Personaje histórico algo oscuro salvo para entendidos, François Vidocq (1775-1857) pasó por el mundo dejando su huella. Primero como criminal –fue un estafador, ladrón y escapista audaz de cárceles publicitadas como impenetrables–, luego como agente de la ley –fue policía, fundador de la Sureté y dueño de la primera agencia de detectives privada de la que se tenga constancia histórica– y por último, como referente cultural.
Su biografía sería inspiración para muchísimos y muy afamados autores: fue amigo de Honoré de Balzac, quien le dedicaría luego el personaje de Vautrin en varias de sus obras; también Victor Hugo se inspiró en las “dos vidas” de Vidocq para crear a los protagonistas de Los miserables, tanto el ladrón Jean Valjean como el policía Javert; y, más importante aun, Edgar Allan Poe tomaría sus métodos deductivos y personalidad para crear en 1841 a Auguste Dupin, el primer detective del relato de enigma.
La vida de Vidocq fue en sí misma una novela de aventuras. Criminal condenado numerosas veces, soldado desertor, espadachín afamado, llegado el momento no pudo seguir con ese tipo de vida y le propuso al jefe de Policía de la Francia napoleónica un muy poco ético –para sus colegas criminales, al menos– cambio: por un indulto buscaría y capturaría criminales, a los que él sólo conocía y podía atrapar.
Su asociación con la ley demostró ser infalible, y Vidocq conformó un equipo especial –integrado por ex convictos como él mismo– con los que haría destrozos en el bajo mundo parisino de principios del siglo XIX. Sus métodos de análisis y deducción –se trató del primer impulsor de un registro de criminales, fundador de la idea misma de los antecedentes– lograrían una Policía mucho más eficiente, no limitada simplemente a controlar con violencia sino a buscar, investigar y trabajar en medidas contra el crimen.
Pide pantalla
Claramente, un personaje de esta carnadura no ha sido ajeno al mundo del cine, que lo retrató desde sus inicios como industria. Hasta ahora, la última versión era la rocambolesca Vidocq (2001), de Pitof, que filmó cuando todavía podía hacer cine, antes del fiasco de Gatúbela que lo exiliaría de regreso al mundo de la publicidad.
Con un divertidísimo Gerard Depardieu en el rol principal, esa última noticia que se tenía de Vidocq en cine fue un espectáculo liviano, folletinesco y muy divertido, que se contrapone ahora, al menos en materia de intenciones, con El emperador de París, un acercamiento mucho más serio –épico, incluso– que abreva directamente de Alejandro Dumas y el mejor cine clásico de aventuras.
Aquí Vidocq es encarnado por el siempre apropiado Vincent Cassell y la historia se ambienta específicamente en su cambio de bando, cuando, acorralado por su pasado criminal, ya fuera por antiguos cómplices o por competidores, pacta con la Policía su “unidad especial”.
El grupo se compone ahora por una prostituta que es, además, su amante (Freya Mavor), un borrachín ex compañero de prisión (Jérôme Pouly) y, en el personaje llamado a robarse la película, un antiguo capitán de los Húsares que quiere restablecer su buen nombre (el desconocido y sorprendente James Thierrée, quien además de todo y para beneplácito de los fans, será Rasputín en la próxima versión de Corto Maltés al cine).
Mientras Vidocq y su gente crecen en importancia, llaman la atención de diversos personajes: una baronesa con ansias de trepar en el imperio (Olga Kurylenko), un jefe criminal que los odia (Denis Lavant) y un antiguo compañero de Vidocq que ahora lo admira pero con dudosas intenciones (August Diehl, tan imponente como en su gran escena del sótano en Bastardos sin gloria). Ellos serán aliados o enemigos según convenga al relato, que se apoya en una narrativa diáfana, notables escenas de acción, aventuras de capa y espada tradicional y unos hermosos personajes por los que hinchar y sufrir.
La reconstrucción de época y el pulso del director Jean-François Richet –quien, también con Cassell, es el responsable del estupendo díptico criminal Mesrine– aportan una gran película de aventuras, un relato con sabor decimonónico especialmente grato para todo aquel que disfrutase alguna vez de novelas de Emilio Salgari, Rafael Sabatini o el ya mentado Dumas.
El emperador de París. Francia, 2018. En Life Cinemas 21 (21 de Setiembre y Ellauri).