Un muchacho los ve desde la calle, cae en la cuenta de que son ellos y se acerca hasta la ventana del bar El Gaucho que mira hacia 18 de Julio. Les hace una seña con los dedos, sonríe y sigue su camino. Del otro lado del vidrio, Eduardo Larbanois y Mario Carrero asienten agradecidos y al unísono, como si fuera una de sus canciones, explican que con su seña el joven les avisó que tenía entrada para uno de los recitales que el dúo brindará en el Auditorio del SODRE. La primera fecha fue ayer y la segunda es hoy a las 21.00 –hace días que ya no quedan entradas–. El motivo del espectáculo es festejar el lanzamiento de su nuevo disco, que en estos días ya marcará presencia en las bateas.
Se trata de un álbum cuádruple –sí, cuatro discos– registrado en los shows en vivo que Larbanois & Carrero hicieron en el Teatro de Verano, en 2017, para celebrar sus cuatro décadas de trayectoria. Por eso trae 40 canciones –ordenadas cronológicamente– y por eso nos reunimos con el dúo, pero no sólo para conversar, sino también para escuchar algunas de sus canciones –ni soñar con 40 ni con la mitad, porque no dan las páginas del diario ni las horas de bar–. Pusimos sobre la mesa esos parlantes chicos pero potentes para hacer sonar las canciones como disparadores. En medio de la entrevista-escucha, otra vez, un señor se acerca a la ventana y los saluda, lo que lleva a preguntarles cómo se llevan con la popularidad y el reconocimiento en –o desde– la calle.
“Estamos en Uruguay, acá no hay divos. Te ven con la bolsita en la feria, te saludan, te toman el pelo, te llenan de cariño, hay una relación muy linda; no hay ese atosigamiento que muchos artistas tienen en otros países”, contesta Larbanois. Agrega que con su compinche musical andan todo el día en la calle –separados, obvio– y los suelen saludar o pegar un grito. Por supuesto, a veces los confunden. “Adiós, Mario”, le dicen a Eduardo. “Y yo no los voy a parar para decirles que soy Eduardo”, señala. Carrero acota que cuando arrancaron a usar boinas, a veces los saludaban al grito de “Pepe”, por José Pepe Guerra. “[Daniel] Viglietti decía que los cantores populares, cuando llegamos a los 50, empezamos a usar la gorra ortopédica”, comenta Larbanois, y se ríe.
“Llanto por el Mediomundo”
Suena una percusión con un swing glorioso, y Larbanois pregunta si sabemos quién es el que la toca. Nada menos que Mario Chichito Cabral, que da el puntapié inicial de “Llanto por el Mediomundo”, el tema que abre el homónimo disco debut de Larbanois & Carrero, que fue lanzado en 1979 pero grabado un año antes en el legendario estudio Sondor. A fines de 1978 el famoso conventillo Mediomundo, ubicado en Cuareim 1080, fue desalojado para luego ser reducido a polvorientos escombros. “¿Adónde va ese candombe que salió del Mediomundo? / Candombe de medianoche, sin sonido del tamboril”, dice el primer verso de la letra que parió la pluma del poeta y músico tacuaremboense Washington Bocha Benavides, y que musicalizó su coterráneo Larbanois.
“Hacía poco que yo había llegado de Tacuarembó y el candombe no era muy representativo de la zona norte. Hoy en día se escucha en todo el país pero es un fenómeno básicamente montevideano”, señala Larbanois, y agrega: “De todos modos, el primer instrumento que yo toqué fue un tamboril, desde muy chico. Mi padre había vivido un tiempo en el conventillo Ansina, entonces, tocaba el tamboril, y era lo que había en la casa de mis abuelos. Pero mi acercamiento al candombe fue mucho más montevideano, a través de los discos, de haber escuchado a Tótem y a [Ruben] Rada”.
