En una calle escondida de la Costa de Oro solo se escuchan algunos pájaros al mediodía.

Guiados por Pedro, un joven de aspecto grunge y risueño, pasamos el portón de madera y caminamos entre el pasto algo crecido y un montón de juguetes grandes y de colores gastados por la lluvia, perros bonachones, árboles, una mesa para picnic donde trabaja una muchacha en su computadora, y algunas sillas playeras desperdigadas en las mejores sombras. Un rato después, Facundo Cedrés (21), más conocido como el Peke 77, le pedirá a su amigo, y dueño de casa, algo del almacén: “una coca, o, mejor, un pomelo Schweppes”, aunque momentos más tarde decidirá ir él mismo hasta el negocio de la vuelta, de musculosa, championes y un cinturón casi tan grande como el de un boxeador campeón.

Algo parece haber cambiado en la vida de este joven músico uruguayo en las últimas semanas, pero nada de eso tiene mucho de casualidad.

“Lo que se viene ahora es otro Peke, que va a mostrar la otra cara de la moneda, porque todos tenemos sentimientos y cosas buenas para destacar”, avisa al final de esta charla.

Esta es una de sus tardes luminosas. Ni bien llegamos nos cuenta que le mostró a su madre una de sus nuevas canciones: “Se re emocionó mal, piró”. “Es una de las mejores que he escuchado”, dice que le dijo.

Pedro Alemany (músico, productor e ingeniero de sonido) asiente, entusiasmado con la calidad de la pieza y la habilidad compositiva de su colega. Ya instalados en el pequeño pero coqueto estudio de la casa donde el Peke pasa buena parte de su semana, escuchamos la primera maqueta de la canción.

Se trata de un pop optimista, de una historia de amor que comienza muy bien, con un gran estribillo para viajar por la ruta sin apuros, un amor de flechazo inesperado, un definitivo hit radial veraniego, que nació de la pura improvisación del Peke sobre la base de guitarras de Pedro.

“Estoy más tranquilo, haciendo deportes y conociendo gente nueva. Siempre ayuda rodearse de gente que le suma a uno, y no gente que le resta”. Así explica su cambio de frente. “Estamos trabajando con Pedro en canciones nuevas, como queriendo hacer otro estilo, cambiar la línea, innovar de cierta forma. Estamos acá todos los días, hasta los domingos, y probamos otra forma de componer. Él graba unas guitarras, como un esquema, yo le canto arriba, después él graba algo más, y yo le agrego cosas”.

Además de este pop, también tiene maqueteado un reggae, y planes de comenzar a cantar en inglés y alcanzar nuevos mercados. Peke comenzó a escuchar a Manu Chao, aunque sigue fiel al trap norteamericano (“bien a lo negro, como le digo yo”), como el de su siempre admirado Chief Keef.

Esta es su historia más reciente, el capítulo que sucede justo después de explotar los rankings mundiales de tendencias en Youtube con su video de “Rangos II”, en el que participan importantes figuras del trap porteño, como Cazzu, Neo Pistea, Homer y, especialmente, el tótem de la música uruguaya Ruben Rada, al que puede verse y escuchar desde el primer plano, a golpes de tambor, con su clásico canto de invocación tribal y un piano candombero, como un dios negro, que, respeto de por medio, bendice a estos nuevos pícaros y los pone a jugar en una cancha más grande, con unas gotitas de su música y su sola presencia.

Peke ya había mencionado hace tiempo que Rada era su artista uruguayo preferido, y entre sus millones de planes frenéticos un día, en plena pandemia, se le ocurrió: “¿Y si lo llamamos?”. Y así también se puso a armar videos, uno detrás del otro, y canciones, y lanzó su álbum Sin prontuario mientras sus colegas porteños, con los que suele competir, durmieron un poco la siesta. Pero esta tampoco es su historia más nueva.

Alcanza con mirar las listas de Youtube para encontrar todos los días diez, 20, 30, 40, 100 videos de puertorriqueños, argentinos, colombianos, españoles, suecos, rusos, escondidos en un cuarto de pantalla, reaccionado a los videos pendencieros y bailables del artista uruguayo como los de “Pistola II”, “Pantera” y “Coronando II”, junto a un grupo de hinchas de Peñarol.

