En Stranger Things, la serie creada por Matt y Ross Duffer, la década del 80 no es solamente un período de tiempo al que rendirle culto: es una lente a través de la cual vemos toda clase de aventuras. Todo comenzó en 2016, aunque rápidamente nos convencimos de que estábamos en 1983. Allí conocimos a un grupo de amigos que poco tenían para envidiarle a The Goonies (Richard Donner, 1985), que terminaron envueltos en una conspiración que incluía a una jovencita con poderes telequinéticos y un portal a otro mundo.
Aquellos ocho episodios lograron lo que a las ficciones televisivas cada vez les cuesta más trabajo lograr: que las redes sociales no pararan de hablar de Stranger Things. No solamente quienes recordaban esas pandillas inquietas que cruzaban su pueblito en bicicleta cargando un extraterrestre obsesionado con telefonear a su casa. Es que la nostalgia (a veces propia, a veces ajena) se combinó con el ritmo moderno de contar historias para una primera temporada que fue devorada por los espectadores, de los que muchos se convirtieron en fanáticos.
La segunda tanda de episodios llegó en 2017 y nos transportó a 1984. Por un lado, los Duffer acertaron al ampliar el elenco, mientras que nos mostraban cómo los personajes originales lidiaban con las consecuencias de haberse enfrentado a bichos sanguinarios e investigadores pagados por el gobierno, unos más jodidos que otros. Sin embargo, al menos a criterio de quien reseña, la calidad descendió con respecto al año anterior, pese a un eco de aquellas intrigas, aventuras y enfrentamientos. Todo cambió (o agarraron a quien reseña de mejor humor) con la llegada a Netflix de la tercera temporada, que recupera lo mejor de la primera al tiempo que aprovecha el universo construido hasta el momento.
A la una, a las dos, ¡y a las tres!
Una vez más la acción se traslada al simpático, pequeño y sumamente ochentero pueblito de Hawkins, en el estado de Indiana. Ahora estamos en 1985, en vísperas del 4 de julio, Día de la Independencia (como nos quedaría grabado en la década siguiente, cuando Bill Pullman y Will Smith nos salvaron de los extraterrestres). Nuestros protagonistas ya han sacado las castañas del fuego en un par de ocasiones contra criaturas venidas de esa dimensión extraña llamada Upside Down. Claro que no contaban con la llegada de un monstruo mucho más complejo y por completo ineludible: la adolescencia.
Por algo la recomendable animación de Netflix Big Mouth marca la llegada de esa etapa de nuestras vidas como la aparición de un monstruo hormonal que, a la manera de un diablillo en nuestros hombros, nos da pésimos consejos y nos hace comportarnos como unos tarados. Pues adivinen quiénes se comportan cada vez más como unos tarados...
Mike Wheeler (Finn Wolfhard) y la ya-no-tan-misteriosa Eleven (Millie Bobby Brown) están en un momento de relativa calentura en su relación, lo que no le hace nada de gracia al sheriff Hopper (David Harbour). Lucas (Caleb McLaughlin) y Max (Sadie Sink, de lo mejor de la temporada 2) también juegan a los novios, aunque con eternas idas y vueltas. Dustin (Gaten Matarazzo) acaba de regresar de un campamento y jura que está en una relación a distancia, mientras que el pobre de Will (Noah Schnapp) lo único que quiere es jugar una puñetera partida de rol. No pasará mucho tiempo hasta que se forme la famosa grieta “los nenes con los nenes, las nenas con las nenas”.
Con esos ingredientes alcanzaría para contar la historia de un verano en el que las relaciones comenzaron a cambiar, pero nunca es tan fácil en Hawkins, Indiana, sobre todo porque el sitio continúa albergando un portal, más abierto o más cerrado, hacia ese lugar repleto de alimañas. Y si algo nos enseñó el cine, más acá o más allá de los 80, es que donde haya alimañas habrá alguna superpotencia tratando de dominarlas por alguna pérfida razón.
