El guion coreográfico de Victoria Pin pasa del papel a la obra escénica, con todos los saltos que eso conlleva, en la dirección de Carolina Silveira. Jugando sin que medie el juicio, “una dramaturgia que se pliega amorosamente sobre otra” da acabado a Peso, un ensayo sobre la liviandad. Para verlo hay que acercarse la semana que viene a la sala Zavala Muniz, donde es locatario el ciclo Montevideo Danza.

Peso es un desprendimiento del proyecto de investigación y creación Danzografías, por el cual Silveira obtuvo un Fondo Concursable para la Cultura del Ministerio de Educación y Cultura. La traducción más ajustada es abordar el texto “con la alegría de partir de esas palabras hacia el universo insondable de los cuerpos en relación”.

Contanos de tu experiencia en Montevideo Danza, un ciclo del que fuiste curadora y participante.

El ciclo lleva diez años de vida en los que la danza contemporánea ha crecido y se ha diversificado bastante. Es un espacio que de alguna manera lleva el registro de lo que producimos. Aunque hay muchas cosas que no se muestran ahí, se puede decir que todos los creadores referentes y muchos artistas emergentes han pasado alguna vez. Para mí esta es la quinta ocasión –si no me olvido de algo– que presento una obra mía en el ciclo, pero también he bailado otras tantas veces en obras de colegas. Estuve en la primera edición con Compañía, que incluso repetimos al año siguiente, en la época en que no era necesario que fueran estrenos. Luego se fue formalizando esta idea y desde hace unos tres años, cuando fui curadora, impulsé la convocatoria abierta, que es lo que sigue rigiendo. Esa propuesta que le hice a Leonardo Durán, el productor, fue para ver si justamente ganábamos en diversidad y generábamos espacio para los más jóvenes, porque cualquiera puede presentarse y además la convocatoria establece que se debe seleccionar al menos una opera prima o de artista emergente. Creo que logramos el objetivo en cierto sentido, aunque lo que realmente marcaría un cambio y un crecimiento sería que la sala nos diera más espacio, más fechas, y mejores días para las funciones, y que el auspicio pudiera abarcar más trabajos en el año. El espacio para el desarrollo profesional debería acompañar un poco mejor los movimientos del ámbito formativo.

Otra de las actividades que incluyó el ciclo desde hace tres años es la escritura de pequeños textos de acercamiento a los procesos creativos de las obras que se presentan. Es una tarea de la que me encargo y es importante para los artistas y eventualmente para el público, como una invitación a pensar juntos las obras desde el punto de vista de las experiencias –a todo nivel– implicadas en su creación, más allá del gusto, el juicio, y hacer conexiones.

La “inscripción literaria del campo de la escritura coreográfica” ha sido una preocupación para vos desde antes de desarrollar Danzografías. ¿Esa investigación sigue en proceso?

Esta investigación atraviesa un poco toda mi obra y como que tomó un nombre y un rumbo más claro en ese proyecto. Además, es el tema de mi proyecto de tesis de maestría. O sea que sigue en proceso y creo que naturalmente va a seguir más allá de los subproductos que vaya generando.

¿Este montaje es una deriva de ese proyecto?

No estaba en mis planes montar uno de los guiones nacidos ahí, pero surgió como una inquietud de algunas participantes del proyecto, de continuarlo en la práctica, y me gustó hacer este ejercicio de montar un guion de otra persona, que es además una colega y amiga y que está asistiendo la dirección de la obra.

Tu anterior espectáculo era un poco una historia sin fin, este explora la liviandad, aunque da la impresión de que la danza contemporánea suele ser en términos generales más a tierra. ¿Qué te condujo hasta acá?

Creo que Peso también es, de alguna manera, una historia sin fin. O mejor, sin comienzo ni fin, que es como vengo sintiendo un poco en general el ser de todas las cosas. Cuando le agregué al título lo del “ensayo sobre la liviandad” fue una manera de jugar con las metáforas asociadas a la idea de peso, y quitarle el peso, justamente, pero no implica que no trabajemos a tierra y que la sensación de peso no esté en nosotros y en el trabajo. De hecho, es lo que más está, pero junto a la idea de liviandad, porque ambas viven juntas. La gravedad para el bailarín contemporáneo no es de lo que se quiere huir; se acepta que es relajando el peso en alguna dirección que el movimiento se produce naturalmente, es decir, más por un soltar que por un hacer. Y eso es gracias a la gravedad como campo que habilita un movimiento infinito y relacional de los cuerpos sin necesidad de hacer prácticamente nada.

