La nominación de Ford v Ferrari a mejor película en la pasada entrega de los Premios Oscar debe haber ayudado a que la película escapara, en parte, al nicho que estaba condenada por lo específico de su temática. Aunque no está al nivel de las mejores nominadas y, previsiblemente, no ganó en ninguna categoría de las importantes, el último opus de James Mangold se volvió bastante más notorio de lo que parecía predestinado a ser.
Mangold es un artesano de esos que brinda Hollywood de a montones, un siempre más que correcto realizador con alguna que otra perlita guardada bajo el cinturón. De su extensa filmografía podemos destacar la sorprendente y maravillosa Logan (2017) o Walk the Line (2005), sin olvidar la estupenda Cop Land (1997), quizás su obra maestra. Del lado no tan bueno están la entreverada Identity (2003), el por completo innecesario remake de 3:10 to Yuma (2007) y The Wolverine (2013), basada en el mismo superhéroe que Logan.
Justamente, es el éxito de Logan lo que le permitió a Mangold realizar un proyecto postergado durante una década: filmar el enfrentamiento, en talleres y pistas, que se dio a mediados de la década de 1960 entre dos titanes de la industria automotriz: los estadounidenses Ford y los legendarios fabricantes italianos Ferrari.
¿Quién quiere correr en Le Mans?
La histórica constructora de automóviles de Detroit no pasa por su mejor momento. Henry Ford II (nieto del original) plantea a sus subordinados un ultimátum: hay que volver a las glorias pasadas de la empresa y cortar de raíz con el descenso de ventas que los acompleja desde hace ya varios años. Un ejecutivo de publicidad, Lee Iacocca, tiene una idea audaz: ¿por qué no comprar Ferrari, que está al borde de la quiebra, y entrar en las legendarias carreras de automóviles europeas, como las 24 horas de Le Mans? Ford se tienta con la propuesta y hacia Europa parte Iacocca, sólo para ser tremendamente humillado por Enzo Ferrari, quien deja claro cuánto desprecia a Ford, y luego pacta con con sus connacionales de Fiat. Con la sangre en el ojo, el estadounidense no va a dejar pasar la afrenta y decide construir sus propios autos de carreras para ir a Europa y devolver la ofensa.
Entran entonces en juego los dos protagonistas de este asunto. Carroll Shelby (Matt Damon), el único estadounidense que lograra triunfar en Le Mans pero que, alejado de las carreras por un problema cardíaco, se dedica ahora al diseño de automóviles deportivos, y Ken Miles (Christian Bale), un piloto y mecánico británico de ligas menores que nunca ha logrado progresar, a pesar de ser un corredor magnífico, debido a su inestable y explosivo carácter. Iacocca contacta a Shelby y este a Miles, y las cartas quedan sobre la mesa.
Para quien haya visto alguna película de estas que reconstruyen eventos deportivos no hay mayor misterio. No hace falta entrar a vichar Wikipedia y descubrir qué pasó en la vida real: sabemos que habrá contratiempos, habrá momentos en los que todo parezca estar perdido y habrá eventualmente un triunfo, normalmente después de lo que parezca ser la hora más oscura. Aunque con matices, Ford v Ferrari tiene exactamente eso. Lo interesante, entonces, radica en cómo Mangold –con guion de Jez Butterworth, John-Henry Butterworth y Jason Keller– nos lo cuenta, y si algo sabe hacer, como decíamos más arriba, es contar el cuento.
Pilotos, mecánicos y malvados ejecutivos
Probablemente el mayor acierto de Ford v Ferrari esté en el foco que eligen Mangold y equipo para narrar la historia. El piloto Ken Miles se transforma en un protagónico tremendamente querible, por sus muchos claroscuros, por la relación que construye con su familia y por la historia de amistad que desarrolla junto a Shelby. Para esto, la película cuenta con su mayor baza: Christian Bale.
El galés es un especialista en encontrar tonalidades y profundidad en sus personajes, en volver totalmente tridimensionales criaturas que en manos de otros quizá fueran anónimas. Su Ken Miles está absolutamente vivo, es vibrante, calentón, de armas tomar (un montón de adjetivos que, si le hacemos caso a la prensa barata, le cuadran al propio Bale en los rodajes), pero humano al cien por ciento. Y dentro de un magnífico elenco que acompaña –Damon está muy bien, y hay material entre los secundarios de Jon Bernthal, Tracy Letts (estupendo como Ford II) y Ray McKinnon–, Caitriona Balfe y Noah Jupe son el contexto exacto que su personaje necesita, esa familia que será el centro de una disputa entre empresarios ambiciosos, ejecutivos desalmados (entre los que asoma la mayor nota discordante, el “villano” a cargo de un entregado y efectivo Josh Lucas, que riza el rizo de las dificultades de manera bastante innecesaria) y las propias carreras de autos, que son técnicamente magníficas.
Quien disfrutó con el retrato de la rivalidad entre Niki Lauda y James Hunt en Rush, de Ron Howard, quien vibró con Jeff Bridges mientras diseñaba autos inolvidables en Tucker o se arrancó cabellos cuando los autos no estaban a tiempo junto a Michael Keaton y su equipo en Gung Ho no debería perderse esta película. La tensión, las carreras, los retoques milagrosos contrarreloj, todo está perfectamente en orden y no hay de qué quejarse. No será una película inolvidable ni habrá llegado para cambiar nada antes visto, pero Ford v Ferrari es un notable desempeño técnico y profesional de un gran elenco y un director efectivo, tal cual los diseñadores de autos que decidieron desafiar a aquel gigante europeo y trataron de ganarle en su terreno.