Posiblemente, la mejor adquisición de Netflix del año: desde hace unas semanas, la serie danesa Borgen, que ya tiene una década como producto de culto entre politólogos y aspirantes de todas partes, puede verse en forma legal.

Conviene dar un rodeo para hablar de Borgen para mencionar The West Wing, no sólo porque es la serie de referencia para toda ficción política realista (lo que excluye a House of Cards), sino porque su creador, Aaron Sorkin, se volvió absolutamente actual: acaba de estrenarse la recomendable película El juicio de los 7 de Chicago, y además, en plan campaña anti-Trump, volvió a reunir, hace dos semanas, al elenco de su legendaria creación (encabezado por el “presidente” Martin Sheen) para una presentación teatral que se transmitió en todo Estados Unidos.

La serie de Sorkin partía de una premisa contrafáctica: imaginarse –en tiempo real, desde 1999– qué habría pasado si en lugar de George Bush Jr, Estados Unidos fuera gobernado por un demócrata progresista. Y lo hacía con un nivel de detallismo por los procedimientos políticos estadounidenses que resultaba, por lo menos para los no formados en politología, tremendamente didáctica.

Borgen tiene bastante de ambas cosas, es decir, de enseñanza sobre el sistema danés, considerado hasta hace poco una democracia ideal, y algo de especulación ficcional, ya que se anticipó, por pocos años, a la asunción de una mujer como primera ministra de Dinamarca.

Esa es la premisa principal de la serie: Birgitte Nyborg Christensen se transforma, vía un acontecimiento inesperado (un acto de corrupción menor con una tarjeta de crédito, bastante similar al que cometió Raúl Sendic en Uruguay), en la primera mandataria del país, a pesar de que su partido (los Moderados) no tienen mayoría propia en el congreso, pero concita la simpatía del arco opositor, que súbitamente se ve en el gobierno.

“Borgen” es el nombre que recibe el viejo castillo donde funcionan el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo en Copenhague, y es los pasillos que llevan de la oficina ministerial a la cámara donde transcurre gran parte de la acción. Otra parte, en la casa de Nyborg, que ve cómo su vida familiar se distorsiona cuando “agarra la changa” (diría Mujica) de ser primera ministra, cuando estaba a punto de retirarse para dejar avanzar profesionalmente a su esposo, que hasta ahora se dedicaba a la crianza.

El otro escenario es el de la prensa. La interacción de los operadores con los periodistas representa, aún más que en The West Wing, la relación de los dirigentes políticos con el “afuera”, es decir, con la sociedad. La serie, además, juega con dilemas clásicos del periodismo (los problemas con las fuentes, la simpatía política, la ética en general), aunque, habiendo estrenado en 2010 (son tres temporadas de diez capítulos), ya acusa cierto carácter histórico en su (escaso) tratamiento de la circulación de información en redes sociales.

Con caras que se hicieron conocidas (la protagonista, Sidse Babett Knudsen, estuvo en Westworld, y Pilou Asbæk, popular por su papel como Euron Greyjoy en Game of Thrones, hace de un periodista devenido asesor en comunicación), Borgen le pone intriga al parlamentarismo extremo de los daneses, en el que cada alianza debe cuidarse al milímetro y cada crisis puede terminar en un nuevo gobierno.