“Es algo que él hubiera querido”. Habla de su padre, que trabajó en el campo pero nunca dejó de cantar boleros: “Él era de Progreso y siempre me contaba que mi abuela lo llevaba de la mano, siendo muy chiquito, a un concurso de canto, por el pancho y la coca, y se subía a un escenario y ganaba. De alguna forma yo encarné, o fui llegando a esto que yo quería y que también a él le hubiera gustado lograr”.

Durante nuestra charla llovió un poco, salió el sol, volvió a nublarse y pasó más de una hora, pero Elisa Fernández (32) no describió, ni hizo alusión, ni sugirió como al pasar el más mínimo detalle de ninguna de sus victorias profesionales. Lo cierto es que desde el principio de su carrera, cada vez que se sube a un escenario con sus ropas de Eli Almic, su actitud es la de una boxeadora brava, dispuesta a pelear con quien sea; relajada y segura como Ali en sus mejores tiempos, sus versos se envuelven en melodías de jazz y soul para cuestionar, cuestionarse, responder, combatir, siguiendo el hilo de la palabra y fiel a un mensaje pacífico, revolucionario e igualitario, y al legado de Queen Latifah, Lauryn Hill, Ana Tijoux, Lizzo, o Rapsody, una de sus nuevas preferidas.

Además de actriz, rapera, cantante y compositora, fue moza varias veces (en una pizzería en Floripa, donde la contemplación de la extraña felicidad turística la ayudó con una de sus letras), cuidó a una estadounidense en recuperación que le pagó en dólares, fue promotora, trabajó en el Solís haciendo visitas guiadas y como figurante en varias óperas, animó cumpleaños, vendió pan de banana y galletitas, y dio clases de pilates. “Siempre me rescaté con algo, nunca me duraron mucho los trabajos, salvo el pilates, porque estudié y me gustaba. Moza no está mal, por un tiempo”.

Noviembre la espera con el lanzamiento de Días así, su nuevo disco, y el estreno de Era como que bailaba, su primer monólogo teatral (con texto y dirección de Raquel Diana e inspirado en María Woyzeck, personaje de la obra Woyzeck, del dramaturgo alemán Georg Büchner). Mientras va de un lado al otro de Montevideo en bicicleta recorre mentalmente la letra de su nueva piel escénica y reagenda detalles de la presentación y promoción de sus nuevas canciones. “Trabajo con un equipo, pero todo tiene que pasar por mí”, dirá varias veces.

En esta tarde de caminata por Palermo, uno de los tantos barrios donde vivió, en cada cuadra se cruza con alguno de sus “amigos de la vida”, que la saludan con afecto y respeto. “‘¡Estás con todo el color!”, le dirá, sin abandonar su postura de descanso, un vecino de largas y canosas rastas recostado sobre un banco de hormigón sin horarios. Para Eli, en cambio, estos resultan días agitados, por lo que se autoimpone orden y un cronograma de actividades contra sus colgaderas. “Soy muy buena perdiendo el tiempo. Hago muchas cosas, pero de repente me quedo mirando algo y pasa media hora”, dice.

Cada mañana pone su despertador a las ocho y media, y cada noche, el disco Wish You Were Here, de Pink Floyd, para irse a dormir.

En el video de “No era una pavada” hablás de “falta de amor mío” y “depresión”.

Sí, fue una decisión poder hablar de esas cosas. A veces está eso de querer mostrar lo lindo y no andar llorando la milonga. En las redes, por ejemplo. Pero bueno, hay momentos de la vida que se ponen un poco más oscuros y escribí sobre eso porque era lo que me estaba pasando y me gustó empezar a compartir ese tipo de cosas. Es una canción en la que la letra y la música no son re para abajo, y te distrae un poco. Usamos esa contradicción para poder mostrar lo que me pasaba desde un lugar más liviano, pero en realidad esa letra la escribí en un momento de tremendo bajón. El año pasado fuimos con la banda a Barcelona para actuar en el Primavera Sound y todo daba para que fuera el mejor momento; pasó el festival, todo divino, y después tuve unos momentos rarísimos. Escribí la canción en la casa de una amiga que me estaba hospedando. No sé, es como que me tocó estar en lugares internos en los que nunca había estado. Supongo que es necesario, y decí que tengo la música para poder canalizar por ahí.