La casa al Julio Rojo
Cuando hablamos de Stranger Things y de clichés no podemos hacerlo de manera negativa per se, ya que sus creadores construyeron una narrativa sobre aquellas ideas que se repetían en la ficción estadounidense de la década tantas veces mencionada en este texto. Y si en algo “clichearon” los 80 fue en la presencia de los rusos (todavía eran soviéticos) como el enemigo perfecto que, salvo en contadas ocasiones, solamente estaba allí para hacerse odiar.
Sí, la URSS también tiene intenciones de dominar el Upside Down y Hawkins es el lugar más adecuado para hacerlo, así que sus caminos se cruzarán más tarde o más temprano con el de los agitados aventureros en bicicleta, cuyos padres en cualquier tribunal del planeta perderían la patria potestad en un tris, ya que los jovencitos andan para arriba y para abajo, arriesgan sus vidas, explotan cosas, y en sus casas simplemente creen que están “en lo de un amigo”. Esto también está exagerado y casi siempre funciona.
No todos los adultos permanecen ajenos al plan anual de conquista dimensional de demogorgones, demoperros y hasta demorratas. La sufrida señora Byers (Winona Ryder), madre de Will, volverá a involucrarse en el misterio de turno, mientras el pobre sheriff intenta que se olvide de Bob (Sean Astin, carne de demoperro). Este año Joyce Byers no anda penando tanto por su hijo, lo que permite que Winona se divierta bastante más y nos deje quizás la mejor actuación de la serie. Hay un par de secundarios que aportan lo suyo, ya llegaremos a ellos.
La presencia de un elenco amplio y relativamente desarrollado permite seguir varias subtramas en paralelo, cada una con su estanque de clichés del que abrevar a gusto. Por un lado está la llegada del shopping center Starcourt, que amenaza con llevar a los pequeños comerciantes a la quiebra, pero también están Nancy (Natalia Dyer) y Jonathan (Charlie Heaton) investigando sucesos extraños que podrían o no tener que ver con el Upside Down (claro que tienen que ver, siempre tienen que ver). El tan ochentero como desagradable Billy (Dacre Montgomery) también esconde un secreto, mientras sube la temperatura de las veteranas del pueblo, y en la heladería local Steve (Joe Keery) y Robin (Maya Hawke) se convierten en espías por accidente.
Todas las pequeñas historias, que se terminarán uniendo sobre el cierre, son al menos moderadamente entretenidas y le dan variedad a la serie. Nancy sufre la humillación por ser una simple jovencita que se cree periodista (con Jake Busey heredando el rol de desagradable de su padre, Gary Busey), mientras que los heladeros terminan envueltos en un caso que les queda grande, infiltrándose en instalaciones secretas junto a niños y adolescentes con la soltura de un 007. Como siempre, cualquier arranque de cinismo que tenga el espectador lo expulsará de la serie de inmediato.
Dicho esto, algunos elementos pueden llegar a distraernos, y no me refiero a la cantidad de cigarrillos que fuman algunos adultos o a la forma súbita y casi espeluznante en la que los protagonistas pegan el estirón justo entre los episodios seis y siete (pero es que algunas caras cambian por completo). Ni que hablar del discurso acerca de la New Coke, a medio camino entre el recuerdo nostálgico y el brutal product placement.
Por tercera vez, Eleven es la jovencita que debe utilizar sus poderes de intensidad convenientemente vaga para repeler una amenaza de la dimensión de marras. Al menos ella aparece haciendo un uso egoísta de sus habilidades, lo que le devuelve algo de onda al personaje. También por tercera vez, Will es el sufrido del grupo, aunque sufre muchísimo menos que en ocasiones anteriores.
Y si en la segunda temporada los protagonistas sufrían del síndrome “completo las frases del otro y saco conclusiones en simultáneo”, aquí aparece otro mal que aqueja a guionistas y directores, que es “termino la escena con una pregunta sin contestar”. Algunas preguntas son casi retóricas, es cierto, pero es como si no se sintieran capaces de escribir una respuesta digna de ser filmada.