A su vez, Carrero cuenta que el tema tiene una connotación bastante particular para él, porque en 1971 había ingresado a trabajar en la vieja Compañía del Gas –lo que hoy es Montevideo Gas–, que tenía sus instalaciones al lado Dique Mauá, y muchos vecinos de conventillos como Mediomundo y Ansina estaban de forma directa o indirecta en la bolsa de trabajo de la compañía. “Entonces, para mí no es sólo la canción sino la historia del gas”, dice.
Además de Chichito Cabral, en aquel primer disco también tocó otro baluarte de la música uruguaya como Jorge Galemire, que, según consignan los créditos del LP original, tocó el bajo. Carrero acota que Alfredo Zitarrosa fue uno de los primeros músicos en tener un cuidado “muy especial” a la hora de hacer la ficha técnica de los discos, y subraya que eso hoy, con las plataformas online, se perdió, ya que sólo nos informan del intérprete y del título de la canción. Por eso, el dúo siempre siguió esa línea marcada por Zitarrosa y acreditó con lujo de detalles a quienes tocaron en sus discos. “Quien hacía palmas, quien cebaba mate, todo”, acota, con humor, Carrero.
“Cuando cante el gallo azul”
“–¿Vino de la ciudad? / –Vine de Tacuarembó... / –¿Sólo por verme a mí....? / –Su humilde servidor... / –¿Se marchará de aquí...? / –Cuando cante el gallo azul... / –¿Y allá me olvidará? / –Que no vea más la luz”, dice el estribillo de “Cuando cante el Gallo Azul”, otra del disco debut de dúo y otra con letra de Benavides, pero con música recopilada por Bolívar Pérez, cuándo no, otro tacuaremboense. Larbanois, como buen profesor de guitarra, para la oreja e indica que para lograr ese sonido percutivo particular que se escucha en la guitarra rítmica, tocada por Carrero, se coloca una bajara cruzando las seis cuerdas, en el diapasón, contra la caja, para que suene similar a un redoblante. Así es como se tocaba en campaña este ritmo, la maxixa, que viene de Europa, estrictamente de Polonia, explica Larbanois.
Carrero recuerda que fue la primera canción que les acercó Benavides cuando el dúo empezó a armar su repertorio, ya que antes, eventualmente, subían al escenario a cantar juntos, pero eran más que nada dos solistas. “Eduardo tiene una historia mucho más cercana al Bocha. Yo lo conocía a través de la obra de Numa Moraes, pero mi influencia primaria cuando arranqué a cantar fue el maestro [Rubén] Lena, Víctor Lima y Los Olimareños. Después, la vinculación con Eduardo me hizo estar más cerca de Benavides”, cuenta.
“Sigue siendo la canción que abre todos nuestros espectáculos. Hace 42 años que la estamos cantando y estamos profundamente agradecidos porque nos abrió puertas para otras canciones”, dice Larbanois, y, al escuchar la versión original, destaca el sonido “tan curioso” de las guitarras que fueron grabadas hace más de cuatro décadas, que describe como “más secas”. Si bien hoy con la tecnología disponible se puede hacer maravillas con el sonido y agregarle cualquier firulete, Larbanois dice que le gusta que el sonido de la guitarra sea el que él puede hacer. “No me gusta poner pedales, nunca usé pedales. Lo más que utilizamos es un poquito de reverb para darle profundidad, pero nada más que eso”, aclara.
“Zumba que zumba”
Cerca del mismo bar donde estamos ahora, pero hace 40 años, Carrero se encontró con Benavides y el poeta le dijo: “Tengo un ‘zumba que zumba’ para ustedes”. “¿Un qué”, le preguntó Carrero, porque no tenía mucha noción de lo que le hablaba. Se trata de un tipo particular de joropo –ritmo típico de Colombia y Venezuela– similar a lo que aquí sería el contrapunto de la payada, de pregunta y respuesta. Benavides tenía a mano un disco con una versión de la canción, titulada, justamente, “Zumba que zumba”, de la cantante Soledad Bravo, venezolana de origen español. La letra de la versión del dúo uruguayo quedó tal cual, excepto, claro está, por los nombres. “Cuando me pongo a cantar no pido permiso a nadie, / cuando me pongo a cantar no pido permiso a nadie, / que eso de pedir permiso y es cuando el hombre es cobarde; / ¿verdad, Carrero?, / y es cuando el hombre es cobarde”, canta Larbanois.
