Es furor en las redes y a cinco semanas de su estreno continúa peleando los primeros lugares en el ranking de las series más vistas de Netflix. La historia de la niña huérfana que escala a estrella mundial del ajedrez ha dejado miles de nuevos aficionados al juego y una infinidad de cortes de pelo carré.
Sobreviviente de un accidente en el que perdió a su madre, la niña Elizabeth Harmon recala en un orfanato por los años 50. Allí desarrolla una adicción a los tranquilizantes, y a la par aprende a ser invencible en el ajedrez de la mano del conserje de la institución. Adoptada a los 15, llega a su nueva familia para intentar reparar un matrimonio en ruinas. Pronto se quedará a solas con su madre adoptiva y comenzará a cosechar victorias en torneos de ajedrez con oponentes cada vez más difíciles, en una producción ambiciosa, internacional y a gran escala.
Como una buena serie de deportes, las partidas disputadas vertebran el relato mientras la joven Beth madura y descubre el amor y el sexo. Porque Gambito de dama también es una historia de coming of age, aunque no haya el menor énfasis en el asunto. Sus adversarios se convertirán en maestros e intereses amorosos, e integran un nutrido abanico de personajes.
Con locaciones como un orfanato y con el principal referente adulto en una madre adoptiva alcohólica, se puede esperar un relato sórdido y terrible. Sin embargo, y a diferencia de la mayoría de las series del momento, Gambito de dama nunca se va a los extremos. El orfanato es estricto y uniformizante, pero también un lugar en donde cultiva sus mejores amistades. Su nueva vida cuando es adoptada dista de ser perfecta, pero su madre es un desastre y una criatura adorable casi que en la misma proporción.
Buena parte de lo que hace especial a esta serie de Scott Frank (Logan, Godless) reside en la fuerza de sus secundarios. Desde el hombre parco pero de buen corazón que es el conserje Mr Shaibel, al tímido y dulce Harry y hasta el ególatra de Benny Watts. Aquí también se despega su amiga Jolene, que encandila en sus ocasionales apariciones y pone en escena un vínculo inquebrantable. De esta manera se compone un relato donde cada personaje es importante y juega su juego, como piezas que avanzan sobre el tablero.
La otra clave descansa en una protagonista deslumbrante, que se distingue de los típicos personajes de genios atribulados, y resulta una mezcla de ternura y aspereza. En sus zapatos está Anya Taylor-Joy, que compone una Elizabeth Harmon de otro mundo y que es capaz de llevarte de las lágrimas al estallido de risa solo con el arco de su mirada. Una actriz increíble, que dota a su personaje de profundidad y contradicciones, con una belleza rara de ojos enormes y pelo cobrizo al hombro.
A nivel técnico los siete capítulos son impecables. Hay un fuerte trabajo en la puesta en escena y un modo de filmar muy cinematográfico, con audaces movimientos de cámara y elaboradas coreografías de personajes. El vestuario es exquisito, y destaca lo mejor de los atuendos típicos de los 60 de la mano de Gabriele Binder. El montaje también alcanza grandes momentos y consigue imprimirle un ritmo voraz a un juego tan complejo de filmar como el ajedrez, donde gran parte de la magia sucede dentro de la cabeza de los personajes.
Así como logra que las partidas sean trepidantes, incluso para alguien que no es experto en el ajedrez, la edición también crea momentos musicales gloriosos, con canciones de la época como “Stop Your Sobbing”, de The Kinks o “Steppin’ Stone”, de The Monkees, sin llegar a la repetida y cansadora estética de videoclip. A veces, para retratar el juego se utiliza el montaje paralelo, otras veces los movimientos se dibujan en el techo, otros pasan por detalles y miradas. De la forma que sea, el despliegue que significa cada partida de ajedrez se compone con estilo y dinamismo.
Gambito de dama logra transmitir la carga que implica cada movimiento en el juego, y a su vez retratar esos aspectos que lo transforman en una ceremonia. El apretón de manos que sella la partida, el reloj que corre sin pausa. Los caballos, alfiles y torres que se amontonan a los lados del tablero como huesos que sobran en el festín que se da Beth con cada contrincante. Y, sobre todo, la tensión en sus ojos, brillantes y entusiastas.
Cigarrillos, pastillas y alcohol
A la vez que retrata el ascenso sin límites de una personalidad excepcional en el ajedrez, la serie también es la historia de dos mujeres abriéndose paso en un universo masculino. Y consigue hacerlo sin diálogos trillados ni subrayados. Junto con su madre adoptiva, Alma (la directora Marielle Heller), Beth forma un dúo indisoluble, de mujeres imperfectas y rotas que chocan con sus limitaciones pero no retroceden.
A medida que avanzan los capítulos, hay una presencia que gana espacio en la narrativa: el alcohol. Con la adicción ya instalada en su madre adoptiva, a su lado Beth también desarrolla una dependencia por la bebida, que, junto a las pastillas, la hunden en un estado narcótico donde cree visualizar mejor sus jugadas. Así, mientras en el orfanato la ayudaban a pasar la noche despierta probando aperturas de ajedrez, en sus veintipocos y junto con el vino, los tranquilizantes ya conforman un obstáculo que la aíslan de su entorno.
De esta manera, la serie manifiesta también un doloroso retrato del alcoholismo. Mientras narra lo solitario que puede resultar ser un genio, también muestra cómo se apilan botellas vacías en el basurero de Beth, un personaje que proyecta seguridad y autosuficiencia, pero que se siente frágil, y se refugia en un mundo donde prima la racionalidad y el orden por sobre el sentimentalismo.
Gambito de dama se erige como una de las revelaciones de este turbulento 2020. Utilizando la Guerra Fría como telón de fondo, muestra también dos cosmovisiones que se enfrentan ferozmente. Ante un juego y un estilo de vida donde predomina el individualismo, con sus personajes tan humanos como complejos, la serie muestra que todo es mejor cuando se juega en equipo.