“Durar frente a un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro trabajo, hasta extraer, de él o de nosotros, la esencia única y exacta”. Así comienza a cerrar Juan Carlos Onetti uno de los artículos para el semanario Marcha que firmaba como Periquito el Aguador, antes de volver, todavía más pesado, y oscuro, a su clásico aunque razonable escepticismo, con un último párrafo que concluye: “Todo lo demás es duración fisiológica, un poco fatigosa, virtud común a las tortugas, las encinas, y los errores”.

Durante cuatro años, Eva Dans, protagonista, directora y guionista de Carmen Vidal, mujer detective, amaneció en un apartamento de la calle Durazno, y cada mañana, luego de levantar la persiana, contempló el viejo gasómetro de la rambla, entre la niebla de la madrugada y el humo de su primer café.

“Escribí el guion viendo el gasómetro. Lo veía todo el tiempo y pensaba ‘qué raro que a nadie se le haya ocurrido hacer algo acá. Es bien siniestro, típico de Montevideo, nunca se recicló, está ahí abandonado, re da para que cuelguen a un muerto’”, cuenta, sobre el inicio de esta historia, la de su cuarto guion de largometraje, para el que prácticamente puso su vida y su casa patas para arriba.

En el transcurso de la producción se separó, vivió sola, volvió a ponerse en pareja, convirtió su apartamento en el principal set de filmación, y a los dos meses de terminar el rodaje, se fue de esa esquina, y luego a vivir a Buenos Aires. Ahora está contenta y motivada, aunque se lastimó la espalda por cargar cosas, por ir y venir, en las tareas de producción y distribución de su película. “Me siento deteriorada físicamente”, me dijo, semanas antes del estreno en su preferido Bar Hispano. Se le ocurre que precisa una “cura de tilo” o algo así para su ansiedad, y cuando ingenuamente le pregunto si otras personas no podrían ayudarla, responde con seguridad matemática: “Creo que hay cosas que son inderivables”.

Para financiar el film, cansada de rebotar en los fondos tradicionales, pero decidida a ponerle vida a Carmen y su peripecia, Eva ahorró aguinaldos y salarios vacacionales de sus trabajos de oficina en casa, su hermana le prestó algo de dinero, y finalmente se asoció con la productora Alina Kaplan, de Anfibia Cine. “La hicimos con 8.000 dólares. Fue todo muy casero, re épico, garra charrúa. Cuando empezó el rodaje venía de no tener vacaciones durante tres años”, cuenta a toda velocidad, como si sus palabras y sus ideas se comprimieran en una melodía fugaz y rítmica, ajena al estar de los plátanos del centro, y protegida con el sonido de su risa, cuando se burla de sí misma y de su locuacidad marca ACME.

A diferencia de Juan Carlos, o tal vez no tanto, en su primer largometraje Eva pinta y arriesga hasta el absurdo, con su natural impronta de comedia, con trazos y colores intensos, sobre la hoja negra que los deja ver, sólo un poco, entre columnas y edificios viejos, inspirada, entre otros, por el Philip Marlowe de Osvaldo Soriano en su novela Triste, y solitario final.

“A mí me gusta hacer comedia” reconoce. “Yo sé que hay gente que no percibe la película como una comedia, pero los personajes están construidos desde ese lugar”. No le faltó razón a su madre Lita cuando le preguntó a su hija, luego de abrir un enlace de Vimeo desde Canadá: “¿Cómo que es una comedia si ella no se ríe ni una vez? Yo fui acompañando a Carmen en todos sus bajones”.

Su padre Gustavo le había trasmitido el gusto por la novela negra desde muy niña, y ya le comentó algunos de los aciertos de la película pero también sus dudas de lector y aficionado a la investigación de los hombres –y mujeres– de sobretodo: “Ya sé lo que va a pasar” se anticipa Eva. “Me va a venir a dar un golpe en la nunca con lo que no cierra, con las inconsistencias del noir y los plot holes [agujeros en la trama], pero a mí me chupa un huevo. Sé que todavía no me dijo más nada porque estaba muy emocionado en el preestreno”.

Carmen Vidal, mujer detective –que ingresó esta semana a los cines de Montevideo, Río Negro, Salto, Colonia y Treinta y Tres– se vio por primera vez en Uruguay en la sala Zitarrosa. Para Eva, el nocturno momento le resultó más parecido a “una pesadilla que a un sueño plácido”: “Estaba toda la gente que conozco, mi familia y mis amigos de la infancia. Me puse muy nerviosa, y estaba re estresada, pero después aflojé con cerveza”, recuerda, todavía no recuperada del todo.