La cruel paradoja es que, cuando grabaron esa canción, que abría el disco Cuando me pongo a cantar, de 1980, vaya si había que pedir permiso. Carrero recuerda que cuando arrancó el dúo, en 1977, era un momento de “mucho silencio” y el movimiento musical encontraba en eventos de cooperativas de viviendas, parroquias, grupos de viaje o lo que fuera, actividades que oficiaban de “tapadera” para poder expresarse con su arte. “En las primeras épocas se solicitaba un permiso pero en la comisaría de la zona, y el comisario no era un cuadro represivo, cumplía pero todavía no había empezado a hilarse tan fino”, señala.
“La censura nos ayudó con el vuelo poético”, bromea Larbanois
Al principio, generalmente, pedían sólo el título de las canciones, pero cuando el movimiento del canto popular creció y ofició de cable a tierra para la gente ante la prohibición de los sindicatos y los partidos políticos, la dictadura se tomó de una forma más “seria” la censura, y pasó a estar dirigida por el departamento de “inteligencia” del régimen, que pedía presentar tres copias de una lista con todas las letras a interpretarse. Pero, faltaba más, la censura no afectaba sólo a las actuaciones en vivo sino también a las grabaciones de discos. La letra original de “La parva indestructible”, de 1983, decía “somos un pueblo unido para siempre”, pero la censura les hizo tachar la palabra “pueblo” y cambiarla por “sueño”. “Nos ayudaban a darle vuelo poético”, acota Larbanois con ironía.
“Ocho letras”
“Allí donde te gritan que no podrás, / los cerrojos del miedo y de la crueldad. / Allí donde te imponen guardar silencio, / silencian tu boca con sufrimiento”, dice “Ocho letras”, también de 1983 (del disco Antirrutina), con música y letra de Carrero, que hoy dice que en ese último verso se refería directamente a la tortura. El tema casi no entró en el disco porque no sabían cuáles podían ser las consecuencias. Terminó siendo editada con la “voz guía”, es decir, la que se graba al principio simplemente para marcar la base. No les dio el tiempo para cantar arriba.
De todas maneras, Larbanois recuerda que en 1983 venían soplando vientos de cambio, luego de que el pueblo le dijera “No” a los militares en el plebiscito de 1980, con el que el régimen quería perpetuarse en el poder con apariencias de legalidad. “Los militares no pensaban perder ese plebiscito, y según las encuestas, todo el mundo decía que iba a votar el ‘Sí’, pero vos ibas por la calle y los coches, los ómnibus, te hacían ‘No’ con los limpiaparabrisas, era todo muy subliminal”, rememora Larbanois. Agrega que en algunos recitales previos al plebiscito, por consejo de Horacio Buscaglia, buscaban cualquier excusa para decir “no” sobre el escenario. “–¿Qué cantamos ahora? –Tal canción... –No, no, no. –¿Por qué no? Estás negativo... –No, no no”.
“Ocho letras” fue grabada en 1982, el mismo año que la banda inglesa Iron Maiden lanzó el que quizás es su mejor disco, The Number of the Beast. Ustedes se preguntarán: ¿qué tiene que ver eso con Larbanois y Carrero? El álbum de los ingleses cerraba con “Hallowed Be Thy Name”, una canción que hace unos años diez años, gracias a un posteo en el sitio Taringa! y a un video en Youtube, varios empezaron a percatarse de que tenía una estructura armónica y hasta un fraseo melódico similar al tema del Larbanois & Carrero. El video, titulado “Iron Carrero”, se hizo viral cuando todavía las cosas en internet no eran tan virales como hoy. El dúo estuvo al tanto, incluso del debate a favor y en contra en las redes, y obvio que cuando grabaron la canción no tenían ni idea de la existencia del tema de Maiden. “Con un puñadito de notas básicas se está haciendo música hace millones de años”, dice Carrero.
