Cuenta la leyenda que Bruce Lee, ya instalado como gran estrella del cine de artes marciales de Hong Kong, llevó la idea a varios estudios en Hollywood y fue rechazada por todos, para encontrarse poco después con que su proyecto había sido canibalizado –sin su autorización o conocimiento, obviamente– en Kung Fu, con David Carradine.

Pero como la vida da revancha –a la idea, al menos, porque el bueno de Bruce lleva un montón de años muerto–, Shannon Lee, la hija de la legendaria estrella de kung fu, y el showrunner Jonathan Tropper (responsable de la tan excesiva como de culto Banshee) rescataron el concepto y presentaron el año pasado Warrior, la violenta y adictiva serie de acción de Cinemax.

Everybody is kung fu fighting

Todo comienza cuando Ah Sahm (Andrew Koji) llega al San Francisco de fines del siglo XIX como uno de los miles de inmigrantes chinos que viajaron en pésimas condiciones para vivir del mismo modo una vez llegados a la tierra prometida.

Sin embargo, nuestro protagonista no es cualquier coolie ‒como despectivamente conocen a estos inmigrantes tanto los chinos de alcurnia como los caucásicos residentes‒, sino un maestro de las artes marciales que viaja a Estados Unidos con una misión: recuperar a su hermana Mai Ling (Dianne Doan), casada con un tong años atrás en un oscuro incidente.

Por supuesto que es llegar y agarrarse a las piñas, por lo que llama rápido la atención y motiva su reclutamiento por uno de los tantos bandos que están en guerra en esta turbulenta ciudad. Por un lado, los Hop Wei ‒quienes compran a Ah Sahm‒ son el tong más poderoso de la ciudad, y por otro, los Long Zii, la ascendente banda ‒y con cuyo jefe está casada la hermana de nuestro protagonista‒ que viene en sangrienta subida.

Los citadinos residentes conforman en cierta medida otro bando, uno que se ve en el accionar de su alcalde (Christian McKay), su asesor (Langley Kirkwood) y, a nivel de calle, en su policía (con destaque para Kieran Bew y Tom Weston-Jones). Todos ellos ‒y muchos más: tenemos al tratante de armas Wang Chao (Hoon Lee, en el mejor personaje de la serie), la madama Ah Toy (Olivia Cheng), la esposa del alcalde, Penelope (Joanna Vanderham) y un extenso etcétera‒ terminan bien revueltos en un guiso de acción, thriller histórico (la reconstrucción es impecable) político, sexo y muchísima violencia, que recuerda a las mejores películas de su estrella inspiradora, Bruce Lee, pero pasadas por el tamiz de una creación moderna, dinámica, tensa, muy bien actuada, apasionante y entretenida. Una donde no hay buenos ni malos, sino personajes complejos, tridimensionales, todos con sus propias aspiraciones, claros y oscuros.

Enter the Dragon

En esta segunda temporada, que alcanza su recta final de diez episodios al momento de escribir estas líneas, las cosas se han complejizado y mucho. Quizá ya librada de la inspiración original de aquellos textos de Lee, ahora Warrior vuela libre y aprovecha el desarrollo de su numeroso elenco de personajes, que para esta segunda temporada suma además al menos media docena.

De su interacción y cruce de objetivos hay tela para cortar largo rato. Tanto, que incluso se puede llegar a temer que se esté abarcando demasiado y que esta segunda temporada carezca del mismo foco que tenía la primera, pero apenas avanzados tres episodios entendemos que Tropper está en perfecto control y que tenemos aquí una gran épica histórica llena de acción, totalmente precisa y entretenida.

Salvando las obvias distancias –empezando por la época–, Warrior recuerda mucho a los mejores momentos de la ya hoy legendaria Sons of Anarchy, con su complejo entramado de personajes, su guerra de familias o clanes (pandillas, en definitiva) y por la narración minuciosa de un universo que se va construyendo capítulo a capítulo, bajo la máscara de una serie “de piñas y tiros” (motoqueros en aquella, karatecas en esta). Cada personaje aporta su propia línea argumental y cada detalle plantado –parecería que al pasar– en algún momento florece como un nudo narrativo a desatar después, que ocupa toda la atención del relato.

Bien actuada, emocionante, cargada de homenajes al género que le da cabida (es de especial destaque el capítulo casi unitario que involucra a algunos pocos de sus protagonistas en un torneo de artes marciales, que recuerda a grandes clásicos del cine como Bloodsport o Kickboxer) y con un guion de esos que te sorprenden episodio tras episodio con revelaciones y vueltas de tuerca cual cachetadas, Warrior es la serie de la que nadie habla pero que todo el mundo debería ver.