Seis espectadores en busca de una familia. Leonor Courtoisie en un ejercicio a través de las paredes de su casa con la palabra como acción dramática. La actriz y escritora analiza y encarna, asombrada e inextricablemente, la sustancia de una obra en la que involucra una genealogía con lógica isabelina, un relato documentado en fotos, cartas y recortes de prensa, falsas recreaciones, pizarrones, redes sociales y té inglés, recursos aliados a la estructura de por sí cómplice de un escenario de clase media.
El error de paralaje acrecienta la impostura. No es que queramos, es que podemos, así que tendemos a creer en ese bardo sin decoro que se nos hace respirar, porque de repente nos damos cuenta de que quedamos esperando que hable otro personaje, dando vueltas en un cuarto ciego de objetos, harto de humedades, citas de épocas, naftalina. Si el escalofrío llegase, tendrá que ver con aquello de los grados de separación y los feudos perdidos, a causa de un animal de caza disecado en una de las habitaciones, o por la naturalidad con la cual esta ciudad puede imponer semipenumbras al final de la mañana.
A esta altura de las ambigüedades, es un dato concreto que la pieza se monta a las 10.30 en días de semana, que la locación se revela un día antes de la función y que está todo agotado hasta el mes que viene. Para la escena final se eligen las ubicaciones, pero cualquier opción dejará de espaldas al que espere concluir entre ficción o verdad biográfica. Bien sabía Shakespeare que el orden no tiene un carácter definitivo. Una carta / programa personalizado recuerda al público su pacto de silencio. Es redonda una vez más la estrategia del comediante: en setiembre, anuncia, la trama continuará.
Casi sin pedir permiso, de Leonor Courtoisie en colaboración con Florencia Zabaleta. Para reservar lugar para julio, escribir a [email protected]. La entrada es al sobre.