Con mayor o menor conciencia, Pekeño 77, luego de cortar pasto, juntar leña y vender una moto para comprarse una cámara para hacer sus primeros videos, de probar sus versos grabados en su propia computadora, subiendo el colchón de su cama sobre la pared como aislante sonoro, recogió el legado de NWA, pero especialmente el sonido del trap norteamericano más hardcore de Chicago (aunque primero, como a los siete años, escuchó a Eminem y 50 Cent) y se inventó un pistolero que te podía hacer bailar como Travis Scott, pero con algo más, tan extraño, intenso y peligroso como la música de los mejores años de La Cumana.

Foto: Federico Gutiérrez

Foto: Federico Gutiérrez

El rap fue su cura o su escape para sus ataques de pánico. La forma de canalizar su ansiedad desbordante potenció su natural talento para el fraseo y su fino oído musical, y a eso le agregó un imaginario violento y cinematográfico que, por sobre todo, se siente muy real.

Peke no suena como los traperos valencianos ni los boricuas, no deforma las palabras como Bad Bunny ni ostenta riquezas inexistentes. A su velocidad sufrida la alimenta con jerga carcelaria y familiar, algunas confesiones introspectivas al estilo de Eminem, mientras reinvidica a los feos y a los negros, con un humor contagioso y, sobre todo, un flow de sonoridad definitivamente local que ningún argentino de superproducción ha podido siquiera emular.

También se viste con chaleco antibalas, y junto a sus amigos asalta Punta del Este mientras bailan como sus nuevos dueños, pero esa historia, según dice, ya quedó atrás.

Ahora se lo puede ver haciendo willis en bicicleta y más sonriente que nunca. O todavía cortando con una motosierra el capó de un auto viejo para meter su cabeza de cartón y arrancar a toda velocidad desde una casa abandonada.

El medio en el que te movés, el de los músicos que están haciendo trap, parece ser muy competitivo.

Hoy en día va todo bastante rápido, y si uno se atrasa los otros le pasan por arriba. Hay muchos artistas de trap porque son muchas las posibilidades que tenés. Cualquier lo puede hacer, no precisás ni saber cantar, con que tengas un poco de maña ya está. Es diferente esto del pop que estoy haciendo ahora. Eso requiere otros conocimientos que yo con mi experiencia he ido aprendiendo. Pero en el trap, sí, todo el tiempo están saliendo artistas nuevos y hay que estar trabajando sin parar.

En estos meses de pandemia les sacaste ventaja a unos cuantos.

Sí, lo que pasa es que lo pensamos así. Se nos cancelaron unas cuantas fechas, y dijimos: “Vamos a hacer un disco. Tenemos todo para hacerlo, es el momento”. Y nos pusimos todos los días, pa pa pa, todo el tiempo trabajando y llamando a todo el mundo: para que hagan la tapa, esto, lo otro. Venía para acá, para allá, daba ideas. En ese momento estaba hecho un loco; por suerte salió todo re bien y quedó re lindo.

Siempre tenés muy en cuenta a tu equipo. Mencionás a tu mánager, Agustín, y ahora estás trabajando acá con Pedro.

Sí, Pedro vendría a ser el ingeniero. Él está siempre. Si tengo que hacer un featuring con otro músico, por más que lo produzca otro, él me graba y se encarga de que mis voces queden bien, con nuestros equipos, nuestros micrófonos, para tener una línea estable y que nunca baje mi nivel.

Este lugar es precioso y muy tranquilo. ¿Cómo llegaste hasta acá, o cómo lo elegiste?

Acá empecé a venir para tomar clases de canto con la señora de Pedro [la cantante Camila Sapin]. Y bueno, yo veía que había un buen estudio, y le dije: “Bo, ¿cómo hago para grabar acá”. Ella me presentó a Pedro, empezamos a trabajar, y ahora ya estamos establecidos como equipo. Acá en el fondo, re tranquilos.