Vidal tiene varios consumos problemáticos, entre ellos la abundante marihuana y pizzas con derretido queso muzzarella del Bar Hispano. El natural –aunque amable– automatismo con el que la protagonista levanta el teléfono para solucionar sus cenas, almuerzos y hasta desayunos de todos los días resulta muy gracioso y funciona –cada una de las muchas veces– como un respiro de alivio en la aventura de clima cada vez más denso y extraño en el que la detective uruguaya se ve envuelta, urgida en la resolución de un caso que la amenaza por varios frentes y a cualquier hora del reloj, con las imágenes fantasmales de un político de carrera (Roberto Súarez) y la misteriosa Ágata (Leonor Courtoisie), siempre al acecho.

Un martes a las cuatro de la tarde, Carmen sube rápido en bata entre el vaivén de los autos de la Avenida Libertador; no tuvo tiempo de nada, ni de peinarse, y lleva apretadas en sus manos grandes bolsas negras de basura. Una cámara registra su apuro desde una distancia de cien metros, y Eva, en plena filmación se pone a pensar: “Ay, si me llega a ver una compañera de liceo, o alguna amiga, y me ven así, desquiciada... ”.

Su mente funciona así, con dos o tres ideas al mismo tiempo, y otras laterales que se le anticipan, en forma de recuerdos, advertencias o noticias. Bajo el ruido de la máquina de café, me cuenta medio en secreto que se enteró de que los dueños cambiaron, que ya no está Macario, pero todavía permanece una moza rubia, y “que está todo bien” con los nuevos, quienes unos días después de esta entrevista sabrán de la importancia de su papel en la historia de la cinematografía uruguaya, y sobre una película que “adora al Bar Hispano”.

“Viví toda mi vida acá en Uruguay. Nací en Montreal, Canadá, porque mis padres se tuvieron que exiliar. Mi abuela es de Sauce, por ejemplo. Te digo porque hay gente que piensa que mi nombre es artístico o extranjero pero no, nada que ver”, aclara, antes de continuar.

Y antes de irte a Buenos Aires estabas acá, en ese apartamento.

Sí, primero convertí mi casa en la oficina de preproducción. Fue una locura, porque al final no tenía casa. Fue muy rústico todo. Malandro, la directora de arte, hizo un trabajo demencial, es una máquina. Pintó todas las paredes, hizo fletes desde la casa de sus viejos en San José, consiguió cosas rarísimas (como un escritorio de metal con un vidrio negro increíble) y puso un zócalo de madera que atraviesa todo el living. En el preestreno pensaba: “Puede no gustarte la película, quizás no es tu estilo, pero está hecha con mucha minuciosidad”, y creo que eso se percibe. Se nota que hay un cuidado en el detalle, desde todas las áreas.

“Quería hacer una detective tipo The Dude de El gran Lebowski, un personaje femenino fumón y venido a menos”.

¿Tu personaje ya lo tenías medio en la cabeza de anteriores guiones?

Sí, hacía tiempo pensaba que estaría bueno hacer de una detective, medio tipo The Dude de El gran Lebowski, un personaje femenino fumón y venido a menos. Quería mostrar eso. Los detectives de este estilo suelen tener una femme fatale, o un atractivo. Hay un componente sexual importante, una motivación pasional, y cuando pensé en Carmen, no me atraía para nada que tuviera eso con un hombre. En ese sentido es una película bien asexuada. El personaje más sensual es Teodora Muller [Gimena González], la jefa de Policía, que me encanta. Pero en general se buscó ir por un lado menos obvio. O sea, si hago una detective mujer, quiero mostrar otro lado femenino que tal vez no se ve tan a menudo.

¿Cómo fuiste encontrando esos gestos, o tics, tan característicos que tiene Carmen? Es muy gracioso cuando, sin que diga nada, sabés que tiene la cabeza en otro lado pero no tenés idea en qué está pensando, si está desconcertada o perdida.

No sabría decirte. Es rarísimo, pero siento que a lo que menos le presté atención –de cierta manera– fue a la actuación. No me presioné, ¿entendés? Lo hice casi como algo accesorio, pero no es que no haya puesto energía a la actuación. Aprendí un montón haciendo el personaje. Me di cuenta de que un pequeño gesto o movimiento, como una bajada de cejas, ya te da lo que querés, y si ponés más corrés el riesgo de hacer demasiado. No precisás estar re metida en el personaje para llegar a ciertas cosas, al menos en este código de la película, que es el de la comedia y el de un cine de género, y que tiene una rapidez de edición que te lo permite. Tal vez en un cine más naturalista o más dramático podés probar otras cosas. En ese sentido, que yo estuviera con ochocientas mil cosas a la vez en la cabeza creo que me sirvió. Siento que no exageré. Capaz que si sólo me dedicaba a actuar porque alguien me llamaba para hacer ese personaje, me iba más de mambo.

Su apartamento y su mente a veces parecen la misma cosa.

