En algún lugar cercano a Burgos, en España, hay un campo entre colinas con una curiosa figura concéntrica: círculos naturales que se repiten en una extensa y muy visible zona. No hay nada más a la vista, ni poblados, ni casas aisladas, ni rutas, ni carreteras, ni tendido eléctrico. Sin embargo, la propia geografía del lugar lo hace reconocible para unos pocos –muy pocos– expertos; no para topógrafos o cartográfos, ni para guías turísticos que rescaten alguna belleza natural escondida, sino para un grupo muy específico: cinéfilos especializados en spaghetti westerns, particularmente los que filmó Sergio Leone, y más específicamente en El bueno, el malo y el feo.

Leone hizo esa película (conocida como Il buono, il brutto, il cattivo en su idioma original) durante 1967 en varias locaciones de España, y grabó algunos interiores en Cinecittà, Roma; en la mencionada zona de Burgos situó una escena especialmente importante: el triple duelo final que se da entre Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef, los protagonistas.

El duelo transcurría en un enorme, gigantesco cementerio circular, uno con casi 5.000 tumbas que giraban alrededor de un predio de piedra donde los personajes se cruzaban a tiros. Obviamente, allí no había ningún cementerio, pero nada era imposible para Leone. Era, después de todo, su película con mayor presupuesto –hasta entonces–, y además contaba con un aliado de lujo: Francisco Franco.

Ordenados por el caudillo, cientos de soldados apostados en un cuartel cercano hicieron de mano de obra –y de extras en numerosas escenas de batalla– y construyeron de la nada el cementerio que se precisaba; fue bautizado Sad Hill (Cerro Triste) y se lo utilizó para filmar el desenlace de la película.

Pero Sad Hill fue olvidado y la naturaleza no tardó en reclamar lo que era suyo en esa zona tan apartada. Pocos años después de hecha la película, no quedaba rastro alguno ni de tumbas, ni de cruces, ni siquiera del predio circular de piedra, comido por el pasto.

Décadas después de aquel rodaje, un grupo de frikis españoles –descendientes, en muchos casos, de personas que colaboraron con la película– ubicó el lugar y se propuso la titánica tarea de reconstruirlo, una suerte de arqueología cinéfila, digamos, que tenía además la autoimpuesta fecha límite del 50º aniversario del estreno del film. Para entonces, el cementerio tendría que estar, cuando menos, reconocible, pero claro, la cosa un poco se fue saliendo de las manos.

Afecto y trabajo

Esto es lo que reconstruye el documental Desenterrando Sad Hill, de Guillermo de Olivera, disponible en Netflix, que por suerte no se limita a las tareas de rescate y reconstrucción (que sí, ocupan la mayor parte de la cinta), sino que también analiza los pormenores de la filmación de la película de Leone, a la vez que suma anécdotas del rodaje a cargo de nada menos que Clint Eastwood, el compositor Ennio Morricone, Eugenio Alabiso (el montajista de la película), Sergio Salvati (ayudante de cámara) y Carlo Leva (asistente de dirección de arte).

El aporte más jugoso, sin embargo, llega de la mano de ancianos ex soldados que en su momento fueron la mano de obra para montar la escenografía y los figurantes de la película. Ellos son los que dan una visión fresca y diferente del rodaje, contando además detalles espectaculares y anécdotas muy jugosas (la famosa destrucción del puente dos veces construido, por nombrar una).

Los testimonios se complementan con la narración, obviamente, a cargo de los impulsores del revival, la Asociación de Rescate de Sad Hill, que son respaldados, además, por opiniones de peso: los directores de cine Álex de la Iglesia y Joe Dante, el crítico Stephen Leigh, los biógrafos de Sergio Leone sir Christopher Frayling y Peter J Hanley y nada menos que James Hetfield (sí, el cantante de Metallica), cuya participación hace las veces de hilo conductor de todo el metraje.

El resultado de todo esto es un impactante trabajo de arqueología cinéfila, que se vuelve más emotivo si el espectador también aprecia la obra de Leone. Es una muestra de que el cine es capaz de despertar amores tan profundos y devotos como cualquier religión. En definitiva, se trata del trabajo abnegado y desinteresado de un montón de personas para rescatar, sí, un pedazo de la historia del cine, pero también un poco de su propio pasado, de su lugar en el mundo y de algo muy importante en sus propias vidas.