“Creo que morir tiene que ser algo hermoso, ¿no?”, escribe Sergio Blanco casi al final de un largo intercambio de Whatsapp –la cuarentena del viajero mantiene las distancias–. Veníamos hablando del espectáculo que estrena el martes que viene, Memento mori o la celebración de la muerte, y que después de una gira por España, Italia y Suiza presenta en el Auditorio del SODRE. Antes de que le pudiera dar una respuesta a la altura, Blanco manda una coda: “Mirá qué bello lo que decía Simone Weil: ‘La muerte es lo más precioso que se le ha dado al hombre. Por esa razón hacer un mal uso de esta constituye una impiedad suprema. Tras la muerte, el amor’”.

Parricidio, asesinos seriales, eutanasia, necrofilia, relatos míticos reescritos junto a crónica roja, ciencia y leyenda, soldados mediante una “ingeniería del yo”, le han dado al dramaturgo uruguayo radicado en París una proyección internacional. Baste remarcar, para tomar dimensión de una carrera con textos traducidos y representados en varios idiomas, que su pieza Tebas Land recibió en 2017 el premio Off West End en Londres. La muerte, ese asunto de carácter misterioso, late en el conjunto de su obra. Si vuelve ahora, en otra cuerda, a tomar el eje de una lectura escénica y devolver al autor al juego de la interpretación, será para “tratar de apelar a esas zonas que nos convocan por igual”, no importando ya el territorio, la cultura o el rito.

Este montaje recuerda a Ostia (2015), que de alguna manera era una disertación, en ese caso con Roxana Blanco y una infancia en común. ¿Qué te lleva a ponerle el cuerpo a un espectáculo?

Sin lugar a dudas, Memento mori es muy próximo a Ostia en el formato, en el sentido de que es un teatro en el que, como decís tú, pongo el cuerpo –en Ostia lo ponía con mi hermana, acá yo solo– y también son dispositivos donde el texto es esencialmente leído. Pero Ostia era un texto autoficcional, estas tres son otra cosa, lo que llamo lecturas escénicas, donde el acento está puesto en el acto de leer; no es una lectura dramatizada, sino la escenificación de una lectura. Pertenece a un ciclo de tres conferencias autoficcionales: la primera, Las flores del mal o la celebración de la violencia, fue escrita para el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires y gira en torno a la violencia; esta segunda, Memento mori o la celebración de la muerte, fue escrita para la sala Beckett, de Barcelona, en conmemoración de los 30 años de su apertura y también de la muerte de Samuel Beckett, y la tercera, que estoy creando en este momento y se estrenará en mayo de 2021 en el Teatro Clásico Español, en Madrid, se llama Divina invención o la celebración del amor.

Son una trilogía y tienen en común tres aspectos: yo le inventé este nombre a este cruce de lo conferencial y lo autoficcional, que termina produciendo un género un poco híbrido porque, por un lado, aparece el discurso de la conferencia, que siguiendo máximas de claridad y precisión trata de buscar, de forma mesurada, la aproximación a un tema y sigue generalmente un sistema de relato académico o, digamos, está basado en observaciones. Ese relato está interceptado en algunos momentos por un discurso autoficcional, es decir, por una palabra más artística, más ligada a vivencias. De pronto ese discurso objetivo es interceptado por otro más caótico, basado en experiencias personales, y el cruce de la palabra erudita con la artística, que es más confusa, oscura, desmesurada, hiperbólica, produce un híbrido donde se intersectan estos dos modos de aproximar el mundo.

Lo segundo es que yo soy quien las ha escrito, quien las dirige y quien las lee, está mi presencia en escena.

El tercer aspecto es que cuentan con un dispositivo escénico que les da el estatus de un espectáculo teatral: un diagramado de luces, un diseño de música, hay un trabajo de proyecciones, un gran lenguaje audiovisual: Las flores del mal gira en torno a intervenciones hechas sobre un cuadro muy célebre de Rembrandt, que es Sansón cegado por los filisteos; Divina invención, a partir de un tríptico de Francis Bacon, el pintor irlandés, y Memento mori tiene un despliegue de 32 fotografías extraordinarias de Matilde Campodónico, a quien le pedí acceder a su archivo.

Este género que detallás te sumerge en la performatividad limitada, o codificada, al menos, de la conferencia.

