Hace diez días Marianella Morena disertó en el congreso de la International Society for the Performing Arts, en Nueva York, donde fue la única directora de América Latina invitada, sobre el trabajo que empezó en el entorno rural de Rivera en convivencia con mujeres trans.

Logró un vínculo que “sólo sucede cuando la confianza y la alegría van de la mano”, dijo. Sobre esa base construyó Naturaleza trans, obra que presentará, antes de su estreno en Montevideo, el lunes y el martes en el Festival Internacional de Buenos Aires.

En el registro audiovisual del work in progress que mostró el año pasado se puede ver que la música y lo coreográfico son puntales del montaje. Aunque esos elementos suelen articular los trabajos escénicos de Morena, esta vez los atribuye a sus protagonistas: “La relación con la fiesta y el cuerpo es un rasgo de ellas, y quise que estuviera presente también. En las convivencias de verano, las noches eran entregadas a la salsa bajo la luz de la luna”.

Las funciones, que serán al mediodía, constituyen un “almuerzo escénico” que tiene la intención de mantener el ritmo adquirido allá en el norte: “Fue así nuestro trabajo en Campo Abierto”, explica. “Parábamos para comer, y eso se fue metiendo en la realidad testimonial; las charlas continuaban, no había un momento en el que se detuviera el trabajo, no había separación entre mundos, como sucede en la ciudad. Por eso, el almuerzo es un homenaje también a esa pausa, al encuentro de las familias, sean de la índole que sean: las biológicas, las heredadas, las elegidas, las conformadas por afectos, ideologías, pasiones”.

¿Cómo fue el proceso de selección?

Campo Abierto es una residencia artística en una zona rural que queda a diez kilómetros de la ciudad de Rivera. Es un establecimiento que consta de diez hectáreas de campo, una instalación doméstica para dormir, comer y recreación, un espacio cerrado para ensayar/entrenar al lado de la casa. Luego se incorporan áreas de camping, tajamar y monte. Creado y liderado por Tamara Cubas, es un proyecto que conecta lo artístico con lo social-vivencial desde el testimonio directo, vivo y carnal. Una de las características diferenciales respecto de otros proyectos sociales es que desde el plano de lo artístico es profesional y tiene jerarquía internacional, hay tanto uruguayos como extranjeros. El primer encuentro sucedió en julio de 2018 y la idea fue eliminar expectativas, no colocar ningún resultado como objetivo a cumplir, sino que lo primero fue encontrarnos. Convivimos durante cinco días ese invierno. Ahí eran más chicas, y usamos el tiempo de forma diversa: conversamos, generamos algunas dinámicas de expresión, comimos, dormimos, caminamos por el campo, bailamos y hablamos de temas que nos involucran como personas, ciudadanas, y propusimos miradas sobre qué es ser mujer y qué es ser hombre. Las hormonas, la transformación visual e interior, el rol de los otros en la vida de cada una. El siguiente encuentro, ya más perfilado, fue en noviembre de 2018 y fue de un mes, en el que convivimos las chicas, Agustín [Urrutia] y una persona responsable de las instalaciones. Durante ese mes no nos movimos del lugar: la naturaleza y nosotros. No íbamos a otros lados, no había dispersión ni movimientos. La concentración favorece generosamente a encontrar el camino.

¿Qué papel tiene Agustín Urrutia en la obra, además de la asistencia en dirección?

Agustín es un colaborador artístico, forma parte de mi equipo desde 2014 y ha trabajado conmigo en montajes como actor y también como asistente en Ella sobre ella. Acá es coequiper, interlocutor, amigo, compañero, socio, aliado; también es una “oreja técnica”, es decir, no es alguien condescendiente que aplaude cada uno de mis discursos. Es crítico, tiene una mirada fundamental en este trabajo. Es un todoterreno de lo que entiendo como creación escénica, sin estar pendiente del rol rígido de cada uno. También tiene una participación como “representante de la ficción” en la escena. Cuando el trabajo avanzó con ellas y estaba todo más ordenado, nos dividíamos y él las preparaba físicamente para el ensayo, la creación, la impro, lo testimonial.

Ya que este espectáculo se inscribe en el teatro documental, ¿podrías establecer proximidades y diferencias en ese sentido con respecto a la dramaturgia de Antígona oriental (2013), en la que trabajaste con mujeres que fueron víctimas de la dictadura, y la dirección en Perú de Bicentenaria (2017), una obra con 200 mujeres en escena?

Lo documental/testimonial/biográfico lo he transitado desde muchos lugares, puntos de vista y materialidades. Desde el pasaje a la escritura hasta la carnadura escénica de los autores del relato, siempre con herramientas teatrales que protegen y dan amparo a lo narrado. Desde biografías en el espacio de la representación hasta cruces de convivencia, como Antígona oriental y Bicentenaria. No es algo espontáneo que sucede ahora porque es tendencia, es la evolución del diálogo, en la obsesiva búsqueda de la verdad y la honestidad. La fuerza testimonial cruda y descarnada ofrece una verdad nueva, que nos desajusta, incomoda e interpela. La escena es un removedor constante de lo político con el tractor emocional como viento de vela. Por eso, cuando sucede lo real no importa ya en qué área se encuentra, porque ya no se puede hablar más de géneros puros.

Es una obra que trabaja sobre los bordes, tanto geográficos como de identidad y de interpretación, al utilizar personas que no son actores. ¿Qué contemplaciones o previsiones tomaste?

Un proyecto de estas características tiene que estar sostenido entre el profesionalismo con el que abordo investigaciones escénicas con actores y mi veta social y política, que conecta con lo sensible, lo real y tangible, un malabarismo que implica alta flexibilidad y rigor técnico. Durante el tiempo de la convivencia estuve 100% abocada a eso y nada más, me desconecté del mundo. Cuando uno pone todo su caudal a disposición es cuando se alinean los planetas. Para eso la convivencia es imprescindible, porque no hay ajenidades impuestas, ni una cultura que nos imponga una manera, ni las vidas afectivas de cada uno, ni ninguna invasión; somos nosotros, en el medio del campo, intentando encontrar una forma propia de contar historias. El elástico entre lo jerárquico y lo horizontal, el juego, la elasticidad, la acumulación de experiencia y la misma exigencia que tengo y he tenido con un elenco profesional, pero entendiendo que ellas no tienen formación actoral. Aprendí sobre la frontera más grande que ha construido el ser humano: los prejuicios. Uno se cree, se sabe artista, progre, sin prejuicios, y señala al otro como culpable, el que se equivoca, y uno es una máquina de hacerlos y maquillarlos para creer que no los tiene. Eso aprendí, que el ojo es un francotirador.

Naturaleza trans, con dramaturgia y dirección de Marianella Morena, se estrena el viernes 31 de enero y las funciones siguen el sábado 1° y el domingo 2 de febrero, el viernes 7, el sábado 8 y el domingo 9 de febrero a las 13.30 en la sala Zavala Muniz del teatro Solís. Testimonios en escena: Alisson Sánchez, Nicole Casaravilla, Victoria Pereira. Asistente/actor: Agustín Urrutia. Entradas: $ 400 en Tickantel y en la boletería de la sala.