Este año ir al cine se presenta como un goce de fantasía sobre una realidad que golpea. En el encierro, en la brutalidad de la crisis sanitaria, no alcanzan mil pantallas domésticas para crear una gigante. Este fin de semana en Cinemateca el festival continúa con una programación que, si bien es enorme, logra trazar una línea argumental que oscila entre el hastío y la fuerza de seguir, entre las historias que se callan para siempre y las que una madre está dispuesta a no dejar silenciar.
Este festival, en definitiva, es como un portal entre el mundo que nos cansa y la esperanza de que otra cosa suceda por casualidad, como por arte de magia.
En este sentido, la película que inspira el comienzo de esta invitación es Chico ventana también quería tener un submarino, del realizador uruguayo Alex Piperno. Una pequeña aventura cortada en tres historias que parece estar dedicada a esa milésima de segundo en el que se desea tanto algo que cualquier barrera para sentirlo se vuelve inmaterial. En esta película son tres mundos conectados a través de una misma puerta.
Chico ventana es una ruptura hacia una otra dimensión narrativa que no se encuentra, enfrascada en la cabeza de los personajes, y también es el caso de Vladim, el sonidista protagonista de Mis pensamientos son silenciosos, ópera prima del director Antonio Lukich. Sería la primera película dedicada completamente al mundo interno de uno de los roles fundamentales del cine, el del sonidista. Vladim, de más de dos metros de altura, anda por la ruta con su madre y sus dudas sobre su trabajo, mientras graba con un micrófono la fauna ucraniana.
Es como si el cine hubiera entrado en el registro de aquello que ya no hay que explicar, sino reflejar, tanto en forma de deseo como de demanda. La vanguardia del cine hoy se expresa en términos de “observador objetivo”, un lugar en el que una década atrás no se hubiera esperado encontrar la novedad. Days, la película del director Tsai Ming-liang, le da al transcurrir del tiempo una base artesanal: la forma de la película, la relación entre creador y creado, entre personaje y constructor, está dada por el propio proceso de reconocerse como herramienta. Tsai Ming-liang empieza registrando mecánicamente imágenes sin siquiera pensar en términos de cine, sino de registro sobre el proceso de curación de Lee Kang-sheng, su actor de siempre, luego de que una enfermedad lo dejara casi sin moverse. En ese escenario, al viejo actor con dolor físico se le presenta un joven trabajador inmigrante, representado por el no actor Anong Houngheuangsy, y así esta historia termina siendo una película que puede tratar sobre muchas cosas, pero todas están atravesadas por el acto de observar y dejar respirar aquello que está enfrente.
Otro impacto de esta programación es la cantidad de películas hechas por mujeres hablando sobre los problemas de serlo. En este clima donde la bocanada de aire se presenta como lo definitorio en ir hacia la vida o borrarse, aparece como un tornado de libertad Mi nombre es Bagdad, de Caru Alves de Souza. Similar a lo que sucedió con Los hongos, de Oscar Ruiz Navía, estrenada también en el festival, pero en 2014, esta película está para poner en el centro de la escena no sólo el vivir adolescente en las ciudades latinoamericanas, sino que viene a celebrar el encuentro entre mujeres. El encuentro de las protagonistas para andar en skate y escribirles bien grande a los espectadores, sobre un muro, “jodete”, pero también el de todas sus realizadoras que se juntaron para hacer cine.
A veces el encuentro entre mujeres puede ser necesario para cambiar la perspectiva; otras veces, como en el caso de Lorena y Fátima en Hogar, de Maura Delpero, para afrontar la dureza de maternar en soledad y sin casa propia siendo jóvenes.
Pero a veces el encuentro es definitorio para trascender desde la crueldad de una guerra, como en el caso de Para Sama, de Waad al-Kateab y Edward Watts, quienes logran con el cine transformar la experiencia de volverse madre durante la guerra, en una carta de amor para su hija. “Sama, tenés que entender la razón por la que estamos luchando”, asegura la voz de la directora.
Apaleadas por el contexto, o no, esta realidad sigue de la manera que puede, cómo hacen Lucía y Lorena todos los meses que no llegan a pagar el alquiler, en el cortometraje uruguayo de Agustín Fernández El próximo verano: se quedan allí sentadas en el jardín, fumando un cigarro, en una clara señal de que mientras el mundo parece estar inmóvil, hay muchas cosas explotando.
Sábado:
Mi nombre es Bagdad (Cinemateca, 16.30)
Hogar (Life Punta del Este, 20.30)
Chico Ventana (Sala Zitarrosa, 21.00)
Days (Life Punta Carretas, 19.00)
Domingo:
Mis pensamientos son silenciosos (Cinemateca, 20.30, Life Punta del Este 18.00)
Para Sama (Cinemateca, 16.30)
Lunes:
El próximo verano (Cinemateca, 20.30)