Justamente, me interesa mucho el arte de la conferencia. Tengo mucha experiencia en estos últimos 25 años de dictar conferencias en el mundo académico, ya sea en seminarios, en cátedras, en congresos; es algo que me agrada mucho y que he practicado. Uno aprende del estado del cuerpo, de la palabra, de la mirada; hay cierto movimiento, cierto desplazamiento, pero sobre todo prima una especie de contención, tanto verbal como gestual. En el acto académico de pronunciar una conferencia hay determinadas máximas, incluso fonéticas, que debe seguir todo conferencista. Lo interesante es cómo estos aspectos son de pronto desestabilizados por una palabra en la que aflora lo subjetivo. Cuando vamos a escuchar una conferencia, de filología o de ingeniería, la persona que va a desarrollar ese tema no va a entrar en aspectos de su vida privada, sino que se va a limitar a exponer de la forma más ordenada posible lo que tenga para decir: su punto de vista, su aporte, su hipótesis, peo no va a involucrarse emocional ni corporalmente.

Memento mori alude a las vanitas, esas pinturas con una calavera o un mensaje sobre la futilidad de lo material, esa señal de alerta sobre lo inexorable. ¿Cómo dialoga con esta frase de tu exposición: “La muerte no nos termina, sino que nos comienza: seguramente es por eso mismo que aspiro a que mi cadáver sea el más bello del mundo”?

El título hace referencia a una forma de alertar, de advertir lo breve, que todo se termina. Hay una idea que me gusta mucho y que desarrollo en este texto: memento mori es “recuerda que vas a morir” en el sentido de “aprovechemos al máximo la vida”; quizás podría ir junto al carpe diem, que es otra expresión latina: puesto que nos vamos a morir, aprovechemos al máximo el instante fugaz, el momento perecedero, el ahora efímero. Pero también me gusta proponer la idea de que memento mori es “no nos vayamos a olvidar de morir”. En ese sentido es una especie de apología de la muerte, y por eso también se llama “la celebración de la muerte”, porque si bien tiene un componente desgarrador, triste, doloroso, también hay algo desconocido, misterioso, que puede conectarnos con algo no necesariamente lúgubre sino hasta maravilloso. El desconocimiento puede ser fuente de curiosidad, de espera, de dudas. Es allí donde la muerte puede conectarnos con algo que hasta puede ser seductor. No sabemos qué hay después, ni la ciencia ni la religión pueden definir la muerte, las dos fracasan. Esa terra incógnita puede ser fuente de placer. Quizás por eso me aventuro en la idea de que la muerte no nos termina sino que nos comienza. Una de las frases que más me emociona decir es “¿Imagina la oruga que su final es la mariposa?”.

Lo de aspirar a ser el cadáver más bello del mundo es en el sentido de prepararnos. La belleza como un gesto de entrega hacia los demás: sepamos morir, es decir, preparémonos a lo que va a venir, al misterio extraordinario.

¿Te preparó la experiencia de Covid-541, ese espectáculo que hiciste con personal de la salud?

El impacto más grande, muy enriquecedor, fue desde un punto de vista artístico montar un espectáculo con no profesionales, con personas que nunca habían subido a un escenario. Y en lo que puede conectarse con Memento mori, sin lugar a dudas, es con la muerte. Pero sobre todo Covid-451 habla del proceso de sanación, de un organismo que es atacado por un virus que le da otro organismo. Y apunta a la posibilidad de curar. Para mí es un espectáculo profundamente esperanzador porque plantea el hospital como espacio de hospedaje en donde el cuerpo enfermo entra para sanar. En ese sentido lo aproximo mucho al espacio teatral. No por azar, arquitectónicamente la construcción de los primeros teatros, sobre todo en el Peloponeso, era próxima a la de los templos asclepios, de la medicina. Esa proximidad arquitectónica está hablando de una proximidad ontológica también entre estos dos espacios a los que vamos, y algo ejercen en nosotros que salimos distintos a como entramos.

A mí me gusta esta idea del poeta sufi Rumi de que en la herida está la sanación. De que, en la medida en que lo permitimos, es el lugar desde donde podemos sanar. Yo sentí que en este momento tan duro de la pandemia, que estamos viviendo tantos derrumbes y tantos cambios, no solamente sanitarios sino culturales, económicos, un momento muy preocupante, era importante activar esta palabra. Por estas heridas que nos está dejando la pandemia tenemos que tratar de que entre luz y de que podamos sanar. Estoy convencido de que la sanación también pasa por una voluntad; no sólo y no siempre, pero muchas veces, y también.

Memento mori o la celebración de la muerte el 8, 9, 10, 11, 12 y 13 de diciembre a las 21.00 en el Auditorio Nacional del SODRE. Texto, dirección e interpretación: Sergio Blanco. Videoarte: Philippe Koscheleff. Fotografía: Matilde Campodónico. Entradas en Tickantel y boletería de la sala.