Hace unos días estaba en una cancha de básquetbol en el barrio Palermo. Había unos jóvenes y adolescentes, y mientras jugaban un partido estaban todos rapeando “Rangos”. Me consta, por tu popularidad, que eso pasa todo el tiempo en muchos barrios. ¿Qué sentís cuando te enterás?

Una alegría tremenda. Por suerte, cada vez que salgo a la calle tengo la mejor con todo el mundo, me saludan los gurises; hay veces, cuando vas a un lugar donde hay mucha gente y tenés que sacarte 500 fotos, que está de menos. Pero, por ejemplo, ayer volvía de una cárcel en Durazno donde estoy haciendo un taller de rap, veníamos por la ruta, pasan unos gurises en un auto y me filman y me gritan: “¡Buenooo, Peke!”, y yo también los saludé “¡Bueno! ¿Cómo andan, gurises, todo bien?”. Esas cosas me encantan.

¿Por qué creés que con lo que hacés lográs conectar con tantos adolescentes y jóvenes?

Sí, con los que son más callejeritos, me parece. Yo siempre trato de transmitir esto que hago como vivencias y experiencias que uno tuvo y no como otra cosa, ¿me entendés? Muchos se sienten identificados porque pasan o pasaron por cosas parecidas. Y también pienso que eso se da por las acciones que yo tengo. Siempre trato de ayudar y de darle una mano a la gente que está luchando por salir adelante, y eso lo valoran mucho. A los pibes que están empezando a rapear siempre les comparto su material, sus canciones, por Instagram y ellos ven eso. Capaz que un pibe que está sufriendo y ve mis canciones, que es un poco todo a lo plancha, se siente identificado, y también se alegra por mí, que por más que viví esas cosas no he cambiado.

Contame sobre el taller de rap que estás haciendo en la cárcel de Durazno.

Empezamos un taller de rap en la Unidad 18 de Durazno. Voy a hacer cuatro clases. Ayer fue la primera. Tengo unos amigos que están presos allá también. Y nada, fuimos, hicimos la clase y después pusimos música, empezamos a rapear con los presos, a bailar, todos re buena onda, re agradecidos. No sabés, gente con mucha falta de cariño, que está encerrada todo el día. Fuimos, los sacamos para afuera y estaban como locos: “Gracias, Peke; gracias, Peke”. No hubo uno que no me diera un abrazo. Los funcionarios también, muy bien; el director de la cárcel, Jesús, tremenda persona. Se nota que el hombre quiere ayudar de verdad, porque no me puso problemas para nada. Es una chacra en Durazno para presos con buena conducta. Mi aspiración es cortar con la discriminación hacia los pobres y mostrar otro lado del preso, que siempre aparece como el malvado.

¿Cómo surgió la iniciativa?

Una vuelta fui a visitar a uno de mis amigos, que está preso ahí, y resulta que todos escuchaban mi música. Uno de los presos tenía un tema, me lo pasaron, y yo se lo compartí en Instagram. Después fui, lo conocí; capaz que en algún momento tomó un mal camino, pero es una muy buena persona. Y ta, me dijeron de hacer el tallercito de rap y les dije: “Vamos pa’ adelante”, y ahí estamos, a full.

Siempre te lo preguntan, pero yo también quiero saber sobre el Titi, alguien a quien mencionás muchas veces en tus canciones.

El Titi vive enfrente de casa, y cuando éramos chicos nuestras madres nos sacaban a jugar. Fuimos juntos a la escuela, al liceo, nos conocemos desde que tenemos dos años. Somos compañeros de toda la vida. Es como mi hermano, y siempre anduvimos juntos y nos queremos mucho el uno al otro.

Hace un tiempo habías subido un video a Instagram donde contabas que a raíz de tu carrera musical te habías peleado con tu familia. ¿Eso ya pasó?

Sí. Estaba más inmaduro que ahora. Era muy terco. Tocaba todas las noches. Dormía todo el día. Ellos pensaban que yo no hacía nada, pero lo que hacía lo hacía de noche.

¿De qué está hecho tu personaje? El otro día en una entrevista te escuché decir que te gusta la serie Peaky Blinders.