Me pareció muy original cómo queda retratado en el video el paso del tiempo.

Jugamos con eso. Es muy narcisista la canción en esto de cuando te obsesionás con tu problema. Es decir “estoy mal, estoy mal”, te metés ahí y dejás de ver la realidad, y le sumás una que quizás no existe, pensás: “Esto es producto de la ansiedad, de la depresión”, y te centrás en vos. El video es como un juego de “tengo una nube que me persigue”. Tiene una cuestión de lo real y lo no real. ¿Estas situaciones que se muestran pasan de verdad o pasan en mi cabeza?

¿Este corte es parte de Días así?

Claro. Si bien este nuevo disco no tiene una cosa lineal o conceptual, tiene mucho del conflicto entre, por un lado, quiero ser independiente y seguir haciendo cosas a mi manera y sentirme verdadera en lo que hago para tratar de llegarle a la gente, y al mismo tiempo empiezan a operar otros miedos, del mercado, que te dicen que hay cierto tiempo para lograr las cosas, que vivís en Uruguay, que es un mercado muy chico y todo pasa muy lento, la ansiedad que te puede generar la comparación en las redes sociales, y toda una realidad que vos te creás, que a veces ni siquiera existe. Esta canción para mí fue súper liberadora desde ese lugar de “estoy como el ojete” o “estuve como el culo”; lo dejé ahí y subí un escalón en ese amor propio que en ese momento no tenía.

A veces en esto de la pose del rap, de “me como al mundo, soy una persona fuerte”, mostrás eso y capaz que te perdés la posibilidad de mostrar inseguridad o un miedo. Todas tus canciones, desde el comienzo de tu carrera, están atravesadas por pensamientos o profundas interrogantes sobre cómo funciona el mundo, y el ser humano en sociedad. ¿Te acordás cuáles fueron tus primeros cuestionamientos? Es lógico pensar que eso estaba ahí antes de que empezaras a hacer música.

Me topé con eso cuando empecé a escribir. Capaz que son cosas que pensaba, pero todavía no las había materializado. Hace un tiempo volví a encontrar la primera letra que escribí en mi vida. Creo que tenía 19 y tocaba con una banda de amigos con los que hacíamos rock; o sea, nada que ver, estaba viendo cómo empezar a hacer música, el rap vino después. Esa letra tenía mucho de crítica social, de ese sistema que también hacemos nosotros desde el lugar de cada uno, la interacción con el otro, o la evasión, el contacto superficial. Todo eso me importa bastante y mucho antes de Eli Almic, era algo que ya me preocupaba o que ocupaba mis pensamientos.

En tu primer LP, Hace que exista, de 2016, eso está, pero junto a un sentimiento o una búsqueda de encontrar cierta armonía en esa interacción, por momentos hasta desde un lugar esperanzador, mientras que en las canciones que sacaste después mostrás algo más combativo.

No lo tengo muy claro, pero capaz que sí. Al mismo tiempo pienso que en Hace que exista tenés “Sé que estás mintiendo” y “Entre tanto”, que ya tienen una cosa bastante combativa y de cuestionar el orden social. Creo que fui mezclando las cosas que me pasaban por la cabeza, pero con el tiempo fui encontrando otras maneras de decir, no tan obvias. Y es verdad que en temas como “Brujas” o “Ayuda” a toda esta cuestión de “qué injusto que es este mundo, y también quiero encontrarle lo bello” se suma la lucha del feminismo, que pasó de ser algo “ni idea de qué es esto” a “pah, sí, esto me aporta mucho, y qué vía de cambio y de crecimiento que tengo por acá”. Todavía siento que me falta muchísimo, pero que es algo que vino a abrir más que a cerrar; esa cosa de la deconstrucción, como de cuestionarse: “¿Por qué antes hacía tal comentario de una mina?”. Al principio te pueden parecer boludeces, pero a veces funcionás dentro de una norma y ni siquiera te lo cuestionás. Creo que eso combativo de lo que hablás tiene que ver con que se agrega una problemática dicha de una forma, y que habla de algo que no era parte de mi discurso, de mi pienso. Yo no estaba ahí todavía, y me queda mucha tela por cortar.