Jugamos un poco con estas palabras, la idea de dejar caer, de dejar que caiga cierta idea de la danza que nos atrapa en algo que no queremos, o ciertas ideas de nosotros mismos, identidades. En fin, creo que en algún sentido siempre estoy trabajando lo mismo, y acá tal vez es más claro que hay un deseo de entrar en una zona de vulnerabilidad y de descontrol de la situación. Pasamos mucho tiempo de ojos cerrados, confiando en las composiciones azarosas de los cuerpos, aprendiendo a lidiar con el accidente con menos culpa, menos miedo, menos frustración, trabajando el accidente como una oportunidad de transformación. Estamos llenos de dudas pero también llenos de confianza.

A propósito: ¿qué placeres y displaceres te genera trabajar a partir de una partitura ajena?

El guion de Viqui es muy sencillo, muy concreto, y a la vez trabaja cosas fundamentales, básicas para la danza. Eso me gustó mucho como comienzo, para hacerlo dialogar con algunas prácticas, como la del movimiento auténtico, y varios ejercicios-partituras con ojos cerrados, que estaba interesada en profundizar (el trabajo de Lisa Nelson me ha influido mucho en este último tiempo). Luego, por la confianza mutua que tenemos, era fácil para las dos ser libres con ese guion.

Otro aspecto de esta liviandad tiene que ver con algo que estaba en el guion original, que es la inclusión de algunas danzas de salón. Como no tenemos experiencia en eso, nos lo tomamos con mucha liviandad, desde un lugar de no-saber completo. Incursionamos en algunos bailes y clases de estilos tropicales, pero no con la idea de aprenderlos –que era imposible en poco tiempo– sino de ver qué había de eso en nosotros y cómo la escena de la danza contemporánea puede traer esos otros sonidos y cuerpos que andan por ahí, y en los que también participamos cuando vamos a fiestas o en situaciones supuestamente “fuera de la danza”. Esto no es nuevo como aspecto de investigación escénica; se ha hecho bastante este trabajo de inclusión de otras danzas menos relacionadas con al escena y con la contemporaneidad; implica una suerte de autocrítica o crítica de las divisiones entre alta y baja cultura, y una pregunta por el cuerpo ahí, en esa frontera.

La sinopsis se refiere al peso como una señal contundente de vida, un dato que la sensación de dolor también suele recordarnos. Y habla además de la repetición como forma de aprendizaje. ¿Se van a ver –literalmente– estos conceptos?

La escritura no va a estar en escena. Ese papelito que hizo de imagen de la obra antes de que empezáramos a poner el cuerpo en ella es un miniguion que escribí un día en Danzografías y que contiene algunas de estas cuestiones que me interesan y que hacen de subpartitura de la obra. “Dónde poner los cuerpos” o “repetir para aprender” son conceptos-prácticas que están presentes en la obra. Creo que si uno se pone a rastrearlos puede encontrarlos con precisión, pero tal vez no se trate de eso, sino de dejarse llevar por el devenir de la pieza –que no tiene cortes, no está estructurada en escenas bien delimitadas, sino más bien que se van solapando unas con otras las acciones–, y tiene espacios de improvisación menos reglada, donde dejamos a la composición más libre de acontecer, más allá de nuestra voluntad compositiva, que es infinita. Hay algunas palabras en la obra, no muchas, pero hay un juego verbal acompañando algunos momentos.

Peso, un ensayo sobre la liviandad va el 30 y 31 de julio y el 1º de agosto a las 20.30 en la sala Zavala Muniz (teatro Solís). Dirección: Carolina Silveira. Guion y asistencia de dirección: Victoria Pin. En escena: Antonio Bouza, Emiliano Russo, Federico Reynaud, Lucía Sismondi, Luna Anaïs, Melisa García y Tatiana Vila. Producción: Carolina Silveira y Luna Anaïs. Entrada general $ 390 o dos por $ 700 (Comunidad la diaria 2x1) en boleterías del Teatro, Tickantel, Redpagos, Abitab y Tienda Inglesa.