Sí, es verdad. El apartamento va con ella. Si ella está bien, la casa está bien, si ella está mal, la casa está mal. Eso fue todo un laburo en el rodaje. Por ejemplo: “Hoy es día de casa desordenada, entonces tratábamos de poner basura por todos lados” y un montón de papeles del Bar Hispano, que junté durante el tiempo que viví en el apartamento.

¿Alguna de las llamadas al bar que aparecen en la película fueron reales?

Los llamados no son reales porque el teléfono no estaba conectado, pero el número que disca Carmen es el del bar. Pero, sí, llamamos por celular para pedir pizzas para el equipo de arte. Y obvio que la pizza que come Carmen en la película es del Hispano.

¿Por qué lo elegiste?

Me gusta mucho porque es uno de los últimos bastiones de esos bares típicos del Centro montevideano, como era el Manchester o incluso Las Delicias. Todos cerraron y el Hispano sigue ahí, en pie, manteniendo nuestra identidad, que también es comer esa típica pizza rectangular hecha en horno de leña. La película juega con esa dualidad de lo moderno y el pasado que conviven, y ese bar es bien representativo de eso, con su barra de mármol, su carpintería y sus ventanales enormes.

Foto: Federico Gutiérrez

Foto: Federico Gutiérrez

En el programa Corre cámara dijiste en una entrevista que Carmen Vidal es notoriamente una película de ficción, y mostraste un VHS de Quién engañó a Roger Rabbit como una de tus referencias de comedia noir. Todos los personajes tienen algo caricaturesco. ¿Esa es una influencia o fue una opción para este trabajo?

A mí me encanta la ficción-ficción, me gustan las películas imaginativas y los personajes un poco cartoonish. La película es una mezcla de dos géneros –el cine negro y la comedia– que se prestan para personajes bien arquetípicos, y me gusta esa combinación. Viste que a veces uno piensa “¿dónde trazás la línea entre una película mala y una película buena?” Es difícil. No podés decir “es una película lograda”. ¿Para quién? ¿Y qué significa “lograda”? Podés decirlo desde el punto de vista técnico, OK. Pero a veces hay películas que son fallidas y te gustan igual. Entonces, ¿esa es una mala película? Yo creo que no. El otro día escuché a [el guionista argentino] Mariano Llinás decir que él cree que una película mala es una película que no arriesga. Me pareció que está bien. Para mí una película mala es una película sin imaginación. Siento que es imperdonable. Me da como que: “Dale bo, animate, ¿qué estás haciendo, si no?”. Como que hay algo de que si vamos a jugar, vamos a jugar de verdad. Esa es un poco la intención de la película.

El vestuario de Carmen parece muy importante y útil para exagerar o hacer más notorios los rasgos del personaje.

Eso lo tenía recontra claro hacía pila. Toda la ropa de Carmen Vidal es ropa mía, menos el pantalón verde y el tapado. Quiero decir, las cosas más icónicas, como la bata y la remera que dice 2006, son mías. Yo trabajo desde mi casa desde hace diez años, y viste que cuando sos freelance la vida es dura a veces. Estás tres días seguidos sin salir ni a hacer un mandado. Te mirás al espejo y decís “pah, estoy hecha mierda”. Viene de ahí. Todos esos abandonos vienen de mi vida personal.

Entre las muy buenas actuaciones de la película está la de Lulo Demarco como uno de los policías. Contame sobre él.

Es espectacular, y no se formó como actor. Nosotros somos amigos desde hace años y el personaje lo recontra escribí para él. En realidad lo hice así con todos los personajes. Manuel Facal, mi pareja [director de cine y guionista con quien además hizo el guion gráfico de la película] es re de los castings, y yo soy todo lo contrario. Me parece una experiencia re fea, una forma rarísima de conocer a un actor. Si te dedicás a esto te podés mover, vas al teatro, ves cortos. Entiendo que a veces no te queda más remedio, pero si lo podés hacer desde un lugar más cariñoso está bueno también.

Como además de guionista, en el rodaje fuiste actriz y directora al mismo tiempo, cada vez que hacías una escena ibas inmediatamente a verla, ¿no?

Sí, cada toma. Y mirá que está hecha con muy pocas. Algunas cosas se hicieron en la primera toma. Por ejemplo, la escena del picanazo, cuando Carmen sale corriendo del auto. Ese fue un día infernal, había poco tiempo. Bueno, siempre hubo poco tiempo: la filmamos en 18 días.

¿Cómo te metiste en el mundo del cine?