Foto: Federico Gutiérrez

Foto: Federico Gutiérrez

¿Tenés alguna teoría sobre por qué son tan altos los números de feminicidios en Uruguay y por qué resulta tan difícil conseguir un cambio? En “Brujas”, por ejemplo, decís: “El sistema defiende y sostiene asesinos aunque no lo diga, no quiere cambiar, no conoce otra cosa, y qué importa mi vida”.

No sé, pienso que capaz que hay una cosa de pueblo chico, de puertas adentro. El 80% de los abusos son dentro de la familia. Parece que tenemos una sociedad muy generosa y un Uruguay fraterno, que por un lado es así pero por otro es una gran mentira. Realmente no sé, pero es verdad que, teniendo en cuenta los habitantes que tenemos, los números son siniestros y que hay una cultura que se resiste mucho al cambio. No sé si también tendrá que ver con que tenemos una sociedad muy avejentada y con ciertos valores. Mucha de la gente que mata también es joven, pero puede haber heredado esos mismos valores. La desigualdad es una realidad de muchos países, que no tienen los mismos números que nosotros. No lo termino de tener claro.

El rap, en teoría, es ritmo y poesía. Hay muchos estilos y maneras de hacer rap. Hay quienes, por ejemplo, utilizan nombres de jugadores de básquetbol, o marcas de ropa, y ponen el foco en las rimas. Lo que vos hacés es una poesía muy pura y elaborada, y se puede decir que excede a la cultura del rap. Quería saber de dónde viene eso, de qué se alimentó. ¿De lectura, de cine, o naturalmente tenés un lenguaje muy rico?

No lo sé, pero es lindo recibir esto que me decís, porque a veces uno se encierra mucho en sus prejuicios y limitaciones. Lo que puede haber influido es que yo era una niña muy lectora, al punto de que me llamaban para comer y no iba porque seguía leyendo. Me devoraba toda la biblioteca de la que la escuela 219, la ex Experimental. Yo soy la cuarta hermana, y creo que por ellos aprendí a leer muy rápido. A los tres años y medio ya leía. Íbamos todos juntos a la escuela, hacíamos juegos de preguntas y respuestas, y tenía mucha curiosidad. Yo qué sé, a los cinco o seis años leía los subtítulos de las películas en inglés y hacía las voces de los personajes con voces distintas. Iba a la casa de una amiga que vivía en la esquina y cuando hacía eso, su madre me miraba raro. Creo que tengo una facilidad con la palabra. Cuando me puse a estudiar teatro me di cuenta de que podía tener ciertas limitaciones, pero al momento de aprenderme un texto o cuando me pedían diferentes tonos de voz, ahí no tenía problemas. Entonces, sin saber mucho del género, cuando empecé a rapear, después de probar con otras músicas, descubrí el rap y pensé: “Pah, qué divina esta rebeldía, qué divertido, quiero ir por acá”, pero no es que yo soy la gurisa que rapea desde chica en la esquina y hace freestyle en el barrio. Ni en pedo; soy una piba de Malvín que no sabía nada de rap y se metió. Y creo que esos primeros años de lectura estimulada por mi familia me ayudaron mucho.

¿Te acordás de algún libro de aquella época?