Siempre me gustaron las películas de [Quentin] Tarantino. Y en cine me gusta todo lo relacionado con esa onda: El perfecto asesino [Luc Besson, 1994], también El irlandés [Martin Scrosese, 2019], que es tremenda película. Y también miro mucho animé. Ahora estoy esperando una temporada de Shingeki no Kyojin [Ataque a los titanes] que pinta muy bien. El animé tiene dos facetas: puede tener una apariencia fea pero puede ser muy lindo. Es como eso de no juzgar el libro por su portada.

Tenés un estilo de fraseo muy original. ¿Cómo lo encontraste hasta hacerlo tuyo?

Eso nace porque me gustan mucho XXXTentacion y Suicide Boys, que lo que hacen es jugar mucho con la métrica. Yo escuchaba eso todo el tiempo, los imitaba, pero grababa balbuceos con el mismo ritmo, los escuchaba y después les agregaba una letra y hacía salía una canción.

Foto: Federico Gutiérrez

Foto: Federico Gutiérrez

Grabaste con Ruben Rada para “Rangos II”. ¿Tuviste la oportunidad de charlar un rato con él?

Sí, la otra vuelta fuimos a su estudio, grabamos un tema para un disco de él, y ahora en un rato viene por acá.

Se me ocurre que tienen muchas cosas en común. Además del talento, el origen humilde y ciertas reivindicaciones que aparecen en la música de los dos.

Me parece que sí. Bueno, la canción nueva que hicimos juntos dice “ese pibe soy yo”. No sé, al menos yo interpreto que de algún modo dice que es un pibe, pero también que se ve reflejado en mí o que me parezco mucho a lo que fue él en un momento de su carrera.

En “Rangos” decís: “Yo no soy blanco pero soy santo”, y es un verso que en “Rangos II” también lo dice Rada. ¿Qué quiere decir?

Que no soy la cara más linda, lo más hegemónico, no soy perfecto, lo que se espera que debe ser, pero soy buena gente. Y Rada tal vez lo tomó más por el tema del racismo, ¿me entendés? Pero es lo mismo: la discriminación por la apariencia o por el racismo.

En “Coronando II” decís: “Los negritos feos no pueden morirse”, y siempre aparece algo así, como parte de tu mensaje.

Claro, sí, obvio. Nosotros nos decimos “los negritos” no porque seamos negritos de piel sino por esa discriminación.

¿Y vos te has sentido discriminado, de más joven, ahora?

Sí, en varias ocasiones. Por la Policía, por la gente, por la forma de mirarte, en un supermercado. Ahora no tanto, porque la gente me conoce y cambió la jugada. Pero sí, no sólo a mí: a amigos míos les han pasado cosas que están de menos, y eso a uno le queda.

Hace ya más de un año que muchísima gente, no sólo aquí en Argentina, también en el resto de América Latina y en España, conoce lo que hacés y se enganchó con tu propuesta provocadora, pero da la sensación de que en estos últimos meses algo cambió, sobre todo acá, en Uruguay. No sé si es que el público uruguayo comenzó a comprender mejor lo que hacés, si hay una intención tuya de acercarte de otra manera, por ejemplo con tu video de “Rangos II”. También empezaste a ir a programas de televisión.

Es un cambio que acompaña lo personal de uno, y sí, me invitaron a la tele y le di para adelante: vamos para la tele. Entonces estamos más ahí, como más cerca.

¿La intención de asustar o de shockear que se aprecia en tus videos es algo que siempre buscaste premeditadamente?

Yo quería mostrar lo que son las planchas de verdad. Sí, capaz que sí. Un poco de provocación para la Policía, para que vean que son unas ratas. No todos son malos. Hay muchos policías que son buena gente, pero otros que no. Y me encanta salir con un arma descargándome así, clac clac clac, y no me pueden hacer nada porque estoy haciendo música.

Hubo una polémica hace poco: algunos decían que lo que hacés es apología del delito.

No me interesa. Yo sé que estoy haciendo las cosas bien y que estoy mejorando, y pienso en eso, no en darles para atrás a las cosas que hacen los demás.

