Al sur de Estados Unidos también hay vida, y en ella hay cultura, música y rock. Por eso, a priori es una idea razonable realizar una serie documental que ponga el foco en la historia del rock de América Latina. Netflix la materializó y la acaba de estrenar con el nombre Rompan todo. “El rock & roll es un medio de comunicación y sería ilógico que nosotros, habiendo millones de personas en el mundo que hablamos el lenguaje de Cervantes, pues no tuviéramos nuestro propio rock & roll”, dice el músico mexicano Álex Lora (de la banda El Tri) ni bien arranca el documental.

Pero no se dejen engañar por el nombre. Para empezar, la serie se centra en los países hispanohablantes de América Latina, por lo que todo lo que dio el rock de Brasil quedará para otro documental; y si creen que “Break It All”, Los Shakers y lo demás que salió de nuestro país que se puede catalogar dentro del género tienen el lugar que le corresponde, también esperen otro documental.

La serie consta de seis capítulos de menos de una hora, que cuentan la historia en forma cronológica, sin narrador en off; por los hechos nos llevan los entrevistados –los hay a montones, es su gran virtud– y el material de archivo. El primer capítulo, titulado “La rebeldía”, narra los orígenes del rock latino en la década del 60 –y un poco antes–, sobre todo en Argentina y México. Así es que se pasa de Los Teen Tops y “La plaga” a El Club del Clan y Sandro, a cómo se forjó la importancia de escribir letras en español y luego a la influencia arrolladora de The Beatles.

Entonces, es en ese punto cuando aparece una hermosa toma de la rambla de Montevideo desde un dron, para dar arranque a la parte dedicada a Los Shakers. Pero menos mal que Netflix se puede pausar, porque si fuera la televisión de antaño, y justo se te da por ir al baño, te lo perdiste. Un minuto y medio es lo que le dedica el documental al fenómeno de Los Shakers; un tiempo irrisorio, más teniendo en cuenta que Hugo Fattoruso es uno de los entrevistados.

Así como en general para el núcleo duro de los anglosajones apenas existe la cultura latinoamericana –siempre hay excepciones: David Byrne es uno de los entrevistados y parece estar informado–, a juzgar por este documental, para los realizadores de Rompan todo –lo dirige Picky Talarico, y está producido por Gustavo Santaolalla y Nicolás Entel, todos argentinos–, el rock uruguayo es apenas un lunar en el mapa del género en América Latina.

La obsesión por todo lo que rodea al rock sin ser la música –la rebeldía, la contracultura y el reviente, que nunca fueron exclusivos del género– aparece con creces en el documental, y nadie podría esperar menos; pero si hablamos de música, una banda como Tótem –no es una mención caprichosa, ya que Ruben Rada es otro de los entrevistados– merecía un lugarcito en la serie, ya que ahí había más rock latino que en masitas de crema argentinas como “La balsa”, de Los Gatos, o “El extraño de pelo largo”, de La Joven Guardia, que son más pop que otra cosa, y ni que hablar de Palito Ortega y sus secuaces de El Club del Clan. La felicidad, ja, ja, ja, ja...

Al palo

Hechas estas salvedades, la serie se pude disfrutar –y mucho– si la tomamos como lo que es, un repaso de la mayoría de los hitos –conocidos y no tanto– del rock argentino –y también del mexicano, aunque por estos lares siempre nos pegó más lo de nuestro país vecino, por obvias razones de cercanía, tanto geográfica como cultural–.

Por ejemplo, en el segundo capítulo, titulado “La represión”, se destaca el testimonio del tano Giuliano Canterini, mejor conocido como Billy Bond, que creó La Pesada del Rock and Roll en 1970, uno de los grupos que sí le hacían honor al género en Argentina. Se recuerda un concierto en el Luna Park en el que la Policía de choque se hizo presente y Billy Bond les dijo a sus seguidores: “Rompan todo”. “El rock infernal. Hordas de hippies arrasaron el Luna Park”, tituló un diario luego. En la entrevista para el documental, el músico, con un típico desenfado ítaloargentino, compara aquello con el Cordobazo...

El tercer capítulo, “Música a colores”, narra el auge del rock de Argentina luego de la apertura democrática, en 1983. Pero también todo lo que rodeó a la Guerra de Malvinas, como un concierto organizado en mayo de 1982 por la dictadura militar a beneficio de los soldados argentinos, que contó con varias bandas de rock, en el que León Gieco cantó su himno “Sólo le pido a Dios”. Los Violadores y Virus se negaron a participar; en el caso de estos últimos, porque los Moura tenían un hermano desaparecido por la dictadura. Hoy Gieco piensa que los músicos que participaron fueron “usados” y dice que no tendrían que haber hecho aquel recital.

Sui Generis, Almendra, Virus y un largo y argentino etcétera; las bandas más importantes del rock de al lado se ven reflejadas en el documental. Pero la que se destaca sobre casi todas es Soda Stereo, que aparece en más de un capítulo: tanto la historia de sus primeros pasos –el bajista, Zeta Bosio, es el entrevistado– como su explosión por toda América Latina, que incluye imágenes de archivo que reflejan la histeria a niveles beatlemaníacos que generaba la banda en las fans.

A la banda de Gustavo Cerati se le da mucho más espacio que a los Redondos –la otra grieta de Argentina–, que apenas aparecen al final del quinto capítulo (“Un solo continente”) con lo más trillado: “Jijiji” en el estadio de Racing. “El tema con los Redondos es las claves y los códigos en la letra, y un respeto al rock de guitarras eléctricas inclaudicable”, dice Andrés Calamaro. A fin de cuentas, los entrevistados son lo más rico del documental, no sólo porque hay para todos los gustos sino porque varios van más allá del dato o la anécdota y se animan a reflexionar sobre el rock –Fito Páez y Calamaro son de los que más van por ese camino–.

En el sexto y último capítulo, “Una nueva era”, aparecen algunos músicos uruguayos más, como Roberto Musso (El Cuarteto de Nos), Gabriel Peluffo (Los Estómagos y Buitres) y Sebastián Teysera (La Vela Puerca). Ellos nos cuentan sobre la explosión del rock uruguayo de la crisis de 2002, a la que el documental le dedica más tiempo que a Los Shakers: dos minutos.