El thriller español viene subiendo como espuma en la cresta de una ola. Durante los últimos diez años −por decir lo menos− recibimos desde la madre patria una serie de verdaderas joyitas, como La isla mínima (Alberto Rodríguez, 2014), Grupo 7 (también de Rodríguez, 2012), Tarde para la ira (Raúl Arévalo, 2016), Que Dios nos perdone (Rodrigo Sorogoyen, 2016), que demuestran que han desarrollado un estilo y, sobre todo, un nivel de películas de género que bien merecen más de una mirada.
Aunque no faltan porquerías −pienso en El cuerpo (Oriol Paulo, 2012) o El guardián invisible (Fernando González Molina, 2017) −, el puntaje promedio es alto, lo que hace que los aficionados a los policiales oscuros estemos atentos a la producción española.
Policial sí, pero de un maestro del terror
A esta cada día más extensa lista de películas se suma el nuevo esfuerzo de Paco Plaza, un director de género volcado al horror, en solitario o con su compinche Jaume Balagueró, responsable de películas tales como Romasanta, la saga Rec o Verónica.
Aquí, Plaza presenta una historia sencilla pero negrísima, que abreva, como reconoce el propio director, del cine moderno coreano: en Galicia, un cruel narco en sus últimos días (Xan Cejudo) se refugia en un asilo para ancianos. Sufre de una moderada parálisis física y una extrema aversión a sus herederos, que parecen empeñados en arruinarle el negocio.
Lo que menos puede imaginar es que allí donde espera tener contención encontrará que el jefe de enfermeros (Luis Tosar) se volverá instrumento de una venganza. Ocurre que muchos años atrás su hermano oficiaba de camello para el otro, pero no tardó en volverse consumidor de la misma heroína que traficaba y murió luego de un sufrido tiempo como adicto. El jefe de enfermeros no ha olvidado el sufrimiento por el que pasó su hermano.
La película se divide en dos claras líneas narrativas. Una sigue la metódica venganza y las marcas que deja en la personalidad del enfermero (en esencia, una buena persona que cada vez lo es menos). La otra línea sigue a los hijos del viejo (Ismael Martínez y Enric Auquer) que, en su afán de hacerse con el negocio del padre, van metiendo más y más la pata con competidores y con la Policía (dándole la razón al narco, que por algo no los quería al frente de nada).
La tensión en cada una de estas tramas –y en el cruce de ambas– se sostiene perfectamente y más allá de una serie de llamativas curiosidades en su recta final, como personajes que están justo ahí para ver a los otros cuando le conviene a la película, la narración general está muy bien construida, apoyada en el inmenso Tosar (¿cuándo no está inmenso Tosar?) y en los sorprendentes Martínez y Auquer (ambos brillantes, para marcar y seguir con cualquier otra cosa que hagan), con un Paco Plaza navegando con mano firme en el timón de aguas cada vez más oscuras, hasta su tremendo –negrísimo– final.