Hice la ECU [Escuela de Cine del Uruguay] ni bien terminé el liceo. A mis padres les gusta el cine, pero si lo pienso en perspectiva creo que era algo cultural de la época, ir al cine, al videoclub. Como que Netflix y las series se chuparon todo. Pero sí había un esfuerzo. Éramos socios del Video Imagen. Vivíamos en La Blanqueada y nos tomábamos el ómnibus para ir hasta Pocitos, porque era un videoclub que tenía muchas películas. Ahí ya había una búsqueda, obviamente. Pero la verdad es que yo quería ser astrónoma, era fanática de Carl Sagan, pero nula para las matemáticas. Es gracioso porque mi hermano mayor es científico y es brillante. Yo estaba tan empecinada… Hice una formación científica que sufrí zarpado, pero de mientras hacía teatro, porque me gustaba actuar. Igual creo que la formación científica me sirvió. Tengo cierto orden de pensamiento, soy bastante estructurada y práctica.

¿Y cuándo sentís que encontraste tu gusto por ciertos géneros, películas, directores?

Lo sigo descubriendo hasta el día de hoy. Vas cambiando. Cuando hice la ECU, tenía 19 y estaba para el indie: me encantaban [Jim] Jarmusch y [Aki] Kaurismäki. Bueno, para Carmen Vidal Kaurismäki es una referencia en cuanto a colores y al arte. Igual él me sigue gustando, pero uno se va moviendo por otros lados. En este momento, si tuviera que decir mi lista de directores preferidos, no sé si a él lo pongo, aunque debería, pero definitivamente algo que me define es la imaginación. Estoy en ese plan.

“En la era pre ICAU se hacía pila de cine de género, pero era un cine fallido técnicamente, y con actuaciones muy duras. Y después arrancó la idea de que menos es más. Eso es falso. Menos es menos, y más es más. Las dos cosas pueden ser buenas”.

¿Y últimamente qué has visto?

El otro día vi Criaturas celestiales, la primera de Peter Jackson. La vi y dije: “Siento que va a ser una de mis nuevas películas preferidas”. También me encanta [Alfred] Hitchcock. Con Manuel miramos pila de cine clásico. La imaginación de Hitchcock me sorprende. Estoy leyendo El cine según Hitchcock (libro basado en largas charlas entre Alfred y François Truffaut, en su rol de entrevistador) y es impresionante. El loco fue re despreciado por la crítica norteamericana durante mucho tiempo, y tenía una imaginación muy libre, como de niño, con unos ingenios que están buenísimos. En un momento, no sé en qué contexto, cuentan sobre una escena con un plato que sale de la cocina todo horrible, feo, y a medida que va llegando a la mesa se va embelleciendo, hasta que se encuentra con las manos del comensal y es una maravilla. Ese tipo de cosas me gustan, como imaginación en la puesta en escena, que es lo que yo siento que falta acá en Uruguay. Estaría bueno arriesgar un poco más. En la era pre ICAU se hacía pila de cine de género, pero era un cine fallido técnicamente, y con actuaciones muy duras. Y después arrancó una frasecita que para mí mató todo acá, “menos es más”. No, eso es falso. Menos es menos, y más es más. No pasa nada. Las dos cosas pueden ser buenas. Vino toda esa era de poner una cámara fija, una actuación muy naturalista, un actor sentado tomando un cafecito. No hay mucho riesgo, ¿no? Quiero decir, de que quede mal actuado, o de que algo salga mal. Un plano así, con todo el arte armadito, tiene que funcionar. Y bueno, sí, ya se vio que funciona, pero por suerte el cine uruguayo de género de a poco está creciendo. A mí al principio Manuel no me caía, no sé por qué. Y después descubrí que es un crack, un tipo re imaginativo que vive en su mundo de dibujos. Su película Fiesta Nibiru me encanta, y acá pasó totalmente desapercibida. Esas cosas me llaman la atención, pero siento que el cine uruguayo ya tiene todo para funcionar en cualquier género.

Carmen se libera un poco con cerveza, pizza y porro. ¿Y vos?

Yo bajo con porro la vida entera. De hecho, antes de venir acá fumé, pero ya ves que no dio ningún resultado. Fumo mucho y hace muchos años.

¿Y tu buen humor es parte de tu personalidad desde siempre?

Sí, siempre fui de cagarme de risa y hacer cagar de risa a la gente. En el liceo siempre hablando, boludeando. Eso es parte de mi personalidad, seguro. Por eso no me gusta estar un poco como ahora, re estresada y cansada. Estoy como quemada, y yo habitualmente me río de cualquier cosa. Estoy siempre para la pavada. Mi padre siempre dice que cuando nos juntamos con mi hermana, en vez de mejorar, nos sumergimos en la pavada. Perdoná, soy una máquina de hablar, imparable.

¿También desde siempre?

Mi padre me decía cuando era chica: “Eva, si te callás de acá hasta la esquina, te regalo algo”. Y nunca llegaba. No había forma de hacerme callar.