“Autocríticas”
“Soy culpable cuando creo una mentira, / aunque sea esa mil veces repetida”. Son los primeros versos de “Autocríticas”, la que cierra el disco Identidades, de 1996, cuya tapa es una foto de la escultura Los últimos charrúas. “Siempre existieron las fakes news, pero con otro nombre”, acota Larbanois al escuchar esos versos, que desarman la infame frase que se le suele atribuir a Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler. La letra es de Carrero y la música es de Larbanois, que comenta que las autocríticas que deslizan en esta canción se las plantearon porque ellos no cantan para el pueblo, como a veces se les dice, sino que son pueblo. “Lo que hacemos es nuestra vivencia, y cuando la volcás a una canción es porque te estás planteando, preguntando y proponiendo. Nosotros no damos cátedra de qué es lo que hay que hacer o no hay que hacer, planteamos lo que pensamos que tenemos que hacer nosotros”, dice.
“Al escribir canciones estoy motivado por lo mismo de siempre: la defensa del tiempo y del espacio en el que me tocó vivir, más allá de los avatares ideológicos, políticos, sociales y culturales”, dice Carrero, y eso lo podemos comprobar en el verso: “Soy culpable hasta del aire que respiro, responsable por el sol, el mar y el río”. Entonces, en el bar, cortado de por medio, ese verso dispara el tema ambiental, que nos lleva sin escalas hasta el proyecto de instalación de la segunda planta de celulosa de UPM.
“Vivimos en una sociedad capitalista, lo que se necesita para que se conviva en esa realidad es dinero, y las personas sin dinero no pueden vivir, entonces, se necesita laburo, y cuando aparece...”, dice Larbanois. De todos modos, agrega que la “realidad de un sistema que está destruyendo el mundo” no la va a cambiar si se instala o no UPM. “Hay que apuntar un poco más arriba en eso. Es tanta la vorágine del crecimiento del sistema, exponencialmente destructivo, que me importa mucho más que destrocen la Amazonia con la permisividad que se está haciendo, que sabemos que es mucho más vital que una fábrica que puede aportar laburo, y consecuencias, como todo: el hombre pone un paso en un lugar y lo cambia”, señala Larbanois.
“A lo largo de todo lo que he escrito, he planteado siempre el mismo tema: el ser humano por encima de todo”, dice Carrero, y pasa a ilustrar lo que acaba de señalar con una anécdota simple y concreta. Hace unos días fue a un “importante supermercado” para comprar morrones. Cuando se arrimó a la parte de las frutas y verduras, hizo lo de siempre, eligió lo que iba a comprar, pero cuando lo llevó para que lo pesaran, la persona que lo solía hacer no estaba. “Había una maquinita preciosa, con dibujitos y todo, para que lo hiciera yo. Entonces, hasta ayer había una persona que hacía eso, pero hoy no está, y lo tengo que hacer yo, pero el morrón me cuesta lo mismo”, reflexiona, y recuerda que, luego de comprada la fruta o verdura de turno, se puede pasar por la caja automática, que nos hace sentir “muy modernos”. Por lo tanto –concluye–, hoy podemos entrar a un supermercado y salir “sin haber hablado con una sola persona”.