La mención desconocida
Hay un puñado de actuaciones que merecen destacarse, ya sea de recién llegados o de personajes que explotaron este año. Cary Elwes (Robin Hood en la parodia de Mel Brooks) es brillante como el trumpesco alcalde Kline, quien recibe su merecido bastante más que los corruptos e ineptos en quienes está inspirado su personaje. La mencionada Maya Hawke, que llega con genes de Uma Thurman y de Ethan Hawke, se acopla al elenco desde su primer segundo en pantalla.
En la categoría “regresos con gloria”, Brett Gelman demuestra que su actuación superlativa en Fleabag no fue casual, y vuelve a deleitarnos como el conspiranoico Murray. Por último, la jovencísima Priah Ferguson logra cansarnos (y luego conquistarnos) en el papel de Erica Sinclair, la hermana pequeña de Lucas.
El premio “referencia del año” va para el “Terminator ruso” Grigori (Andrey Ivchenko), cuyas apariciones en pantalla siempre comienzan con un plano de sus botas. La cereza de la torta es que el actor tiene un rostro que mezcla a la perfección a Arnold Schwarzenegger y Robert Patrick, T-800 y T-1000, respectivamente.
Por último, el momento del año no será spoileado porque ocurre sobre los últimos episodios, pero tiene que ver con la interpretación de un tema musical tan ochentero como ñoño, y cualquiera que haya visto la temporada completa sabrá a lo que me refiero.
La historia que se cuenta en estos ocho episodios es autoconclusiva, más allá de que las amenazas provenientes del Upside Down siempre están a la vuelta de la esquina, y de que la última escena deja todo pronto para un eventual regreso, que los Duffer ya tienen planificado. Esperemos que no se dé eso de que las temporadas pares de Stranger Things son más flojas que las impares, porque si fuera una referencia a la calidad de las películas de Star Trek les salió al revés; allí las pares son las que están buenas.
Ceben Eleven
Cada vez que un producto de entretenimiento explota aparece el oportunismo comercial, que va desde quien decide bajar una imagen de internet y estamparla en una taza sin preocuparse si respeta las proporciones hasta los productos más cuidados. En los últimos días llegó al mercado un libro que pertenece al merchandising oficial y que promete satisfacer a los fanáticos de la serie.
Stranger Things. Mundos del revés: la guía oficial (Penguin Random House, $ 990) es el título de este volumen que comienza sorprendiendo desde su diseño, que simula el de un libro cuya sobrecubierta fue dañada con el paso del tiempo y al que su dueño forró con nailon para preservarlo. Tan bien logrado está el efecto, que incluye un sticker con la leyenda “¡Que no cunda el pánico! El aspecto de libro usado es intencionado”. Si te molesta el sticker, más chiquito dice: “Se despega”. ¿Ven? Pensaron hasta el último detalle.
Su interior también presenta un impecable despliegue gráfico, con fichas de los personajes, muchas fotografías, una sección impresa del revés (obvio) y hasta un mapa desplegable de Hawkins.
En cuanto a los textos, no encontraremos nada que no aparezca en una sucesión de búsquedas online, pero la información está presentada de manera clara, ordenada y tan entretenida como la serie. Se intercalan saludos a los fans de la pluma de los mismísimos Matt y Ross Duffer con análisis del fenómeno mundial, referencias literarias y hasta una lista de las canciones más importantes que sonaron en las primeras dos temporadas de la serie.
El libro, firmado por Gina Mcintyre, no presenta grandes puntos flojos, más allá de que ya es una guía incompleta y que la traducción española hace que los Duffer digan un montón de veces la palabra “friquis”. Por lo tanto, si en el fanaticómetro de Stranger Things estás puntuando más de 7,5 sobre 10, deberías al menos echarle una ojeada o una hojeada, lo que te guste más.
.