Todo comenzó en la década de los 80, cuando dos talentosos escritores ingleses se unieron para crear una novela a cuatro manos. Terry Pratchett (1948-2015) ya había publicado varios libros de su saga Mundodisco, mientras que Neil Gaiman (nacido en 1960) comenzaba a establecerse como guionista de cómics, en especial con la salida de Sandman a través de DC Comics.
Juntos pergeñaron Good Omens: The Nice and Accurate Prophecies of Agnes Nutter, Witch, una historia sobre el fin del mundo, acontecimiento predicho en 1655 por la bruja Agnes Nutter poco antes de ser condenada a la hoguera.
En la historia, quienes se oponen a tan definitivo anticipo son un ángel y un demonio. Aziraphale es el representante de las huestes divinas en la Tierra y Crowley uno de los demonios caídos en desgracia, pero además son compinches desde que la humanidad abandonó el Jardín del Edén, justo después de haber probado una manzana por sugerencia del mismísimo Crowley.
Desde entonces se han acostumbrado a su existencia terrenal, y el plan de plantar al Anticristo en una familia de mortales, anticipando el enfrentamiento final entre el Cielo y el Infierno, no les hace mucha gracia. Por eso intentarán detenerlo, sin sospechar que el plan ya se había complicado el preciso día en que nació la criatura.
La novela, escrita en estridente clave de humor, no solamente sigue a estos dos. Anathema es la descendiente de Agnes y poseedora de su libro de predicciones, el único de toda la historia con 100% de efectividad. Será por eso que la editorial jamás pudo vender un solo ejemplar. También está la pandilla de niños liderada por el hijo de Satanás, un par de torpes cazadores de brujas y los Cuatro Jinetes del Apocalipsis.
Se nota que Pratchett y Gaiman realmente disfrutaron la creación de esta obra, plagada de chistes en los diálogos, las descripciones y hasta en los pies de páginas. La mayoría de los lectores desde su primera edición en 1990 han reído a carcajadas, y Gaiman cuenta que en las firmas de ejemplares cada Good Omens que rubrica suele estar ajado de tantas veces que es leído y releído.
Pero (siempre hay un pero) dice la sabiduría popular que “los resultados pueden variar”, y esta vez me tocó sufrirlo en carne propia. Porque pocas novelas me resultaron más decepcionantes que esta. Debí tomar la decisión más sensata de dejarla a la primera mitad, pero con tantos buenos comentarios seguí adelante, soñando con alguna vuelta de tuerca que redimiera en forma retroactiva al resto del texto. Eso no ocurrió.
Algunas de las subtramas resultan más pesadas que los capítulos de Daenerys Targaryen en la saga de George RR Martin, en especial la que sigue a Adam Young, el jovencito llamado a desatar el Armagedón. Y hay escenas enteras que podrían funcionar perfectamente como cuentos humorísticos, pero que unidas se hacen interminables y parecen transcurrir en forma cada vez más lenta conforme nos acercamos a la fecha del Fin del Mundo (el sábado, justo antes de la cena, porque hasta la última idea tiene que llevar una pincelada de humor).
Adaptation
Durante las últimas dos décadas se estuvo hablando de adaptar estos Buenos presagios. Tiene sentido, dada la recepción positiva que tuvo de (casi) todos sus lectores. En 2002 Terry Gilliam tenía el guion pronto y se rumoreaba que Robin Williams y Johnny Depp podrían ser su ángel y su demonio, respectivamente. Como tantos proyectos del integrante de Monty Python, jamás llegó a concretarse.
Un compañero suyo, Terry Jones, estuvo detrás de un proyecto televisivo en 2011, que tampoco se concretó. Lo que sí fue llevado a cabo, en esa rica tradición que tiene la radiodifusión británica, fue la versión radial emitida por la BBC en diciembre de 2014, con cameos vocales de ambos autores. Pero faltaba la adaptación audiovisual.
Con la muerte de Pratchett, la idea parecía desaparecer, ya que Gaiman aseguró que cualquier proyecto relacionado con Good Omens solamente existiría si lo realizaban en conjunto. Pero en abril de 2016, el autor reveló haber recibido una carta póstuma de su colega, en la que le pedía que encarara en solitario los guiones. Restaba encontrarles un hogar.
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Al año siguiente, Amazon anunció que produciría la miniserie de esta comedia negra (casi) mundialmente alabada, para estrenarla en 2019 a través de Prime Video, su servicio de streaming. Así fue como hace pocos días fueron añadidos al creciente catálogo los seis episodios de 50 y pico de minutos cada uno, que adaptan fielmente la historia escrita 30 años antes. Tan fielmente, que también me resultó sumamente aburrida.
Apoyados por la voz en off de Dios, interpretada en forma correcta por la enorme Frances McDormand, nos encontramos con Aziraphale y Crowley, protagonistas principales de la historia. El rol del ángel fue para Michael Sheen, conocido por interpretar a David Frost en Frost/Nixon (Ron Howard, 2008) y al doctor William Masters en la serie televisiva Masters of Sex.
A su lado, en el papel del diablillo con buen corazón, los productores eligieron con enorme tino a David Tennant, para muchos la mejor encarnación moderna del Doctor que encabeza la longeva ficción televisiva Doctor Who. Para mí no, pero qué necesidad de seguir echándome tierra en la cabeza.
Igual que en la novela, las interacciones entre ángel y demonio son lo mejor de esta miniserie. Sheen es un perfecto tontín, pero no teme ensuciarse las manos de vez en cuando, mientras que Tennant se devora la pantalla con cada aparición y compone su personaje ya desde la errática forma de moverse.
Claro que, tratándose de Good Omens, hay decenas de personajes más que irán apareciendo. Esto incluye a Jon Hamm (Mad Men) como el arcángel Gabriel, Adria Arjona (True Detective) como Anathema, Michael McKean (Better Call Saul) y Miranda Richardson (Rita Skeeter en la saga de Harry Potter). Ni siquiera ellos logran disimular que la historia no se sostiene más allá de sus dos protagonistas, y que el fin del mundo como lo conocemos jamás logra generar tensión, por más personas que aparezcan gritando en unos monitores.
Los diálogos suelen pecar de demasiado literarios, lo que termina forzando situaciones y en especial algunos remates. Para peor, en ocasiones el guion se sabe gracioso o se sabe cool y eso queda demasiado en evidencia. Dejen que el público decida si un auto en llamas que llega con música de Queen es cool o no (en condiciones normales debería serlo).
Cada una de las subtramas llegará a paso de hombre hasta la inevitable confluencia final, que será igual de anticlimática que en el papel y que vendrá acompañada de un montón de epílogos que hacen que el final de El señor de los anillos: el retorno del rey (Peter Jackson, 2003) parezca el final de Los Soprano.
Si disfrutaron del libro, seguramente disfruten de esta miniserie. No me hagan caso a mí, que prefiero toda la vida a Douglas Adams antes que Pratchett, y a Matt Smith como el Doctor antes que Tennant.