historia, la risa está garantizada.

Como la escena del focus group en el que Ruben Rabasa (recordado por sus participaciones en sketches de Sábado gigante / El show de don Francisco) interpreta a un delirante viejito cuya gran idea para mejorar un vehículo es que su volante no salga volando por los aires. Terminará enfrentado con Paul y entre ellos se debatirá quién es el más popular de los presentes. O cuando Fred Willard hace del “nuevo Joe”, el organista de la iglesia, que musicaliza un servicio fúnebre como si estuviera en un parque de diversiones.

¿Gran descubrimiento o nueva decepción? Cuando hablamos de humor, más que nunca, los resultados pueden variar.