Los extractores de agua de los últimos botes que completan su paseo antes de la función se funden con los trinos que reciben el atardecer. “Hay lugar para todos”, tranquiliza el boletero mientras los acomodadores dan indicaciones y más de una mano para subir a bordo, equilibrando el peso a veces desproporcionado entre los espectadores mayores y los más chicos, que aparte de llevar chalecos salvavidas, se desentienden del comienzo del show. Mientras estudia en la práctica el funcionamiento de su habitáculo –pedales para avanzar y retroceder, palanca para girar a izquierda o derecha–, la platea va entendiendo que su posición no depende exclusivamente de la voluntad o la azarosa distribución de ingresos. Sobre la superficie flotante se van trocando las vecindades, y alguna rencilla entre la tripulación menos añosa se disuelve con la distancia (o queda para otra vuelta).
Suena una campana y se apacigua, sin confirmación inmediata, cada comentario del que adivina titiriteros entre telones camuflados de matorrales. Pero el milagro es mecánico: Cosimo, el guía de este safari nocturno, pedalea una bicicleta sobre el lago. Megáfono mediante, presenta el Parque Rodó y su historia, esto es, el escenario que Kompañía Romanelli conquistó para su fábula. La maqueta natural libera protocolarmente al artista en pandemia: el trazado paisajístico es aliado del teatro negro, aunque una caja escénica arbolada pueda conspirar en igual medida para deschavar el truco.
Buena parte de la aventura se va en aprontes y partidas, en trasladarse de islote en islote siguiendo los focos y las indicaciones del locatario y, al contrario que en los autitos chocadores, en prestar ayuda al rezagado que enganchó la popa o la guía de luces acoplándose.
Las escenas en flúo, suspensiones de la adultez descreída, ocurren al descubrir a los espíritus del bosque. “¿Alguien sabe lo que es un kodama?”, interroga el barquero sin barca, el ciclista que salpica en su chata y desencadena la pesquisa. Este cardumen animista, que aplaude sus gracias, los deja libres en su hábitat. El típico “se fue por ahí” del público infantil es sustituido, como una rutina museística en vías de desaparición, por una sincronía de fotos y videos subidos a todas las redes. Y hay que decir que estos cazadores atolondrados son mejores retratistas que timoneles. En las riberas, una procesión que no pagó entrada sigue el argumento mágico sin tanta adrenalina.
Kodama, de Kompañía Romanelli. Viernes y sábados a las 19.30, hasta el 19 de diciembre en el lago del Parque Rodó. Precio por lanchita para cuatro: $ 1.400 en Tickantel.
Varones del teatro
Cooperativa Artística Rocanrol estrenó Revolución Mata Hari, una pieza que cuenta con el apoyo de Cofonte y el área de Género de la Intendencia de Montevideo, ya que su objetivo principal es “dar voz a las situaciones de abuso y maltrato que se dan en los procesos creativos, principalmente desde los hombres hacia las mujeres”. Un caso de metateatralidad que busca aportar miradas sobre la asimetría de las relaciones en los espacios de formación y de trabajo. Va los sábados a las 21.00 en el Centro Cultural Florencio Sánchez (Cerro).
Feria de libros en el museo del Parque Rodó
Desde el viernes hasta el domingo, de 16.00 a 21.00, tiene lugar en el Museo Nacional de Artes Visuales una nueva edición de Rastro, el evento que reúne a editoriales independientes y músicos. El sábado toca Samantha Navarro y el domingo, Dos Daltons.