Uno de los motivos por los que arrancaste a hacer música fue tu tema de ansiedad y tus ataques de pánico. ¿Seguís lidiando con eso?

Sí, soy un ansioso bárbaro. Los ataques de pánico ya aprendí a controlarlos. Pero sufro de ansiedad y estoy medicado por un psiquiatra. Con la pandemia cambié los horarios de sueño: me levanto más temprano, me acuesto más temprano, me tomé mi tiempo y fui al médico para cuidar más mi salud, y me cambiaron la medicación. Me dijeron: “Bajá un poco el clonazepam, que es muy adictivo”. Y bueno, ahí estoy luchando contra eso y dándole para adelante. El deporte me ayuda un montón.

¿A quién saliste de tu familia, a quién te pareces?

Soy igualito a mi padre, bien terco. Soy terco que da miedo. No le pongo pero a nada, ¿me entendés? Me dicen que no y yo digo que sí, para adelante, siempre para adelante. Pero esas cosas hay que aprender a utilizarlas. Uno no puede ser terco en todo, pero ta, soy así.

¿Tu viejo qué hace?

Mi viejo trabajó mucho tiempo en la heladería Las Delicias y ahora vende leña, pero está bien.

Con esa terquedad, ¿quién es la persona que te baja un cambio cuando tal vez estás muy porfiado con algo, y te tiene que decir “no es por ahí”?

Principalmente mi madre, y segundo, Agus, mi mánager, con el que tengo una relación como de hermano mayor. Pero mi madre siempre está ahí, la quiero mucho, la amo un montón. En todas las malas siempre estuvo dándome un consejo positivo.

¿Cuál fue el momento más duro que pasaste en tu vida? Bajón, yo qué sé.

Una vuelta le pegaron un tiro a uno en el fondo de mi casa, ahí enfrente mío, mi madre se puso muy mal. Eso estuvo jodido, pero ta, siempre aprendiendo y mejorando. Yo tenía 17, 18 años, hice una joda y se armó tremendo quilombo. Yo estaba metido en todo eso. Haber podido salir de ese mundo oscuro que no trae nada bueno también es lo que rescato hoy en día. Pero lo cuento porque es parte de mi vida.

Así que enfocarte en la música y salir un poco de ese ambiente fue una decisión tuya.

Cien por ciento. Yo dije: “no puedo seguir así, se terminó”.

Fue un punto de quiebre.

Claro. Decís “se terminó” y alguna pasa, pero ahora ya me siento ajeno, digamos, a ese mundo. Estoy todo el día haciendo música.

Cuando estás libre de compromisos, ¿con qué te relajás?

Mirando fútbol, siguiendo a Peñarol. Hoy, por ejemplo, voy a hacer boxeo y después me voy a lo del Titi a ver fútbol o boxeo, porque mi viejo sacó el cable.

¿Cuánto hay de ficción, de magia y de realidad en lo que mostrás en los videos?

Hay bastante realidad, no te puedo decir que no. Pero se busca hacerlo para mostrar una realidad, no para dañar. Las armas están ahí, y los negros queman y están ahí. Pero ta, prefiero mostrar esa realidad a ocultarla.

Hace unos días falleció un joven de 19 años luego de que un policía le diera un disparo en la cabeza, y se vienen repitiendo algunos episodios donde el accionar policial aparece –por lo menos– como cuestionable. ¿Notás ese cambio de actitud en la Policía en los últimos tiempos?

Sí, está bravaza. No se puede salir a la calle. Yo si salgo, nunca salgo a flotar. Andar caminando por ahí ya no se puede. Si salgo a tomar un vino con los pibes, estoy seguro de que me frenan y me empiezan a romper los huevos. Trato de evitar los lugares conflictivos.

¿Cómo te ves de acá a diez, 20 años?

Es un montonazo de tiempo. Prefiero ir recorriendo el camino y que me vaya sorprendiendo. En la familia siempre pienso. Una cosa loca: desde chico le digo a mi vieja que la voy a llevar a Miami, y eso me quedó. Un día lo voy a hacer.