“Vamos camino a eso y estamos cada vez más contentos y enamorados de ese modo. Yo lo simplificaría de esta manera, y corre para cualquier planteo que se haya hecho, se esté haciendo o se vaya a hacer: no estoy de acuerdo con cualquier inversión. Si esa inversión no me asegura que no altera el espacio de este mundo en el que soy inquilino, y si al mismo tiempo es en realidad un beneficio...”, dice Carrero. Por otro lado, subraya que hay algo que da “mucho trabajo” pero a veces “no se le da la importancia que tiene”, y es la cultura. “Un espectáculo en el Teatro de Verano, de repente, da mucho más puestos de trabajo directos e indirectos que algunas grandes empresas que vienen, ofrecen de todo y se van”, señala.
Por último, pone como ejemplo su otro oficio –del que ya está jubilado–: “Los cambios que tuvo MontevideoGas a través de todas las privatizaciones que ha habido no han mejorado para nada la gestión ni la calidad de vida de los propios trabajadores. Y si sigue existiendo, es por los trabajadores. Somos un país dependiente, pero aun así, no estoy de acuerdo con las inversiones a cualquier precio”, dice Carrero, y Larbanois, otra vez al unísono, subraya las últimas tres palabras, con la misma precisión de un melódico fraseo de guitarra que finaliza un verso.
“Santamarta”
Como todo tiene que ver con todo, el ejemplo que puso Carrero sobre la automatización en el supermercado nos lleva a “Santamarta”, que de casualidad es el próximo tema pronto para ser escuchado. Se sabe, Santamarta era una villa de malvón y rosaleda, a la que el progreso –“la televisión por cable y el acceso a la internet”– fue cambiando “poco a poco”, y así la gente “se fue olvidando de sus cosas cotidianas”, habla “en otro idioma y vive en otro lugar”.
La canción vio la luz en 2001, y Carrero recuerda que en ese momento generó “un montón de ataques” hacia la postura que “supuestamente” tiene, de estar “contra el progreso”. Pero hoy “todo el mundo está alarmado por lo que pasa a través de las redes, por lo que se dice o no se dice, si es cierto o no” y cómo “se pueden digitar resultados electorales”. “Yo sigo creyendo que la opinión de un profesional del periodismo es mucho más importante que toda esa manga de bolazos que andan por las redes y que supuestamente son la libertad absoluta”, dice Carrero, y agrega: “No me voy a hacer el iluminado. Cuando me planteaba eso ni siquiera me imaginaba las fake news, pero hoy tampoco me puedo imaginar todo lo que puede venir, porque estamos en el medio de un cambio tecnológico fuerte, comparable, quizá, a cuando apareció la escritura”.
Esto no quiere decir que el dúo este en contra, por ejemplo, de Netflix. Siempre y cuando –acota Carrero– no lo “manejen”. “Cuando me empiezan a seleccionar qué me gustaría ver de acuerdo a lo que vi ya me molesta un poco. Entonces, hasta de porfiado, miro otra cosa”.
“El arte es cuestionador. No tiene partido”, opina Carrero
“Conclusiones”
“En ocasiones yo me cuestiono, el gesto, el canto, la copla, el tono, / si grito mucho o si desentono; y aunque no voy con traumas ni encono, / no me justifico, no me perdono, que hablamos mucho o hacemos poco, / que el mundo está cada vez más loco”, canta Carrero en “Conclusiones”, el tema que abre el disco homónimo del dúo, editado en 2015, que por ahora es el último álbum de estudio que editaron. “Sintetiza lo que venimos hablando, porque los problemas esenciales siguen estando”, lanza Larbanois, y reflexiona: “A veces han tratado de identificar al canto popular con una postura política, pero el arte no tiene partido. Es más, siempre es cuestionador, si no, pasa a ser un panfleto, y eso no sirve en ninguna circunstancia. En última instancia, sirve para agitar al de entrecasa, al convencido, y eso no lo hicimos nunca. Siempre cuidamos de que la canción valiera por sí misma, más allá del momento histórico, por el compromiso con nuestros predecesores y los maestros con quienes aprendimos”. Carrero lo mira, piensa, y contrapuntea: “Eso no quiere decir que no tengamos nuestra postura política partidaria, que es totalmente conocida”.