Me acuerdo de Cuentos de la selva, que me fascinaba y me daba miedo al mismo tiempo. Hay un libro –que todavía conservo– que me regaló una tía, que tiene todos los cuentos que han sido importantes tanto en Occidente como en Oriente, y es muy curioso esto de la repetición en la niñez: leés algo mil veces. Recuerdo cómo terminaba esos cuentos y los volvía a leer muchas veces. Después, en la adolescencia, no leí más: callejeaba. Recuerdo esa etapa como un momento en el que el tiempo se me escurría entre los dedos, pero después entendés que eso también te forma y que no está mal que el día se pase, callejear y quedarse mirando el cielo.

Creo que la primera vez que te vi en vivo fue en un festival de poesía en la Biblioteca Nacional. Aunque te he visto reír, desde ese día me llamó mucho la atención algo que tenés muy incorporado: cuando te subís al escenario o en la mayoría de tus fotos, siempre se te ve muy seria, desafiante y con una actitud de “mejor no se metan conmigo” o algo así. ¿De dónde viene ese gesto?

Creo que hay varias cosas. Un poco de pose, que viene de la cultura del hip hop, de ese escudo. Una de las cosas lindas que tiene este movimiento, que nace en los barrios pobres, es que –más allá del contenido de las letras, que a veces también son “puta, vas a ser mía” como tantas–, el rap le da voz a quien no la tiene, entonces los tipos y las tipas empiezan a competir en rondas, en competencias de baile. Era gente que no tenía nada para perder, era la época de [Ronald] Reagan, estaban en el horno con el consumo en el Bronx, y cuando competían sentían una especie de poder; era como “el mundo me expulsa, pero con el rap puedo tener una especie de reconocimiento y, a la vez, pertenecer a un movimiento”. A mí eso también me ayudó en limitaciones personales, cuando no te creés lo suficiente y de repente decís: “Hay una herramienta que me potencia”. La otra vez miraba una foto mía en la que estoy con mis hermanos en el jardín que teníamos en casa y tengo una cara de culo... Estaba seria total. Creo que mi cara, a veces sin querer, puede tener una expresión seria o triste. Me han dicho muchas veces “che, ¿estás triste? y en realidad estoy neutra. Pero sí, juego a esa fortaleza, que también es real o me la quiero creer, y a veces también juego a romperla.

¿Desde cuándo te gusta actuar?

Desde toda la vida. No sabía que eso era actuar, pero desde muy chica imito, hago doblajes, canto frente al espejo, me pongo los zapatos de mi madre. Tengo una predisposición a cantar y actuar.

Hoy me contabas de tus colgaderas. ¿Con qué cosas?

Voy al Prado a pasear. En este último tiempo estoy tratando de lograr un equilibrio entre estar en contacto con la naturaleza, lo social y el aire libre, pero también con el adentro, una lectura, una película. No conozco mucho el aburrimiento. De hecho, siento que no me da el tiempo para todas las cosas que quiero hacer. Soy un poco lenta y un poco ansiosa. O sea, soy volada.

De cine y TV

Hace poco vi una peli que me gustó mucho: Happiness, de Todd Solondz. Es una comedia negra. Después, de series, ahora empecé con Fargo, antes vi Ratched, que no me pareció la mejor serie del mundo pero está bien, y El cuento de la criada es una que me gustaría recomendar. Secretos y mentiras la vi hace un tiempo, pero ¡pah! Esas pelis medio disfuncionales me gustan y me generan bastante empatía. O las de Roy Andersson, un director de cine y publicista sueco que hace mucho absurdo. De repente te muestra una escena y allá atrás está pasando algo increíble.

¿Con cuál de Andersson se puede arrancar?

Para mí todas valen la pena, pero tal vez la mejor sea La comedia de la vida. Y Canciones del segundo piso tiene mucho de la soledad de Europa y de los suecos, donde todo es perfecto y la gente está muy sola, y de esto que me cautiva y me interesa de la interacción humana. El personaje es el antihéroe total y no le pueden pasar peores cosas que las que le pasan, y cara de póquer y la vida le va pasando. Te da ternura y es terrible.

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